
Fuente: La Gaceta de la Iberosfera
Klaus Schwab, el tristemente célebre fundador del Foro Económico Mundial (FEM), ha renunciado a su cargo superado por las denuncias de corrupción y de comportamientos aberrantes. Con su caída, cae uno de los íconos de la degradación cultural de este siglo.
La verdad es que Schwab lleva mucho tiempo anunciando su partida del FEM, popularmente conocido como el Foro de Davos. A mediados del año pasado hizo el anuncio de que había dimitido como director ejecutivo con la intención de permanecer como presidente. Hace unas pocas semanas volvió a anunciar su salida pero la proyectó para dentro de unos años. Una gran confianza en su salud ha mostrado el hombre que carga con casi nueve décadas, insinuando a tan largo plazo su eventual jubilación. Sin embargo, abruptamente, el proceso se aceleró esta semana al ritmo de las acusaciones y ahora la renuncia fue con efecto inmediato.
Tras una reunión extraordinaria de la junta directiva, un comunicado oficial del FEM informaba la situación. Ahora el director ejecutivo interino es Peter Brabeck-Letmathe, exdirector ejecutivo de Nestlé, nombrado por unanimidad mientras se busca un sucesor permanente. Durante medio siglo, Schwab ha presidido este imperio creado en base a la superficialidad, la arrogancia y el corporativismo. Una cáscara vacía con un valor de varios cientos de millones de dólares que incluye la convención de Davos y organizaciones paralelas como Global Shapers, Young Global Leaders y Schwab Foundation Social Entrepreneurs.
Una de las razones por las que los adictos al poder nunca quieren abandonarlo, es porque al perderlo entran todas las balas, es una regla universal. Así que con la salida de Klaus del FEM, a las denuncias existentes de años atrás, se sumó una investigación dirigida por su mismísima junta directiva sobre la cultura laboral del FEM que denunciaría un sistemático uso de fondos de la organización para placeres personales de amplio espectro, una enorme malversación de fondos que usaba empleados de bajo rango para esos chanchullos, un hostigamiento especialmente encarnizado con personas mayores y embarazadas, más acoso sexual y otras formas de ser una persona horrenda.
Para un organismo promotor de todas las regulaciones wokistas como las DEI y ESG es notoria la paradoja y el daño. El FEM ha hecho del ‘virtue signalling’ un culto y ha obligado a otros a exhibir sus credenciales moralistas en cada ocasión. Pero es cierto que el FEM venía en franca decadencia y había perdido relevancia y prestigio desde su pico de delirio totalitario con el video de 2020 de «No tendrás nada y serás feliz«, alineado pornográficamente con la Agenda 2030, en donde Schwab se sobreexpuso y suscitó la reacción mundial frente a la manifestación mafiosa global más importante que se dio en llamar «El Gran Reseteo«. Desde principios de la década de 2000 los humos ya eran ridículos incluso para los parámetros de Davos, y Schwab se equiparaba con mandatarios gubernamentales. Esto es lo que lo llevó impunemente a pedir un «Gran Reinicio» de nada menos que toda la economía mundial tras la pandemia de covid-19.
El error de Schwab fue su fatal arrogancia, su síndrome de Hubris, producto de comprar el mismo artificio que él vendía, y responder al auge de las redes con un contenido viral que se asemeja a un niño desesperado por llamar la atención. El «Gran Reinicio» fue, justamente, un berrinche que lo expuso e hizo llegar su mensaje, ridiculizado y repudiado, hasta quienes ni siquiera sabían de la existencia del Foro de Davos.
Desde entonces el declive no ha parado a medida que se identifica al FEM como el epítome de las peores características del wokismo: una perspectiva que ha entrado en conflicto en este momento gracias a que sus cimientos hacen agua por todos los costados. El FEM se convirtió en el foco de teorías conspirativas de todo calibre dañinas para el secretismo de la cultura corporativa. Los temas anuales siguientes han reflejado la necesidad de la junta directiva de salir del escándalo permanente y específicamente el tema de 2024: «Reconstruyendo la confianza» es una confesión y un pedido de auxilio. Pero tal vez, en los que concierne a la esencia de Davos, lo que más ha despertado el resquemor y la reacción en este particular momento de luchas ideológicas es el modelo económico que promueve.
En los orígenes del Foro de Davos, Schwab redactó su primer Manifiesto afirmando que su propósito era servir a los clientes, accionistas y armonizar los diferentes intereses de las partes interesadas. Era el origen de lo que luego dió en llamar «Capitalismo de las Partes Interesadas: Una Economía Global que Trabaja por el Progreso, las Personas y el Planeta«. En efecto, desde el principio, en la reunión anual en Davos, los jefes de gobierno, directores de las empresas más grandes del mundo y representantes del ONGísmo global, lo que promovieron, lisa y llanamente, fue el viejo y conocido corporativismo.
El corporativismo es el indecente contubernio entre líderes políticos y las empresas «amigas» para gestionar la economía de forma que se minimicen los riesgos (para el contubernio, se entiende) de los mercados libres. La reunión anual de Davos ha sido una caja de herramientas y un manual de instrucciones del corporativismo de alta estirpe, para mermar la competitividad económica y ampliar el control social. El «capitalismo de las partes interesadas» se transformó en un aquelarre de jets privados, reuniones diurnas para marcar agenda a los simples mortales y reuniones nocturnas pantagruélicas para marcar la agenda de quienes se percibían dioses.
Klaus Schwab ha sido protagonista de numerosas teorías conspirativas descabelladas, su imagen y vestimenta han contribuido en gran medida a nutrirlas, justo es decirlo. Ha sido acusado de regentear sectas perversas usando los poderes de las élites para volcarse a diabólicos rituales con el fin de obtener poder y juventud. Sin embargo, el FEM no necesita de amarillismo paranoico para alarmarnos. Es una secta peligrosa por lo que abiertamente muestra, más allá de las teorías afiebradas.
Schwab y su gran poder quisieron convencer, y no con poco éxito, a los poderosos del mundo de que se necesitaba un Reinicio planetario. Una especie de nuevo contrato social universal que redefiniera las relaciones globales futuras, suprimiendo además los riesgos de cambios mediante la censura y la ingeniería social y económica, de arriba hacia abajo.
Esto que parece una película Sci‐Fi, le pareció a Klaus y a sus socios una idea genial y probable. El Gran Reseteo planteaba tener bajo su poder la dirección de las economías nacionales, las prioridades éticas y morales de las sociedades y la gestión del patrimonio global. Si alguien cree que con la caída de Schwab el peligro pasó, puede darse un baño de realidad escuchando lo que promueven personajes como Von der Leyen, Lagarde, Thierry Breton, Georgieva o cualquiera de esa especie.
Las más delirantes teorías conspirativas empalidecen frente a quienes pretenden controlar hasta la transacción más diminuta del lugar más recóndito con la moneda digital universal. O frente a quienes decidieron pases sanitarios para todo el mundo, esté o no enfermo, so pena de impedirle la movilidad.
El corporativismo no es sólo la versión del fascismo italiano de principios del siglo pasado, puede tener caras más amables. Pero nunca se adapta a la disidencia, y promueve un pensamiento único, desalentando cualquier cuestionamiento del consenso. Lo que importa es la armonización de la narrativa colectiva. Es claro que tarde o temprano ataca de forma abierta o solapada a las expresiones democráticas. En reiteradas ocasiones Klaus Schwab dijo: «siento una gran admiración por China», y es evidente que es su modelo.
En el modelo «capitalista de partes interesadas» de Schwab, no hay mucho espacio para el ciudadano común en la toma de decisiones, siquiera las más mínimas, y mucho menos para la aprobación popular de las cuestiones que afectan la vida pública y privada de las personas. El corporativismo es un modelo de arriba hacia abajo que menosprecia y teme a las iniciativas de abajo hacia arriba difíciles de controlar. El corporativismo es una máquina de neutralizar decisiones de los votantes para ponerlas en manos de burócratas que no pagan electoralmente por sus errores y corrupciones.
En definitiva, la agenda del Foro de Davos es una enorme, descarada y perversa conspiración a cielo abierto que no necesita demonizaciones alocadas para ser condenada. El FEM se está autopurgando, entregando al escarnio público a Schwab, tratando de despegarse de su fundador para conservar su poder y agenda. Por eso su tema de 2024 se centraba en la «confianza» que ha perdido. Hay muchos oscuros privilegios que salvar.
La buena noticia es que posiblemente nunca recuperen la confianza, la legitimidad y el prestigio. Con el tiempo, a la reunión de Davos se la recordará como una muestra de ostentación impúdica de hoteles, jets, escorts y poco más. Están desnudos, expuestos, gastados, denunciados e investigados. No tienen predica en el ciclo PosWoke. Pero no caerán sin luchar, y se mantendrán a flote mientras exista gente que crea en sus mentiras.
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