Por Candela Sande – Actuall.com

Mi recuerdo es neblinoso y quizá mi memoria me falle o todo venga a ser una leyenda urbana, pero retengo de mi niñez la fábula de un opulento magnate americano que se comprometía a pagar un millón de dólares -hoy no es moco de pavo; entonces era una verdadera fortuna- al primer varón que lograra dar a luz.

No sé tampoco si se trataba de una broma del buen hombre, prometiendo un premio a lo imposible o si era un producto de esa época en que las ciencias adelantaban que era una barbaridad y se especulaba con las ideas más peregrinas.

En cualquier caso, hoy tendría que arruinarse repartiendo millones so pena de incurrir en el más imperdonable pecado de moda: declararse ‘tránsfobo’. Y es que para convertirse en el primer hombre en dar a luz ahora no hace falta encontrar en el abdomen masculino algún hueco donde instalar un embrión y hacerlo prosperar por sabe Dios qué fantásticos adelantos médicos, sino, simplemente, esperar que una chica se declare varón y se quede embarazada como se viene haciendo desde que el mundo es mundo o por inseminación artificial.

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Sí, suena a trampa, pero es una trampa aceptada e impuesta por la ley y repetida por los medios más impecablemente ‘conservadores’. Por ejemplo, esta noticia que leo en el diario La RazónRubén, el primer hombre embarazado en España: «Estoy teniendo muchas dificultades».

El ‘milagro’ pierde mucho de milagroso si se tiene en cuenta que Rubén solo es Rubén porque en un momento dado una jovencita decidió ser Rubén

Si, en efecto, fuera el “primer hombre embarazado en España” entendiendo por “hombre” lo que se ha entendido en estos últimos milenios, las ‘dificultades’ del titular sonarían a perogrullada: ya imaginamos que tendría muchísimas. Pero el ‘milagro’ pierde mucho de milagroso si se tiene en cuenta que Rubén solo es Rubén porque en un momento dado una jovencita decidió ser Rubén. Y como a la ley de los hombres se la puede forzar todo lo que se quiera y la apariencia cambiarla no poco con tratamientos hormonales, así no es demasiado difícil que un fenómeno que se da todos los días en todos los rincones del planeta -que una mujer se quede embarazada- se convierta en noticia de prensa, replicada en decenas de medios y transmitida con ese sorpresivo titular.

Y es que a la biología -a la naturaleza, en general- le importa un rábano el pensamiento Disney que impongan por decreto los seres humanos en este tiempo especialmente estúpido de nuestra civilización: si ovulas y un espermatozoide se cuela en uno de tus óvulos y eso prospera, estás embarazada, ya te llames Rubén, Rosalinda o Toro Sentado.

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No me resisto a citar entero el primer párrafo de la noticia:

Me llamo Rubén y estoy embarazado”. Con estas palabras se presentaba Rubén Castro, el primer hombre gestante en España, en ‘Viva la Vida’. Este madrileño de 27 años siempre ha tenido claro que quería gestar a su bebe a pesar de ser una persona trans. Para él, estar embarazado “va contra de toda ley escrita en este país porque no hay nada que regule que haya una persona inscrita en el registro civil en masculino y que lleve a cabo este proceso”, confiesa al programa de Telecinco. Ahora está a punto de dar a luz, por lo que se enfrenta a un nuevo reto: el burocrático.

Pero no, Rubén, el burocrático no es “un nuevo reto”, sino el único que hace de la banalidad del todo este asunto una noticia. Porque es la burocracia la que te ha convertido en ‘Rubén’ y la que nos obliga a todos los demás a tratarte como un varón, tu barba no basta.

Es la burocracia, el registro, la legislación, lo que te ha convertido en eso que pone en el titular, el “primero hombre embarazado de España”. Sin esa burocracia, sin ese registro que se nos impone a todos, que nos obliga a todos, serías, como mucho, una embarazada barbuda.

Por ejemplo, hablando de las dificultades de Rubén, escribe el periodista: “En principio, las dificultades no deberían ser mayores que las que tienen las mujeres embarazadas”, y me tengo que morder la lengua para no replicar: “Claro, como que es una mujer embarazada”. Pero no: se llama Rubén. Lo dice un papel.

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