Por Horacio Giusto Vaudagna – altmedia.com.ar

La pandemia finalizará, pero la agenda 2030 se sostendrá; allí la idea del cambio climático y la sobrepoblación estarán tan vigentes como el aire que se respira. En este punto es interesante ver cómo la cultura antinatalista se sostiene mediante las más diversas banderas ideológicas y no sólo desde el tan conocido feminismo. Para comenzar el presente análisis es oportuno ver al pensador de referencia a los sucesos revolucionarios de Francia; Jean-Jacques Rousseau, nacido en 1712 y criado en Ginebra, engendró un pensamiento filosófico que influye notoriamente en la idiosincrasia actual. Sostuvo una tesis muy particular a lo largo de su obra intelectual que se puede sintetizar de la siguiente manera: “Todo está bien al salir de manos del autor de la Naturaleza; todo degenera en manos del hombre”. Esta forma de pensar a la civilización como un “mal” para el Mundo encuentra a su vez paridad en otros pensadores ampliamente difundidos, en el Siglo XXI.

El ecologismo, que es en sí mismo una expresión más (entre tantas otras) de la nueva izquierda, posee discursos que varían según el contexto, aunque mantiene un patrón común latente en sus mensajes a lo largo de la historia: el Hombre es artífice principal de la destrucción del Planeta y en consecuencia todo desastre natural es su culpa. Por ello es que actualmente, en una cultura fuertemente marcada por la paranoia ambiental, se está volviendo en forma silenciosa a considerar válida la teoría del pastor protestante y economista Thomas Malthus. Véase cómo la propia ONU dice en su portal oficial lo siguiente: “Las ciudades y las áreas metropolitanas son centros neurálgicos del crecimiento económico, ya que contribuyen al 60 % aproximadamente del PIB mundial. Sin embargo, también representan alrededor del 70 % de las emisiones de carbono mundiales y más del 60 % del uso de recursos. La rápida urbanización está dando como resultado un número creciente de habitantes en barrios pobres, infraestructuras y servicios inadecuados y sobrecargados (como la recogida de residuos y los sistemas de agua y saneamiento, carreteras y transporte), lo cual está empeorando la contaminación del aire y el crecimiento urbano incontrolado”. Resulta útil para comprender la realidad del presente siglo ver la idea que subyace en el pensamiento malthusiano y que es la mejor forma de graficar el ethos ecologista: “El poder de la población es tan superior al poder de la tierra para permitir la subsistencia del hombre, que la muerte prematura tiene que frenar hasta cierto punto el crecimiento del ser humano”. Así pues, se desacredita la posibilidad de innovación espontánea del Hombre para sólo considerar desde la élite globalista que existe “sobrepoblación” (cuando lo óptimo sería analizar la densidad demográfica que es un concepto totalmente distinto) la cual debe de alguna forma frenarse a tiempo antes de un fatal desenlace.

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A pesar de que la humanidad prevaleció ante hambrunas y pestes desde su origen, lo real y concreto es que la hegemonía ecologista se hizo eco de los postulados de Malthus. Hoy, en una suerte de “religión verde”, se intenta trasladar la “culpa” al individuo por el sólo hecho de existir y ser parte del “cáncer” del planeta. Frente a esta situación, uno puede dejarse llevar por la hegemonía o comenzar a plantearse si realmente la especie humana es una atrocidad que merece ser extinguida.

La solución ecologista (aunque sólo los sectores más radicalizados lo afirman abiertamente como lo hace la organización Earth Fist) posee una visión malthusiana: es necesario realizar una restricción al crecimiento poblacional. Si uno considerase a la pobreza cómo el verdadero factor de contaminación y hambruna, claramente optaría por seguir las reglas de una economía abierta, como bien se extrae de los informes de The Heritage Foundation. Pero si uno ve al Hombre como un mal en sí mismo, es lógico considerar que sólo reduciendo la presencia humana en la Tierra se disminuiría el malestar y las amenazas que tanto preocupan a los “Verdes”. Esta nefasta visión a la que se adhiere el núcleo intelectual ecologista tan febrilmente permite explicar cómo es que organizaciones referentes del ecologismo, ejemplificadas, por mencionar una, Earth First, con Dave Foreman a la cabeza, llegan a reconocer que “La vida humana individual no es lo más importante del mundo. Una vida humana individual no tiene mayor valor intrínseco que la de un oso gris (de hecho, algunos de nosotros argumentaríamos que la vida individual de un oso gris es más importante que una vida individual humana porque hay muchos menos osos grises). El sufrimiento humano resultante del hambre y la sequía en Etiopía es lamentable, sí; pero la destrucción de otras criaturas y del hábitat allí es aún más lamentable”. Es expreso el reconocimiento de bastos intelectuales ambientalistas de que los humanos “son demasiados” y frente a tal coyuntura surgen las más variadas especulaciones. Lo expuesto podría explicar entonces las razones que subyacen a que algunas teóricas pioneras en asuntos sobre ecologismo, como lo fue Petra Kelly, hayan adherido también al Feminismo moderno, cuya bandera a favor del aborto siempre está presente. Véase cómo para Kelly, todas las injusticias del mundo se entrelazan y encuentran como nodo en común la opresión del régimen patriarcal. Las ideas de destrucción ambiental, guerra y pobreza, las asocia directamente con el racismo y el sexismo. Expresamente establece “mientras los varones blancos tengan el poder social y económico, las mujeres y las personas de color continuarán siendo discriminadas y la pobreza y la mentalidad militarista continuarán sin disminuir”.

Retomando el punto principal, al igual que Thomas Malthus, el conocido profesor y ecologista Paul R. Ehrlich ve que la mejor alternativa para afrontar los males de la humanidad es evitar que nuevas vidas vengan al mundo. Tan convencido de su teoría estuvo que a la par de publicar su libro “The Population Bomb” también fue patrón en “Population Matters”, una organización creada con el fin de generar conciencia respecto al crecimiento poblacional en relación al ambiente y los recursos naturales. Entre las múltiples comodidades que ofrece vivir en un sistema capitalista, más la influencia vil del ecologismo que considera a la existencia humana como un cáncer, las nuevas generaciones no encuentran razones para conservar la tradición más antigua del Hombre: formar familia. Paul R. Ehrlich predijo las más catastróficas situaciones para el hombre moderno, siendo que en la realidad cada modelo ecologista pereció por completo (desde la catástrofe de los agujeros en la capa de ozono hasta el enfriamiento global). Incluso Ehrlich llega a decir que “la epidemia mundial de sida podría llegar a matar a cientos de millones de personas”, y todo esto constituiría un “riguroso programa de ´control demográfico´ ejercido por la naturaleza en vista de la negativa de la humanidad a poner punto a medidas más menos severas”.

Tanta influencia ha tenido la agenda antinatalista en su discurso que se observa que “Se prevé que la tasa global de fecundidad, que bajó de 3,2 nacimientos por mujer en 1990 a 2,5 en 2019, disminuya aún más, alcanzando 2,2 nacimientos por mujer en 2050”; así reza un informe presentado por la ONU el 17 de junio de 2019. Este simple dato de una escala mundial, pone en manifiesto la idea distópica de la sobrepoblación ha sido una constante guía para el establishment internacional, siendo que la realidad indica que la tasa de fertilidad está decayendo a pasos agigantados a nivel global. Por citar un ejemplo entre tantos posibles, en España, madre patria de bastos países latinoamericanos, la cifra de nacimientos en España es la más baja en las últimas décadas, según han señalado fuentes del Instituto Nacional de Estadística (INE) al dar a conocer los datos provisionales del Movimiento Natural de la Población correspondiente a 2018. En el país de la península ibérica, mientras sus habitantes autóctonos mueren más de lo que nacen, la tasa de natalidad inmigrante aumenta al 20% aproximadamente. Países de Europa buscan combatir el invierno demográfico mediante políticas de estímulo económico por una elemental cuestión; se calcula que la población en algunas naciones podría verse reducida un 25% en tan sólo 3 décadas. Esto implica que no habrá suficiente población activa que produzca los bienes económicos necesarios para hacer frente a diversas erogaciones estatales, tales como el pago de las pensiones y jubilaciones de millones de personas o la asistencia en salubridad. En Latinoamérica pareciera que aún no se hace eco de lo que sucede a escala mundial. “Alentar a los niños, adolescentes y jóvenes, en particular las jóvenes, a que continúen sus estudios a fin de que estén preparados para una vida mejor, de aumentar su capacidad humana y de impedir los matrimonios a edad muy temprana y los nacimientos de gran riesgo y reducir la consiguiente mortalidad y morbilidad” es una de las conclusiones vertidas en el “Consenso de Montevideo sobre población y desarrollo”; claramente que dicha cumbre apuesta a convertir a los ciudadanos locales en unidades de producción y no de reproducción, lo que finalmente aparejará los resultados ya vistos en el viejo continente. Véase incluso cómo el medio internacional “BBC” postula una noticia de especial relevancia al decir: “”Childfree”: la creciente tendencia de personas que solicitan (o incluso pagan para) estar aisladas de los niños”; Ya sea mediante la vida consagrada a generar conciencia ecológica, o ya sea mediante la lucha hegemónica en pos del aborto libre, lo cierto es que la maternidad como principal poder de la mujer es desarraigado de su ser sin que muchas de ellas reaccionen ante tales consecuencias. Cuando una feminista habla, la maternidad es vista como signo de opresión; cuando un ecologista opina, la familia es la reproducción del cáncer del planeta; cuando un liberal posmoderno se expresa, la mujer libre es la que rompe con la familia tradicional; cuando un socialista emite un comentario, la familia es el sostén de aquel sistema que se debe quebrar. Todas las ideologías imperantes mantienen relaciones carnales en su núcleo: Mantener a la sociedad lejos de la proliferación del género humano. Muchos creen que la familia tradicional es sinónimo de retraso mientras que la vida eterna como siervo de las multinacionales es sinónimo de libertad e iluminación.

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Para finalizar véase el caso del animalista Peter Singer, filósofo utilitarista australiano y confeso adherente a la ideología de la Nueva Izquierda, quien esboza un pensamiento que circula fuertemente en la actualidad, cuando distintos sectores de la sociedad debaten si debe el Estado punir, o no, las prácticas abortivas. este filósofo en su libro Ética Práctica, afirma “Es posible dar un significado preciso a “ser humano”. Podemos utilizarlo como equivalente a “miembro de la especie homo sapiens”. Determinar si un ser es miembro de una especie concreta es algo que se puede hacer científicamente, examinando la naturaleza de los cromosomas en las células de los organismos vivos. En este sentido, no existe duda de que, desde los primeros momentos de su existencia, un embrión concebido de un óvulo y un espermatozoide humano es un ser humano; y lo mismo ocurre con el ser humano que se encuentre discapacitado psíquicamente de la manera más profunda e irreparable, incluso con un bebé que haya nacido sin cerebro”. El pensamiento citado se condice con vastos sectores de la nueva izquierda que, en forma abierta y sin escrúpulos, no niegan la existencia de la vida, sino que consideran que esa vida no tiene la categoría ontológica de persona. Es el padre intelectual del animalismo moderno quien incluso promovió recientemente la legitimidad de la “discriminación de la tercera edad”, tal como se extrae de Project Syndicate.

Por ello, cuando ve que la propia ONU sostiene objetivos expresos tales como “Modernizar la gobernanza ambiental a nivel mundial”, “Producir un cambio transformativo para la naturaleza y las personas”, “Empleos verdes y crecimiento sostenible e inclusivo” o el especial objetivo de “Asegurar el acceso universal a la salud sexual y reproductiva y los derechos reproductivos según lo acordado de conformidad con el Programa de Acción de la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo, la Plataforma de Acción de Beijing y los documentos finales de sus conferencias de examen” verá que siempre subyace la idea propia del ecologista, reducir ciertas poblaciones venideras para que los recursos sean suficientes para el gozo de ciertas élites globalistas actuales.

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