Fuente: Ejercito Remanente

Por Magdalena del Amo.

-No tenemos datos fehacientes, aunque sí muchas sospechas, sobre bebés que hayan nacido vivos en los antros abortistas españoles. Lo más escandaloso que consta en los archivos es la sórdida actividad del doctor Carlos Morín, que en su antro de Barcelona practicaba los abortos tardíos que no se atrevían a realizar los abortistas de Holanda, Reino Unido o Francia. Después de muchas denuncias, fue llevado a los tribunales gracias a que una trabajadora del centro recibió protección judicial tras presentar documentos sobre sus operaciones clandestinas. Fue todo un escándalo en aquellos días de 2008.

Aparte de este escabroso caso existen otras evidencias de bebés tardíos encontrados en la basura procedente de abortorios. Cuando hace años escribí este texto, el Juzgado de Instrucción n.º 47 de Madrid investigaba el caso de bebés en gestación, de más de siete meses, que el Seprona de la Guardia Civil había encontrado en la basura del centro abortista Isadora, en febrero de 2006. La información publicada en ABC decía al respecto: “Se investiga si entre la docena de fetos por encima de los siete meses de gestación encontrados, tenían aire en los pulmones”. Es evidente que si tenían aire en los pulmones fallecieron después de nacer. El caso fue muy oscuro y farragoso; se llegó incluso a acusar a los agentes del Seprona de construir pruebas falsas.


En España no existe un protocolo de actuación en caso de que un bebé abortado nazca con vida. En Estados Unidos, el número de abortos tardíos, por prostaglandinas, nacimiento parcial o salinos, llegó a ser tan alarmante que mereció una resolución de la Cámara de Representantes. “El Proyecto de Ley de Protección de los Infantes nacidos con vida (HR 4292)” trata sobre la protección de los bebés en gestación que han sobrevivido a abortos fallidos.

En los partos convencionales de niños prematuros suele haber un equipo compuesto por un neonatólogo, una enfermera neonatal, un pediatra residente y un terapeuta respiratorio; y en caso necesario, el niño es ingresado en la Unidad Neonatal de Cuidados Intensivos.

La enfermera Jill L. Stannek, con una experiencia de cinco años en el departamento prenatal y de partos del Hospital Christ, en Oak Lawn, Illinois, influyó en gran medida con su testimonio para que esta resolución saliera adelante, y que, dentro del horrible mundo del aborto, hubiera un poco menos de indignidad. Confieso que me faltan palabras para expresar esto.

Según el testimonio de la enfermera, en el Hospital Christ se practicaban abortos a mujeres que se encontraban en el segundo y tercer trimestre de gestación por el método denominado “aborto por parto inducido”, llamado también “aborto con nacimiento vivo”. Muchos de estos niños nacían vivos y permanecían con vida durante un tiempo (alguno llegó a durar ocho horas). Cuando estos bebés nacían con vida no recibían los cuidados médicos que se les dispensa al resto de los recién nacidos, pero sí les prestaban la llamada “atención de consuelo”, que consistía en mantener al bebé envuelto en una manta hasta que moría. Esto se hacía de manera voluntaria por parte del personal, pues el hospital no tenía ningún protocolo para estos casos. (Un famoso abortista en EE.UU., el doctor George Tiller, que practica abortos tardíos, tiene en su clínica un capellán para bautizar a los niños que nacen vivos).

Siguiendo fielmente la declaración de la enfermera Stannek en la Cámara de Representantes, una noche presenció cómo una compañera llevaba al cuarto de desechos a un niño vivo, con síndrome de Down, que acababa de ser abortado. Sus padres no lo querían y ella no tenía tiempo de darle el último consuelo. Sus palabras son escalofriantes y muestran la crueldad de nuestra sociedad supuestamente civilizada: “Como no podía soportar pensar en ese niño muriendo solo en el cuarto, lo acuné y mecí durante los 45 minutos que sobrevivió. El bebé tenía entre 21 y 22 semanas de edad gestante, pesaba y medía unos de largo. Estaba muy débil para moverse y consumía su poca energía tratando de respirar. Al final, estaba tan calladito que la única forma de verificar que vivía era acercándome a la luz y mirando a través del pecho su corazón latiendo. Cuando murió, le cruzamos los bracitos sobre el pecho, lo envolvimos en una mortaja y lo llevamos a la morgue del hospital adonde van los otros pacientes muertos”.

Este testimonio es para hacer estremecer al más duro de los corazones. Tuvo lugar en Estados Unidos hace unos años, pero hay otros muchos que se silencian. Casos similares ocurren a diario en países donde la vida humana no vale nada, donde un ser humano es tan solo un habitante, y ni siquiera eso.

Algunos compañeros de trabajo le contaron a nuestra enfermera historias horrendas, como el caso de un bebé que se creía que padecía de espina bífida y después de abortado se comprobó que era perfecto. Hay casos de bebés que han muerto envueltos en toallas directamente en el cuarto de la basura porque no se les prestó la ayuda convencional una vez nacidos. Muchos de ellos tenían posibilidades de sobrevivir y ser adoptados.

La resolución 4292 de la Cámara de Representantes de Estados Unidos se aprobó para proteger a estos bebés, pero hay que decir, en honor a la verdad, que la situación no mejoró. En la actualidad, a los niños víctimas del “aborto por nacimiento parcial”, se les asesina cuando la cabeza aún está dentro de la madre introduciendo unas tijeras en la base del cráneo del bebé. Esta es la manera de burlar la ley y librarse de una acusación por infanticidio. La sociedad debe saber esto.

Hay que añadir que estos fetos vivos son muy demandados por los investigadores, estos obreros de la ciencia cuya amoralidad es más que notoria. Estos aprendices de brujo necesitan tejidos vivos para sus experimentos; no les sirven los procedentes de abortos espontáneos o de abortos provocados que nacen muertos. La International Planned Parenthood, la mayor promotora de abortos del mundo, se ha visto involucrada en un escándalo hace unos años por proveer de “material” vivo a los aspirantes del Nobel.

Cuando el aborto empezó a hacerse masivo en todo el mundo, el doctor Bernand Nathanson pronosticó que se darían estas circunstancias, y acertó de pleno. ¡Y de esto solo sabemos una mínima parte! Hay que decir que, en la actualidad, los centros de abortos tienen absolutamente prohibido compartir datos para realizar estudios y estadísticas como los citados en este artículo. No permiten que nada trascienda de puertas afuera, y el personal está muy vigilado y presionado. Si los datos actuales se dieran a conocer, sería un escándalo mayúsculo, mayor del que en su día protagonizó el doctor Morín. Se puede decir que el silencio en torno a estas prácticas se encuentra en un nivel comparable al “top secret” militar.

En Canadá es de dominio público que el número de bebés de abortos fallidos que nacen vivos va en aumento; algunos mueren poco después y otros sobreviven con lesiones de por vida. Ted Gerk, activista provida de Vancouver, British Columbia, cuando realizaba una investigación en la Agencia de Estadísticas Vitales de esa localidad descubrió que los niños abortados vivos están el tiempo suficiente para recibir sus certificados legales de nacimiento y defunción. Pero estos datos no salen a la luz pública.

En el Hospital Meyer de Florencia (Italia), nació un niño vivo víctima de un aborto. Su madre le había condenado a morir cuando supo que podría presentar malformaciones congénitas, en concreto, “atresia de esófago”, una deformidad que, en más del 90 por ciento de los casos, puede ser corregida con cirugía. Los médicos del Hospital Careggi le habían recomendado a la madre someterse a una resonancia magnética para salir de dudas, pero ella optó por el aborto. No quería arriesgarse a tener un bebé imperfecto. Cuando el niño abortado nació, tenía 22 semanas, pesaba medio kilo y era completamente normal. Al comprobar que estaba vivo y que no presentaba malformaciones decidieron reanimarlo. Vivió durante varios días, pero una parada cardiorrespiratoria unida a su estado prematuro acabó con su vida. ¡Cómo se puede sobrellevar algo así!

Recientemente, sobrevivió al aborto otra niña en el Hospital Maggiore de Bolonia (Italia). Al diagnosticarle que nacería ciega, cuando tenía 22 semanas de gestación, sus padres optaron por el aborto. Pero nació viva y pesaba. A los diez días fue sometida a una operación a corazón abierto; después tuvo una hemorragia cerebral, varias infecciones y problemas respiratorios. A pesar de todo, sus ganas de vivir la sacaron adelante. Sus padres, sin embargo, no la acogieron y fue dada en adopción.

En el 2005, el British Journal of Obstetrics and Ginaecology publicó una investigación de la doctora Shantala Vadeyar, del Hospital Saint Mary de Manchester, que recogía al menos 31 casos de bebés que habían sobrevivido a abortos en la región de North-West, entre 1996 y 2001. Los datos del estudio son demoledores y vergonzosos: “Más de la mitad tenían menos de 22 semanas. Todos habían sido abandonados para que murieran, y lo hicieron antes de cuatro horas y media. Cuatro de ellos respiraban regularmente. Dos bebés jadeaban y otros dos lloraban”. ¡Qué sociedad la nuestra! ¿No sentimos asco y vergüenza al conocer estas atrocidades?

Otro estudio del Instituto Perinatal de las West Midlands, realizado en 2007 en Inglaterra, publicado en el mismo medio, revela que “de 3.189 abortos realizados en 20 hospitales entre 1995 y habido al menos 102 casos de niños que sobrevivieron al aborto, a los que se les dejó morir a la intemperie o tirados en algún recipiente. El tiempo medio de vida de estos bebés es de 80 minutos, aunque ha habido algunos que resistieron vivos seis horas”. Estos niños, a pesar de morir fuera del útero materno, son contabilizados como abortos.

En la zona objeto de este estudio solo se realizan el diez por ciento de los abortos del Reino Unido, por lo que es fácil deducir que el número de bebés que se abortan vivos y se dejan morir es muy superior. Aplicando esta ratio, el número de niños abortados que nacen vivos en España no es difícil de calcular.

Si después de leer esto, se sigue creyendo que el aborto no tiene consecuencias, algo en nuestro cerebro no funciona correctamente, y nuestra alma está más que calcificada.

(Datos de mi libro La dignidad de la vida humana. Eugenesia y eutanasia, un análisis político y social).

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