“No debo hacer un trato con esta persona” o “esta situación entraña algún tipo de peligro” son sensaciones que asaltan nuestro inconsciente con cierta frecuencia. Sin embargo, aunque este “sexto sentido” que solemos llamar intuición haya formado parte de nuestras vidas y la de nuestros ancestros más lejanos, la ciencia aún no termina de develar las bases reales del fenómeno que, en más de una oportunidad, pudo haber salvado su vida”.

“Feliz… enojado… feliz… triste”. Mientras un aparato monitorea en forma constante su actividad cerebral, el paciente TN (designación dada por los doctores para mantener el anonimato) va clasificando las emociones que observa en cada rostro que se pone frente a sus ojos. En principio la tarea parece fácilmente realizable, incluso para un niño de corta edad, de no ser por que TN padece de una pérdida total de la visión desde que en 2003 dos ataques consecutivos afectaran la zona encargada de procesar la visión en ambos hemisferios de su cerebro.

Después de perder la visión, TN fue sometido a una serie de pruebas visuales que terminaron por diagnosticar una incapacidad total para observar objetos que se movieran frente a él. Aunque sus ojos se encontraban en perfecto estado, las zonas del cortex visual primario habían sido afectadas por dos infartos cerebrales, uno de cada lado del cerebro, que dejaron al hombre literalmente ciego.

No obstante su condición, TN no parece estar sometido a un ejercicio ordinario de adivinanzas; su porcentaje de aciertos es muy superior al que podría esperarse del simple azar. Aunque es, desde el punto de vista médico, incapaz de observar cualquier imagen transportada por sus nervios ópticos, “algo” le hace intuir las emociones que muestran las caras en aquellas fotos que colocan frente a él.

“La única cosa realmente valiosa es la intuición”
Albert Einstein

(Foto: Taken by Roberto Gomez)

Un hecho igual de curioso es que, durante la experiencia, su cerebro marca una intensa actividad sobre una zona denominada amígdala cerebral, del mismo modo que sucede con una persona sana que es sometida al mismo ejercicio.

Pero el caso de TN no iba a quedar en la prueba de los rostros. En 2008 el cincuentón sorprendería una vez más al ámbito de la medicina, cuando un grupo de especialistas tuvo la particular ocurrencia de proponerle un ejercicio en el que sortear obstáculos diseminados usando el curioso sentido que había mostrado con anterioridad. Creyendo que era un auténtico disparate, el mismo TN dijo en un principio no estar interesado en hacer la prueba de “navegación con obstáculos”. Sin embargo, después de la insistencia de los doctores, aceptó someterse al experimento.

Parado al inicio de un corredor de quince metros atestado de objetos, un asistente le seguía los pasos para sostenerlo en caso de un eventual tropiezo. Lento pero constante, TN hizo los primeros pasos hasta toparse con un tacho de basura. Sin detenerse, pegó su cuerpo contra una pared imaginaria y avanzó de costado hasta que lo hubo pasado por completo. Un segundo tacho, esta vez más alto, lo esperaba un metro y medio más adelante. Repitió el procedimiento a una velocidad apreciable. Pero el siguiente obstáculo, un trípode para cámaras que le llegaba a la cintura, se hallaba del mismo lado por el que venía caminando, lo que suponía un reto mayor. Sorprendentemente, con la misma confianza que mostró desde los primeros pasos, cambió de lado, cruzó entre el tacho y el trípode, y siguió avanzado. Unas cajas y otros objetos colocados más adelante tampoco supusieron mayor esfuerzo.

“La intuición y no la razón atesora la clave de las verdades fundamentales”
Frase atribuida al Buda

“Verlo era la única forma de creerlo” diría más tarde Beatrice de Gelder, una de los tantos neurocientíficos que presenciaron la experiencia.

A pesar de lo asombroso del caso, el de TN no es más que un ejemplo emblemático de un fenómeno conocido científicamente como “visión ciega”. La visión ciega ha sido reconocida como la capacidad de observar cosas mediante un sentido distinto (y aún no descubierto) al de la visión.

Para muchos neurólogos y psiquiatras, la experiencia con pacientes como TN plantea la excitante posibilidad de descubrir un sentido diferente a los cinco conocidos. Para otros, no es más que el preludio ante los ojos de la ciencia de la conocida capacidad de “intuición”.

Con poco reconocimiento en el pasado, el tabú de la intuición ha ido cobrando fuerza en el área de las neurociencias en los últimos años. Esta supuesta capacidad de “presentir” situaciones que aún no sucedieron, hechos lejanos, o posibles cambios del entorno en forma inminente, nunca antes había gozado de la solidez necesaria para ser tratada en forma científica; tal vez por pecar de no ser sustentable con las leyes de la física ortodoxa. No obstante, las “corazonadas”, el “no sé cómo, pero lo sabía” o el “algo me dice que no debo estar en este lugar” nos dicen que la intuición parece ser una percepción común a casi todos los tiempos y culturas del planeta.

¿Hipersensibilidad o sexto sentido?

Uno de los ejemplos más claros de intuición, es el típico sentimiento de “peligro inminente” que suele darse minutos o segundos antes de un desastre masivo, tal como el caso del tsunami que afectó la costa asiática en el año 2004, cobrando varios miles de vidas humanas. Días después de la tragedia, el subdirector del departamento nacional de vida salvaje de Sri Lanka, hizo una llamativa declaración: “el mar ha devuelto a cientos de cadáveres de personas, pero no hay ningún elefante muerto. Ni siquiera un felino o una liebre (…) Es extraño que no se haya registrado la muerte de animales”.

Como en el tsunami asiático, relatos similares en cada gran terremotos pintan una realidad a todas luces innegable: los animales tienen la capacidad de presentir, fuera de la manera que fuera, situaciones de peligro inminente. Y de hecho, actúan en consecuencia. En el caso del desastre del 2004, minutos antes de que el mar, con su irrefrenable avance, tragara tres kilómetros y medio de tierra firme, toda la vida salvaje realizó un éxodo desesperado hacia las zonas más altas de la isla. Sesenta mil años de contacto con la naturaleza llevaron a las distintas tribus de aborígenes de la región a imitar la acción de sus colegas silvestres huyendo tierra arriba. El resultado fue que prácticamente la totalidad de los nativos sobrevivió al flagelo de las gigantescas olas.

¿Cómo fue que percibieron, nativos y animales, la llegada del peligro en dirección de la costa? La respuesta indiscutida parece ser una: la intuición. Pero, ¿Cómo es que actúa este mecanismo biológico tan enigmático? Seguramente esto requiera un poco más de elaboración que el primer interrogante.

Según las conjetura de los investigadores, los nativos de Sri Lanka realizaron de manera inconsciente una lectura del ambiente: el resonar de las pisadas de los elefantes salvajes que ascendieron de repente hacia el interior de la isla, el extraño comportamiento de los delfines e iguanas, el revoloteo alocado de las aves, etc. De una manera alternativa y eficaz, lograron percibir lo que los sofisticados radares humanos, inactivos en la fecha de la tragedia, no pudieron.

De acuerdo a lo expuesto en la popular publicación “Science” por investigadores de la Washington University de Saint Louis, la clave del anticipo del peligro de los aborígenes se halla en una zona del cerebro denominada “corteza cingulada”, que se activa en situaciones en las que se alteran patrones ambientales imperceptibles para la conciencia y probablemente necesarios para la supervivencia del individuo.

La respuesta a como intuyeron la amenaza los animales, quizás sea un poco más difícil de formular. Debbie Martyr, dedicada a programas de conservación animal en la isla de Sumatra (una de las más afectadas por el maremoto) opina que “pudo haber existido vibración y ocurrido cambios en la presión del aire, lo cual alertó a los animales y los hizo mover hacia lugares que ellos consideraron más seguros”. Según Martyr, “los animales salvajes en especial, son extremadamente sensitivos” y “tienen un extraordinario oído y probablemente escucharían la onda viniendo de larga distancia”.

Tal como lo describe la investigadora Martyr, el caso representa de por si una espectacular prueba de la sensibilidad de las especies salvajes a estímulos prácticamente imperceptibles. Pero muchos científicos creen que, al igual que el paciente TN hace, existe una forma distinta mediante la cual los animales perciben estímulos ambientales, independientes del sonido, las vibraciones, los olores o la visión.

Está documentado que las aves y otras especies animales emigran antes de que ocurra una erupción volcánica. De la misma manera, estudios biológicos determinan que varios minutos antes de que un sismo tenga lugar en una zona determinada, gatos, perros y otras especies domésticas muestran cierto grado de inquietud, llegando en los casos más marcados a desatar aullidos y maullidos en forma masiva. Asimismo, las serpientes abandonan sus nidos, los pájaros revoloteaban en sus jaulas y las ratas corren por la ciudad sin dirección determinada.

Uno de los ejemplos más reciente de este tipo de episodios tuvo lugar antes del terrible sismo de Sichuan, en mayo del 2008, cuando miles de sapos lacustres comenzaron a emigrar en forma masiva días antes de que la catástrofe tuviera lugar. Muchos sobrevivientes incluso afirmaron que sus perros se negaban a ingresar a la casa la noche anterior al sismo.

La capacidad dormida

La experiencia inicial era simple: cuarenta voluntarios y un par de fotografías por test. El objetivo de Ronald Rensink, profesor de informática y psicología, quien divulgó en la Psychological Science su experimento, era descubrir las causas de los accidentes en los que un conductor, cuando colisiona, es incapaz de ver al automóvil con el que choca.

La prueba se realizaba mostrando a cuarenta sujetos una foto inicial de una carretera, y en un momento determinado se realizaba un cambio cualquiera en la imagen. Un cambio de magnitud tan pequeña que se hiciera muy difícil de percibir a nivel consciente.

El test requería que los implicados presionaran un pulsador en el momento en que notaran el cambio en la secuencia de imágenes. Pero la sorpresa vino cuando, después de una jornada intensa de experimentos, algunos voluntarios preguntaron al director si debían presionar el pulsador necesariamente cuando percibieran el cambio, o si podían hacerlo cuando intuyeran que se iba a dar.

La investigación dio un vuelco y Rensink notó que, no solo la mayoría de los voluntarios se daba cuenta en el momento en que se producía el cambio, sino que un tercio de ellos pulsaba el botón inmediatamente antes de que se produjera. Asombrosamente y sin ninguna explicación aparente, los voluntarios se encontraban intuyendo que un cambio se daría en el segundo siguiente.

En un experimento similar de la Universidad Rice, en Estados Unidos, los voluntarios fueron cegados temporalmente mediante impulsos eléctricos en el cerebro, y debían adivinar entre cuatro imágenes posibles que les mostraba una pantalla de ordenador. Con gran sorpresa, el porcentaje de aciertos fue de un 75%, lejanamente superior a la cifra que se esperaría usando las estadísticas puras. Aunque todos los voluntarios habían permanecido completamente ciegos durante el experimento, podían predecir las imágenes; el único inconveniente era que no podían explicar como sabían que imagen se les había mostrado en la pantalla. Muchos expresaban simplemente que era como que “recordaron algo” después de haber estado frente al monitor.

Estos estudios parecen demostrar que la intuición, bien fuera una forma inconsciente de leer cambios infinitesimales en el ambiente o una capacidad de percibir estímulos aún imposible de descifrar con nuestro nivel de ciencia, es un exquisito y útil “sexto sentido” que se halla latente, o tal vez dormido, después de años y años de evolución tecnológica humana. Quizás las palabras más precisas para explicar el decaimiento de esta capacidad en los tiempos modernos las tenga el investigador Ap Dijksterhuis, de la Universidad de Ámsterdam, cuando después de un complejo experimento relacionado con la toma de decisiones concluyó: “En algún momento de nuestra evolución, comenzamos a tomar decisiones conscientemente, y no somos demasiado buenos en ello. Deberíamos aprender a dejar que nuestro inconsciente manejara las cosas complicadas”.

Artículo publicado originalmente en la revista 2013 y más allá

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