Por Carlos Esteban

Uno puede pensar del SARS-COV2 en su aspecto científico y sanitario lo que le dé la gana, pero si no se ha dado cuenta de cómo se está explotando políticamente la enfermedad es que no ha estado muy atento. Se nos pide desde todos los ángulos, a voz en grito y con una insistencia ensordecedora, que confiemos en los ‘expertos’ elegidos a dedo por el poder, sin pararnos a pensar que los que ridiculizaban en un tiempo unas medidas son los mismos que hoy azuzan contra quienes unos días más tarde las ponen en duda.

Hacernos creer en datos falsos o cuestionables es el pan nuestro de cada día de la propaganda, pero obligarnos a comulgar con ideas contradictorias es hasta cierto punto una novedad en las democracias occidentales, que avanzan a toda velocidad hacia la sovietización.

Uno solo tiene que observar qué salvajes recortes a nuestras libertades y a nuestra prosperidad hemos consentido mansamente, casi ávidamente, para deducir que los gobernantes no tienen la menor intención de que esta orgía de control social acabe pronto.

El mayor problema son los disidentes, pero no los del vulgo, que pueden estigmatizarse como conspiracionistas y negacionistas que nos ponen a todos en peligro, sino los que ocupan posiciones de gobierno, como el caso del gobernador republicano de Florida, Ron DeSantis.

DeSantis es un grano en el trasero para el ‘establishment’, porque uno puede hacer como en el viejo anuncio: ver, comparar y encontrar algo mejor al régimen draconiano que vive la mayoría de los estados, muy especialmente los estados demócratas.

Hace un año, DeSantis era satanás para la prensa convencional, un loco que ponía en peligro mortal a todos sus conciudadanos. DeSantis era un peligroso enemigo de la ciencia que se alejaba del consenso razonable de todas las demás autoridades, permitiendo que playas y negocios siguieran abiertos y negándose a imponer la obligación de la mascarilla en lugares públicos. Incluso, frente a la oposición histérica de los medios en bloque, abrió los colegios antes que ningún otro. Los periodistas pronosticaron con la seguridad con que se prevé que el sol salga por el este que Florida se convertiría en la Península de la Muerte en cosa de días o semanas. Seis meses después, el apocalipsis no llegó, por no hacer mudanza en su costumbre.

Oh, sí, hubo muchos ‘positivos’ en el estado, ingresos hospitalarios y muertos por covid. Y, por supuesto, DeSantis aplicó restricciones y medidas de contención, aunque fueran más breves, más suaves y más centradas en poblaciones de riesgo. Pero los resultados sanitarios no fueron peores que la de los estados que habían impuesto restricciones extremas y, en cambio, el impacto económico había sido mínimo y las libertades y forma de vida de los habitantes de Florida se habían visto muy poco alteradas. Y el resto de América empezó a mirar al estado con verde envidia, y no solo por sus playas y su clima.

La conclusión la expresa en Politico el donante demócrata y prestigioso abogado de Orlando John Morgan: “Ha gestionado la pandemia mejor que ningún otro gobernador del país. En este momento, en el frente de la pandemia, DeSantis ha ganado”. Y su victoria es lo bastante resonante como para que muchos le vean como un digno sucesor de Donald Trump, si al final este no concurriera a las elecciones de 2024.

Pero el caso de DeSantis no es meramente peligroso para la Nomenklatura americana por el hecho de que le dé una inquietante popularidad. Lo es, mucho más, porque pone en peligro la narrativa oficial de la pandemia, que tan útil ha resultado hasta la fecha. Lo peor que podría pasar, a ojos de nuestras élites, es que el común empiece a hacer números y comparativas y preguntarse si la histeria es la reacción más inteligente a esta pandemia e incluso si los datos actuales justifican la desolación económica y decir adiós a nuestras libertades más elementales por mucho más tiempo.

Si ahora les hablo de la espantosa crisis migratoria que las palabras de acogida de Biden han provocado en la frontera sur americana -exactamente igual que la que siguió en Alemania a las declaraciones de ‘Mamá Merkel’ en su día-, y que según el Departamento de Seguridad Nacional este año entrarán ilegalmente en el país 117.000 menores no acompañados (frente a los 33.239 de 2020), parecerá que estoy cambiando de tema porque el artículo se me queda corto. En mi defensa les dejaré con este titular de la web de la cadena Fox, esperando que mis inteligentes lectores aten cabos por sí mismos: ‘La crisis fronteriza de Biden complica la lucha contra el coronavirus, dice Homan [ex responsable de la policía de frontera]: “El presidente pone América en peligro”. Et voilà!

Fuente: gaceta.es

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