El respeto a los mayores: la base sólida de una educación con valores

Comparte

Fuente: El Buen Camino en GJW

El respeto a los mayores fue, durante siglos, un valor indiscutido. En cada casa, en cada escuela, en cada rincón del pueblo o del barrio, los niños sabían que a los abuelos se los escuchaba, a los padres se los obedecía y a los mayores se los trataba con cuidado. No era una regla escrita, era una forma de vivir.

Hoy, en tiempos donde todo parece girar alrededor de lo joven, lo nuevo y lo inmediato, corremos el riesgo de perder esa riqueza. Pero aún estamos a tiempo de recuperarla. Y como todo valor profundo, el respeto se aprende —y se siembra— en casa.

En tiempos pasados, no tan lejanos, era impensable interrumpir a un adulto mientras hablaba. Los niños saludaban al entrar a una casa, escuchaban en silencio cuando los mayores contaban algo, y pedían permiso para retirarse de la mesa.

En los pueblos, los abuelos eran verdaderos referentes. Eran los que contaban las historias de la familia, enseñaban con el ejemplo y bendecían cada decisión importante. Nadie se atrevía a levantarles la voz. Y no por miedo, sino por honor.

Incluso en la escuela, cuando un docente entraba al aula, todos se ponían de pie. Era una forma de enseñar que no todas las personas están en el mismo lugar, y que el saber y la experiencia merecen un reconocimiento.

En muchas culturas orientales, el respeto a los mayores sigue siendo un pilar fundamental. El confucianismo enseña la “piedad filial”, que no es otra cosa que el deber moral de cuidar, obedecer y honrar a los padres y ancianos. Esta tradición nos recuerda que respetar no es someterse, sino agradecer. Porque los mayores, antes que ser personas con más edad, son aquellos que ya recorrieron el camino que nosotros recién comenzamos.


¿Cómo se enseña en casa?

Con el ejemplo. Los niños imitan más de lo que escuchan. Si ven a sus padres escuchar con paciencia a los abuelos, tratarlos con ternura y pedirles consejo, ellos harán lo mismo. Si, en cambio, presencian burlas, impaciencia o indiferencia hacia los mayores, repetirán esa actitud sin necesidad de explicaciones.

Con normas claras. Es necesario recuperar gestos cotidianos que enseñan respeto: saludar al entrar, esperar el turno para hablar, dar las gracias, mirar a los ojos cuando se conversa. Pequeñas acciones que forman grandes personas.

Con correcciones firmes pero amorosas. Cuando un niño le falta el respeto a un adulto, no se lo puede dejar pasar. Hay que señalarlo con claridad, explicarle por qué estuvo mal, y acompañarlo a pedir disculpas. Eso también es educar con amor.

Con tiempo compartido. Respetar a los mayores también es pasar tiempo con ellos. Visitar a los abuelos, escucharlos sin apuro, preguntarles por su infancia, dejar que cuenten una historia por tercera vez. Ahí, en lo simple, el respeto se hace vida.

Con memoria familiar. Hablar de los que ya no están, mostrar fotos, contar cómo eran los bisabuelos, qué valores tenían. Eso conecta al niño con su historia.


Respetar a los mayores no es una costumbre antigua. Es una necesidad actual. Es formar a nuestros hijos para que sepan mirar más allá de lo inmediato, valorar la experiencia y reconocer la dignidad del otro.

Porque el niño que aprende a mirar con respeto a quienes lo preceden, también aprenderá a mirar con humildad su propio camino. Y el día de mañana, sabrá ser un adulto que inspire respeto, no por exigirlo, sino por haberlo vivido desde chico.

Comparte
Subscribe
Notify of
guest
0 Comentarios
Más antiguos
Recientes
Inline Feedbacks
Ver todos los comentarios