Por Carlos Esteban

Representantes de los grandes grupos mediáticos norteamericanos pidieron al Congreso exenciones especiales para defender al sector en una sesión del Comité Judicial de la Cámara.

Tiene sentido, si lo piensas: los grandes medios norteamericanos llevan décadas actuando como servicios de propaganda del partido demócrata y de perros guardianes de la ortodoxia, con no poco sacrificio de credibilidad. Es natural que exijan su parte en el botín.

Las cuentas no salían. Como en nuestro país, el descaro de los grandes grupos mediáticos en la enloquecida defensa del pensamiento único está empujando a un número cada vez mayor de usuarios a buscar su información en fuentes alternativas e incluso en particulares que “estaban ahí”. Los dispositivos móviles, Internet y las redes sociales han convertido a cualquier particular con una cámara, en el momento preciso, en el lugar adecuado, en un reportero de ocasión más creíble que el que se acerca a la escena de la noticia con un guion.

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¿Se acuerdan de 2015? Entonces había muchos dogmas incuestionables sobre política electoral, pero uno de los más inamovibles era que el candidato podía hacer y decir casi cualquier cosa, siempre que mantuviese la debida veneración a la prensa. Incluso los candidatos hacia los que los grandes medios eran más decididamente hostiles tenían que defenderse de un modo que no ofendiese al gremio.

Y Trump se salió del guion. A lo bestia. Llamaba tranquilamente ‘fake news’ a las cadenas más seguidas y poderosas del país, despreciaba a los periodistas más famosos, e incluso llegó a pedir a seguridad que expulsase a una estrella del periodismo latino en una de sus comparecencias.

El resultado no fue el esperado, para desesperación de los poderosos medios. El New York Times, después de los primeros desprecios sonados de Don, redactó su certificado de defunción política, y al día siguiente tuvo que tragarse una significativa subida en la popularidad del neoyorquino.

Trump había leído las hojas de té de las encuestas, en las que se revelaba que los americanos despreciaban a los medios a unos niveles nunca vistos, y el New York Times, no. El candidato republicano olía el cambio en el viento, así que gastó buena parte de su presupuesto de propaganda (muy inferior al de su rival, Hillary Clinton) en GORRAS, no en anuncios en la prensa. Por dos razones: porque la prensa convencional no tendría más remedio en cualquier caso que hablar de él (sabía cómo, perfectamente; les hacía cantar como un maestro de coro), y porque era mucho más barato y más eficaz explotar los nuevos medios de Internet.

Así que un ejército de trumpistas entregados cayó sobre las redes refutando noticias y comentarios contra Trump y burlándose con ingenio de la candidata demócrata. El resto, como suele decirse, es historia.

Pero, en este segundo ‘round’, han estado más despiertos, y quizá con alguna ayudita de los que cuentan los votos, llevaron a Biden a la Casa Blanca controlando las redes sociales y los buscadores por Internet. Y, ahora, los grupos más poderosos exigen su soldada, que depender del mercado cansa mucho.

Así que se han presentado ante el Congreso con un mensaje muy simple: dadnos. El argumento es el que vienen usando desde hace ya algún tiempo: el Gobierno tiene que echar una mano al sector “para luchar contra la desinformación”, el mismo que han planteado para pedir la censura de sus rivales más modestos.

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Los medios, ha recordado el presidente y CEO de la News Media Alliance, David Chavern, son “parte esencial de nuestra democracia”, y ahora está “amenazada” y necesita que el Gobierno les dé una ayudita por los viejos tiempos. “Se necesita la ayuda del Congreso para combatir ese amenaza”.

Visto que, asombrosamente, Estados Unidos va por detrás de nuestro país en este asunto, es cuestión de tiempo que los gigantes en manos de los hombres más ricos del mundo se enteren del caso de nuestro ejecutivo ‘ayudando’ al multimillonario Roures en la peor crisis económica desde la posguerra civil y se les encienda la bombilla.

Fuente: gaceta.es

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