El movimiento que reivindica las banderas nacionales en Reino Unido desata la histeria del ‘establishment’ gubernamental

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Fuente: La Gaceta

Por Karina Mariani

Un movimiento popular, nacido de las RRSS llamado Operation Raise the Colours, ha llevado a muchísima gente en el Reino Unido a colgar en espacios públicos las banderas de la Union Jack y de la Cruz de San Jorge (símbolos nacionales británico e inglés respectivamente) o a pintarlos como grafitis en cruces de calles, por ejemplo. Su éxito se puede medir no tanto por la extensión y cantidad —se trata de un movimiento muy nuevo— sino por la reacción desproporcionada, histérica y absurdamente predecible del establishment gubernamental, del progresismo y de la islamoizquierda.

Aunque se trata de banderas nacionales, su sola presencia en el espacio público ha levantado una notable polémica, sobre todo en dos ayuntamientos bastiones del islamismo: el Ayuntamiento de Birmingham y el de Tower Hamlets, donde las autoridades pusieron manos a la obra para hacer desaparecer las banderas, alegando motivos de salud, seguridad o resguardo de la propiedad. Curiosamente, en estos ayuntamientos en particular y en el país en general, las banderas palestinas nunca han sido removidas ni acusadas de ser peligrosas para la salud de nadie.

El caso del movimiento Operation Raise the Colours ha obligado a los burócratas y políticos, a los medios mainstream y al wokismo de amplio espectro a sostener que una bandera nacional genera división en su propio país y que detrás de ella hay activismo disolvente. El rápido crecimiento del movimiento Operation Raise the Colours, la forma en la que está obteniendo apoyo económico (con donaciones que en muchos casos son de 2 o 5 libras) y la magnitud de la alarma que está levantando, pone en evidencia varios de los debates culturales y filosóficos que describen la crisis de la cultura occidental.

Por cierto, uno de ellos es la carga emocional y ética de los símbolos, ya sean religiosos, patrios o patrimoniales, que suelen ser atacados por el antioccidentalismo. Por ejemplo, los científicos Jonathan Haidt, Silvia Helena Koller y Maria G. Dias, en un ensayo de 1993 titulado «Affect, Culture, and Morality, or Is It Wrong to Eat Your Dog?», analizaron el peso de las emociones en los juicios morales respecto de acciones ofensivas pero que no causan daños concretos ni legales a terceros.

Uno de los casos hipotéticos fue el de limpiar un inodoro con una bandera nacional, ejemplo considerado ofensivo aunque inofensivo desde una perspectiva de daño directo. El experimento de la bandera usada para limpiar el inodoro mostró que las personas con mejor posición educativa y socioeconómica tendían a ver el caso como una preferencia personal, mientras que otros grupos lo juzgaban como moralmente incorrecto. El estudio sostenía que los juicios morales se basan más en reacciones afectivas que en evaluaciones de daños concretos. La bandera, como representación abstracta, se entiende como un símbolo de gran valor histórico y comunitario, y usarla de manera irrespetuosa viola normas morales relacionadas con la ética comunitaria y, aunque no existiera daño físico, la acción se percibe como moralmente reprobable y universalmente incorrecta para importantes sectores sociales.

Este hallazgo constituye evidencia crucial para entender que la moralidad no se limita a evitar daño interpersonal, sino que incluye dimensiones de respeto, pureza y santidad que determinan las escalas morales de una cultura. El experimento expandió significativamente la comprensión de lo que constituye una transgresión moral, desafiando los modelos puramente racionalistas del juicio moral y destacando el papel de las emociones en la construcción de nuestros marcos éticos.

Cabe preguntarse por qué la Operation Raise the Colours ha prendido con tanta fuerza y por qué tanta gente participa en ella, y esta pregunta es la clave. El Reino Unido avanza hacia una profunda crisis civil, empujado por la reacción de amplios sectores de la población a aceptar la narrativa de que la propia historia es una crónica exclusiva de maldad y opresión, que debe ser dinamitada desde sus cimientos; y que los británicos deben aceptar la condena a la humillación y desaparición sin protestar, para no ser señalados como racistas.

Las banderas de la Cruz de San Jorge y de la Union Jack comenzaron a ser un elemento clave de las protestas contra la inmigración ilegal, sobre todo luego de que casos como el del asesinato de las niñitas en la clase de baile en Southport o el de las bandas de pakistaníes violadores y asesinos de niñas salieran a la luz causando indignación nacional e internacional. Pero la obsesión mediática y política por tapar el crecimiento de la amenaza violenta islamoizquierdista, equiparándolo con el hombre de paja de la «extrema derecha», hizo que se empezara a señalar a las banderas nacionales como íconos de un neoderechismo iracundo, argumento que cae en el ridículo si se considera que el terrorismo islamista constituye la principal amenaza en el mundo y especialmente en Reino Unido, representando la abrumadora mayoría de los atentados de este siglo.

Siempre existirá el peligro de que una reacción se transforme en una especie de política étnica de victimización; los fanáticos de la derecha woke están ciertamente deseosos de impulsar las cosas en esa dirección. Pero el hecho de que Operation Raise the Colours se haya convertido en un evento masivo y orgánico demuestra que esto no está impulsado por esa famosa «extrema derecha» —un sector patético y que es afortunadamente marginal— al que se pretende señalar como impulsor de estas acciones. Que la bandera nacional sea considerada como una expresión siniestra de agresividad étnica blanca, estructuralmente opresora, no deja de ser un sofisma circular. En todo caso, si se quiere evitar que el fascismo se apropie de una bandera, debería dejarse de considerar a esa bandera como sinónimo de fascismo.

Lo cierto es que, hoy por hoy, Operation Raise the Colours tiene la virtud de exponer el lacerante cinismo woke y a la vez despertar un debate filosófico y sociológico sobre simbolismos y valores, que surge del hecho evidente de que en la Gran Bretaña «multicultural» se celebran todas las identidades excepto la inglesa y la británica. La bandera del orgullo decora los edificios oficiales británicos cada junio, la antioccidental palestina es omnipresente como lo fue la de BLM hace unos años. Pero, sin embargo, en la guerra de las banderas, quieren convencernos de que las nacionales de la Cruz de San Jorge y la Union Jack son sinónimo de xenofobia, opresión y violencia social. Y que además dañan la convivencia y el espacio público.

La propensión a autodespreciarse y culparse por la propia historia ha sido desde hace tiempo una tendencia de Occidente, que el antioccidentalismo ha sabido explotar. Pedir disculpas anacrónicas por el accionar de nuestros antepasados ha estado entre nosotros durante décadas, pero la ideología woke ha alimentado cepas particularmente virulentas de este sinsentido con el auge del identitarismo étnico, del indigenismo y del islamismo. Sobreactuar culpas por crímenes que no cometimos, humillándose ante quienes no fueron víctimas de dichos crímenes, es una de las muecas más vacías y falaces del virtue signaling. Ciertamente no requiere valor porque no hay un real arrepentimiento de un pecado que no se cometió. Es cínico, condescendiente y un gesto de falsa modestia y soberbia. El desprecio por la propia herencia es una de las formas más elevadas de egocentrismo y jactancia.

En este contexto, la guerra de banderas es muy reveladora. Se ha convertido en una faceta inesperada de la guerra cultural, que ha obligado al wokismo a proclamar que una bandera nacional es una amenaza y una declaración de apoyo a todo lo malo que existe en este mundo. La paradoja es evidente: en la sociedad multicultural, el único símbolo prohibido es el de la propia nación que la alberga.

Todo se reduce al significado de una bandera. Para muchos, la bandera sirve como punto de unión, orgullo de su tierra, de sus héroes, de sus costumbres y de su historia. Para otros, la bandera representa todo lo que desean destruir.

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