El presidente Donald Trump ha vuelto a sacudir el debate internacional, esta vez al denunciar lo que considera una contradicción flagrante en la agenda ambientalista global. En un mensaje publicado el 9 de noviembre en Truth Social, Trump escribió: “¡Destrozaron el infierno del bosque tropical de Brasil para construir una carretera de cuatro carriles para que los ambientalistas viajen! ¡Se ha convertido en un gran escándalo!”.
El comentario, acompañado de una imagen de Fox News que mostraba la tala de 100.000 árboles en la Amazonía para preparar la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30) en Belém, Brasil, desató un intenso debate sobre la coherencia de las políticas ecológicas impulsadas desde las cumbres climáticas.
La carretera en cuestión fue presentada por las autoridades brasileñas como una obra necesaria para recibir a los más de 50.000 delegados que participarán en el evento. Sin embargo, el costo ambiental ha resultado alarmante: cientos de hectáreas de selva han sido arrasadas, afectando gravemente a la biodiversidad y a comunidades locales, como la de los agricultores de açaí, cuyos medios de vida se han visto comprometidos, según informó la BBC el 12 de marzo.
Trump aprovechó este episodio para destacar lo que, en su opinión, revela la “doble moral” del ambientalismo global. Su mensaje resonó con fuerza en un contexto donde estas cumbres son cuestionadas por su propia huella ecológica. Grandes infraestructuras, consumo masivo de recursos y desplazamientos internacionales contrastan con los discursos de sostenibilidad que proclaman sus organizadores.
Los conservacionistas advierten que esta carretera podría abrir una vía para una deforestación aún mayor en el futuro, un riesgo que contradice los principios mismos de la conferencia. Mientras tanto, el gobierno brasileño insiste en que se trata de un proyecto “sostenible”, aunque críticos lo califican de un nuevo caso de lavado verde, según un análisis de The Guardian publicado el 8 de noviembre.
En este escenario, la intervención de Trump actúa como un reflector que ilumina las contradicciones de una agenda que dice salvar el planeta, pero que a menudo tropieza con sus propias prácticas. Su crítica no solo cuestiona la coherencia de las élites ambientalistas, sino que también invita a una reflexión más profunda: si el objetivo es proteger ecosistemas como el Amazonas, ¿no debería comenzar por reducir el impacto de las propias soluciones propuestas?
La llamada “carretera de la COP30” se ha convertido, así, en un símbolo de esa desconexión entre discurso y realidad. Mientras el debate continúa, la voz de Trump ha conseguido algo indiscutible: poner en evidencia una hipocresía que durante años se ocultó bajo el manto de las buenas intenciones. Ahora, los líderes climáticos deberán demostrar con hechos —y no solo con promesas— que realmente están comprometidos con el medio ambiente que dicen defender.
La COP30, o 30ª Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático se está llevando a cabo en Brasil.









