Fuente: La Gaceta
Por Unai Cano
Nuevo golpe contra los planes de las élites globalistas. En esta ocasión, pese a los millones invertidos, la mayor granja de insectos de Europa, Ÿnsect, se ha declarado insolvente y ha entrado en liquidación judicial, poniendo fin a uno de los proyectos más ambiciosos —y costosos— de la industria alimentaria alternativa del continente.
La caída de la startup francesa supone el colapso definitivo de una empresa que llegó a recaudar más de 600 millones de dólares en financiación pública y privada, apoyada por inversores institucionales, fondos de impacto y celebridades internacionales. Entre sus respaldos figuraba incluso la Coalición FootPrint impulsada por el actor Robert Downey Jr., quien llegó a promocionar la compañía en televisión estadounidense durante el Super Bowl de 2021.
Sin embargo, tras años de expansión acelerada y promesas de transformar el sistema alimentario global, Ÿnsect no consiguió construir un modelo de negocio rentable. Su propuesta estrella —producir proteínas a partir de insectos como alternativa sostenible a la soja o la harina de pescado— chocó frontalmente con la realidad económica del mercado de piensos, dominado casi exclusivamente por el precio.
Aunque el debate público tendió a atribuir el fracaso al rechazo cultural hacia el consumo de insectos, lo cierto es que la alimentación humana nunca fue el eje central del proyecto. Desde sus inicios, Ÿnsect osciló entre varios mercados: alimentación animal, acuicultura, comida para mascotas y, de forma marginal, consumo humano. Esa falta de definición estratégica terminó pasando factura.
La confusión se acentuó en 2021, cuando la empresa adquirió Protifarm, una firma neerlandesa especializada en insectos para consumo humano. El entonces consejero delegado, Antoine Hubert, reconoció abiertamente que ese segmento no superaría el 10–15% de los ingresos en el medio plazo, admitiendo implícitamente que se trataba de un mercado secundario justo cuando la compañía necesitaba escalar ventas con urgencia.
El verdadero talón de Aquiles fue financiero. Los ingresos reales nunca acompañaron al relato. En su mejor año, 2021, la filial principal apenas facturó 17,8 millones de euros, una cifra que, según datos públicos, estuvo inflada por operaciones internas entre filiales. Para 2023, las pérdidas acumuladas superaban los 79 millones de euros.
Aun así, Ÿnsect logró atraer capital gracias a un potente discurso de sostenibilidad. Fondos como Astanor Ventures y el banco público Bpifrance apostaron por una visión alineada con las políticas climáticas europeas. El problema fue que el mercado no pagó esa narrativa. En el sector de los piensos, la sostenibilidad no genera primas suficientes como para absorber costes industriales mucho más altos.
El golpe definitivo llegó con Ÿnfarm, una gigantesca planta industrial en el norte de Francia que la propia empresa definió como la granja de insectos más grande —y más cara— del mundo. La instalación consumió cientos de millones antes de que Ÿnsect demostrara la viabilidad económica de su modelo. Fue una apuesta de alto riesgo realizada demasiado pronto.
Para pilotar ese salto industrial, la compañía incorporó a Shankar Krishnamoorthy, exdirectivo de Engie. Más tarde, ante el fracaso del giro hacia la alimentación para mascotas, Krishnamoorthy sustituyó a Hubert como CEO. Los recortes llegaron tarde: cierre de plantas, despidos y abandono de activos no estratégicos, sin lograr salvar una estructura sobredimensionada.
Finalmente, la empresa entró en liquidación. Su último director ejecutivo, el especialista en reestructuraciones Emmanuel Pinto, declaró que los activos restantes están ahora a la venta, con la esperanza de que el conocimiento técnico desarrollado pueda ser reutilizado en otros proyectos europeos.
Desde el ámbito académico, el profesor Joe Haslam, del MBA del IE Business School, considera que el caso va mucho más allá de los insectos. A su juicio, Ÿnsect es el ejemplo de un desajuste clásico entre ambición industrial, capital disponible y tiempos de ejecución, agravado por errores estratégicos. Para Haslam, Europa financia ideas, pero fracasa sistemáticamente al industrializarlas, citando paralelismos con proyectos como Northvolt, Volocopter o Lilium.
El desplome de Ÿnsect no implica necesariamente el final del sector. Competidores como Innovafeed han optado por un crecimiento más gradual, con plantas más pequeñas y una expansión menos dependiente del endeudamiento masivo.
Paradójicamente, el propio Hubert ha terminado reconociendo las carencias del ecosistema industrial europeo. Tras abandonar Ÿnsect, cofundó Start Industrie, una asociación destinada a presionar por políticas que apoyen de verdad la industrialización de startups tecnológicas en Francia.
El caso deja una lección incómoda: ni los discursos verdes, ni el respaldo institucional, ni las inversiones millonarias garantizan el éxito si la economía real no acompaña. En el choque entre ideología, capital y mercado, fue este último el que terminó dictando sentencia.









