La envidia: Un veneno silencioso que debemos erradicar desde la infancia

Comparte

Fuente: El Buen Camino en GJW

La envidia ha sido señalada, desde tiempos remotos, como un veneno silencioso que corroe el alma humana. No es una simple molestia pasajera ni una emoción inocente: es un veneno interno que, si no se controla, intoxica el carácter, apaga la alegría y destruye vínculos valiosos. Quien vive bajo el peso de la envidia no solo sufre por lo que no tiene, sino que se amarga al ver el bien ajeno.

En generaciones pasadas, las familias, las escuelas y las comunidades entendían que el carácter moral era tan importante como el conocimiento académico. Se enseñaba a alegrarse por los logros de otros, a felicitar sinceramente y a cultivar gratitud por lo recibido. La envidia era reconocida como un mal a combatir, no como una emoción a tolerar. Los mayores sabían que si se permitía que germinara en el corazón de un niño, crecería como una maleza, ahogando virtudes más nobles.

Actualmente, la comparación entre personas se ha instalado como una práctica común, casi cotidiana y muchas veces se olvida una verdad esencial: cada persona tiene lo que le corresponde en su momento, y no necesitamos lo ajeno para ser plenos. El problema no es que existan comparaciones, sino permitir que de ellas nazca la envidia, esa emoción amarga que roba la paz y envenena las relaciones. Cuando un niño no aprende a manejarla, puede crecer con un corazón predispuesto al resentimiento y a la insatisfacción, incapaz de alegrarse por el bien ajeno e incluso dispuesto a actuar mal para conseguir lo que quiere.

Una forma efectiva de que los niños comprendan el peligro de la envidia y aprendan el valor de la generosidad es a través de relatos que ilustran estas enseñanzas de manera clara y sencilla. Una historia que puede ayudar mucho en este sentido es la siguiente:

Los dos hermanos: cómo la envidia destruye y la bondad construye

Había una vez dos hermanos. Uno, llamado Kenji, era un próspero comerciante que vivía en una hermosa casa con todas las comodidades. El otro, llamado Taro, era un humilde campesino, siempre luchando para llegar a fin de mes. Taro, consumido por la envidia, veía la riqueza de Kenji como una injusticia. Cada vez que Kenji lograba algo nuevo, Taro sentía un profundo resentimiento.

Un día, Kenji compró un magnífico caballo blanco. Taro, al verlo, sintió una envidia tan intensa que decidió hacerle daño. Se acercó al caballo, lo soltó de sus amarras y lo dejó escapar. Kenji, aunque apenado, no culpó a su hermano y simplemente compró otro caballo aún mejor. Taro, al ver que su intento de dañar a Kenji había fracasado, se sintió aún más frustrado.

Un tiempo después, Kenji encontró un tesoro escondido. Taro, al enterarse, se llenó de ira y trató de robarle el tesoro. Sin embargo, su codicia lo cegó y terminó cayendo en una trampa, perdiendo lo poco que tenía. Kenji, en cambio, usó parte del tesoro para ayudar a los necesitados y construir una escuela para los niños del pueblo.

La historia muestra que la envidia solo lleva a la desgracia. Taro, en su intento de perjudicar a su hermano, solo se perjudicó a sí mismo. Mientras tanto, Kenji, a pesar de las acciones de su hermano, se mantuvo firme en su bondad y prosperidad, demostrando que la verdadera riqueza reside en la gratitud y la generosidad.

Enseñar a los niños a eliminar la envidia es, en realidad, enseñarles a vivir libres. La clave está en cultivar virtudes: gratitud, generosidad y aprecio por lo que es propio. Un niño que aprende a agradecer lo que tiene no vive obsesionado con lo que le falta. Un niño que desarrolla generosidad se alegra cuando otros prosperan. Y un niño que reconoce sus dones deja de medir su valor por comparación.

Este trabajo educativo comienza en el hogar. No basta con decirles “no seas envidioso”; es necesario modelar la actitud correcta. Los padres pueden celebrar los éxitos ajenos en voz alta, evitar quejas constantes sobre lo que falta y enseñar a valorar los esfuerzos, no solo los resultados. También es útil compartir relatos —de la historia, la literatura o la vida cotidiana— donde la envidia lleve a la ruina, y la gratitud conduzca a la paz.

La envidia no es parte inevitable del ser humano: es una mala semilla que se planta y crece si no se arranca a tiempo. Por eso, enseñar a los niños a eliminarla es una de las mayores herencias que podemos dejarles. Esto significa guiarlos para que valoren lo que tienen, se alegren por los logros de otros y comprendan que la verdadera riqueza está en la gratitud y la generosidad. Un corazón libre de envidia será siempre un corazón más ligero y más feliz.

Comparte
Subscribe
Notify of
guest
1 Comentario
Más antiguos
Recientes
Inline Feedbacks
Ver todos los comentarios