Por Santiago Muzio – gaceta.es

Preguntado acerca de las razones por las cuales iba a Davos, Javier Milei contestó: «Para plantar las ideas de la libertad en un foro que está contaminado por la agenda socialista 2030 y que lo único que va a traer es miseria al mundo».

El Foro de Davos es el lugar en el cual, según su fundador, Klaus Schwab: «El futuro no se construye solo: somos nosotros [el Foro Económico Mundial] quienes construimos el futuro. Tenemos los medios de imponer al mundo lo que queremos. Y podemos hacerlo actuando como “partes interesadas” (stakeholder) de las comunidades y colaborando las unas con las otras».

A ese lugar fue Javier Milei a plantar sus ideas, como un banderillero clava las banderillas sobre el toro bravo. Vaya si las plantó. Su discurso será recordado como se recuerda otro gran discurso, el de Solzhenitsyn en Harvard en 1978.

Empezó Milei diciendo: «Hoy estoy acá para decirles que Occidente está en peligro». El peligro que acecha a Occidente es que sus principales líderes han abandonado «el modelo de la libertad», basado en los principios de la defensa de la vida, de la libertad y de la propiedad, para volcarse al socialismo, un «modelo que es en todo lugar un fenómeno empobrecedor que fracasó en todos los países que se intentó». Acto seguido, Milei precisó en qué fracasó el socialismo: «En lo económico, en lo social, en lo cultural y además se cargó la vida de 150 millones de seres humanos». Adelantándose a lo que le espera a Occidente de seguir ese derrotero, recordó la cruel experiencia vivida por la Argentina, uno de los países más ricos del mundo a principios del siglo pasado que hoy tiene cerca del 50% de su población bajo la línea de pobreza y 10% de indigentes.

Recuerda aquello que alertaba, en Harvard, Solzhenitsyn: «El mundo Occidental ha perdido en su vida civil el coraje, tanto global como individualmente, en cada país, en cada gobierno, cada partido político y por supuesto en las Naciones Unidas. Tal descenso de la valentía se nota particularmente en las élites gobernantes e intelectuales y causa una impresión de cobardía en toda la sociedad». A lo que agregaba que «muchas personas que viven en Occidente están insatisfechas con su propia sociedad. La desprecian o la acusan de no estar ya al nivel de lo que requiere la madurez de la humanidad. Y esto empuja a muchos a inclinarse por el socialismo, lo cual es una falsa y peligrosa tendencia».

Ante un auditorio repleto, Javier Milei prosiguió disecando el oportunismo del socialismo que cambió su agenda, dejando de lado la lucha de clases, «para reemplazarla por otros supuestos conflictos sociales igual de nocivos para la vida en comunidad» citando los siguientes: «La pelea ridícula y antinatural entre el hombre y la mujer» cuando «la piedra fundacional de nuestro credo dice que todos los hombres somos creados iguales, que todos tenemos los mismo derechos inalienables otorgados por el Creador, entre los que se encuentran la vida, la libertad y la propiedad»; «La pelea del hombre contra la naturaleza» y en ese ítem, saliéndose del discurso escrito, y mirando a la cámara habló de la «agenda sangrienta del aborto» (el discurso escrito decía la «tragedia del aborto«) impuesta por las elites socialistas; la «cruel agenda ambiental». Todo ello ha impregnado fuertemente en Occidente porque sus élites «neo-marxistas» cooptaron el sentido común «gracias a la apropiación de los medios, de la cultura, de las universidades y si, también, de los organismos internacionales» como el Foro de Davos.

Enumerando, con un coraje inaudito, todos esos males, Javier Milei aplica lo dicho por Solzhenitsyn cuando afirmaba que «sólo los criterios morales pueden ayudar a Occidente contra la estrategia bien prevista del mundo del comunismo. No hay otros criterios. Las consideraciones prácticas u ocasionales de cualquier clase serán barridas inevitablemente por la estrategia comunista» (…) «Pero ningún arma, no importa cuál sea su poder, pueden ayudar a Occidente mientras no supere la pérdida de su fuerza de voluntad. En un estado de la debilidad psicológica, las armas se convierten en una carga para el lado de quienes capitulan. Para defenderse, uno debe también estar preparado para morir; esta preparación escasea en una sociedad educada en el culto del bienestar material».

Cuando Javier Milei dice que no hay diferencias sustantivas entre todos los que se declaren «abiertamente comunistas, o socialistas, socialdemócratas, demócratas cristianos, neokeynesianos, progresistas, populistas, nacionalistas o globalistas», no hace más que recordar aquello que decía Solzhenitsyn cuando afirmaba que «el pensamiento occidental ha llegado a ser conservador: la situación del mundo debe permanecer como está a cualquier coste, allí no debe ser ningún cambio. Este sueño debilitante de un status quo irreformable es el síntoma de una sociedad que ha llegado al final de su desarrollo. Uno debe ser ciego para no ver que los océanos ya no pertenecen a Occidente, mientras que la tierra bajo su dominio sigue disminuyendo».

Si Occidente quiere salir del pantano en el que se ha metido es hora que, como lo dice Milei, y como lo advirtió Solzhenitsyn, mire con coraje la realidad y defienda su futuro: «Es hora, en Occidente, de defender no tanto los derechos humanos sino las obligaciones humanas».

Y para ello, el ser humano debe tener en mente que «su misión sobre la tierra evidentemente debe ser más espiritual y no sólo disfrutar incontrolablemente de la vida diaria; no la búsqueda de las mejores formas de obtener bienes materiales y su despreocupado consumo. Tiene que ser el cumplimiento de un serio y permanente deber, de modo tal que el paso de uno por la vida se convierta, por sobre todo, en una experiencia de crecimiento moral. Para dejar la vida siendo un ser humano mejor que el que entró en ella».

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