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Fuente: Informe Orwell

Un memorando de la CIA fechado el 4 de junio de 1964, desclasificado y publicado el 18 de marzo de 2025 bajo la Ley de Registros del Asesinato del Presidente John F. Kennedy, arroja luz sobre los ambiciosos esfuerzos de Fidel Castro para desestabilizar gobiernos en América Latina durante la Guerra Fría. Clasificado en su momento como “Secreto” y con restricciones para su difusión internacional, este documento histórico —identificado como OCI No. 1586/64 104-10338-10018— detalla la estrategia de Cuba para exportar su modelo revolucionario, con el objetivo de crear una “segunda Cuba” en la región mediante la subversión, el entrenamiento en guerra de guerrillas y la propaganda.

El informe señala que, desde julio de 1963, los esfuerzos subversivos cubanos en América Latina avanzaban a un ritmo constante, a pesar de reveses significativos en países como Venezuela y Brasil. Entre julio y diciembre de 1963, cuando La Habana parecía creer que una “segunda Cuba” estaba al alcance en Venezuela, la propaganda cubana enfatizaba la inevitabilidad de revoluciones inspiradas por Castro en el hemisferio. Sin embargo, a partir de enero de 1964, los líderes cubanos moderaron sus exhortaciones directas a la violencia, priorizando otras políticas, como el enfoque en el desarrollo económico, declarado como “el año de la economía”. A pesar de este cambio, la CIA evaluó que el potencial subversivo de Cuba en América Latina seguía siendo elevado.

En su discurso del 26 de julio de 1963, Fidel Castro retomó el tono militante de sus intervenciones de finales de 1962, afirmando que Cuba era la principal fuente de inspiración y guía para revoluciones inevitables en el resto de América Latina. Declaró que lo logrado en Cuba podía replicarse “exactamente de la misma manera” en muchos países latinoamericanos, urgiendo a los militantes del hemisferio a aprovechar las condiciones favorables para la revolución y “abrir la brecha”. El 28 de septiembre de 1963, Castro afirmó que, mientras los “imperialistas” creían poder destruir la revolución cubana, los cubanos confiaban en que antes de que eso ocurriera, “muchas otras revoluciones como la nuestra aparecerán en el continente”. Por su parte, Che Guevara, el 24 de noviembre de 1963, subrayó que extender la revolución en el hemisferio era “también nuestra responsabilidad y forma parte de nuestra preocupación diaria”. Estas declaraciones reflejan la convicción de Castro y sus colaboradores de que nuevas revoluciones comunistas eran inevitables, que Cuba podía acelerar este proceso y que, por su propio interés, era urgente iniciar acciones revolucionarias donde fuera posible y lo antes posible. Aunque en 1964 suavizaron su retórica pública, la CIA consideró que esta postura fundamental no había cambiado, y los líderes cubanos seguían creyendo que la existencia de su régimen inspiraba a otros revolucionarios latinoamericanos, a quienes continuarían apoyando.

No obstante, la política revolucionaria de Cuba sufrió derrotas significativas tras el descubrimiento, el 1 de noviembre de 1963, de un alijo de armas cubanas de 3 toneladas en una playa venezolana. Este incidente desencadenó acciones por parte de la Organización de los Estados Americanos (OEA), aún pendientes en ese momento. A pesar de las campañas terroristas respaldadas por Cuba, el gobierno constitucional de Venezuela resistió, y la victoria electoral del presidente Raúl Leoni en diciembre de 1963 consolidó la estabilidad. Los disturbios en Panamá en enero de 1964 no lograron alterar los procesos constitucionales, y el derrocamiento del presidente João Goulart en Brasil en abril de 1964 representó otro golpe para La Habana. Estos reveses, junto con la visita de Castro a la Unión Soviética en enero de 1964 —donde pudo haber sido advertido de moderar sus tácticas—, podrían haber llevado a Cuba a buscar un “respiro” en sus operaciones más visibles. Además, la designación de 1964 como “el año de la economía” y la necesidad de obtener bienes del mundo occidental sugieren que Cuba ajustó su estrategia, posiblemente esperando una mejora en las relaciones con Estados Unidos tras las elecciones de noviembre de 1964.

Aun así, Cuba mantuvo su apoyo a grupos pro-Castro en países como Argentina, Brasil (antes del levantamiento de abril), Chile, Panamá, Guyana Británica y otros desde principios de 1964. Che Guevara reafirmó esta postura en entrevistas: en marzo de 1964, en un periódico italiano, insistió en que la “liberación nacional” en América Latina requería violencia, afirmando que esta sería “necesaria” en “casi todos” los países, ya que “no hay otra manera”. En abril, en Argel, enfatizó: “Es muy, muy, muy, muy, pero muy difícil lograr la liberación en América Latina por medios pacíficos”. Estas declaraciones destacan la persistencia de la visión cubana, incluso bajo un perfil más bajo.

El aspecto más inquietante de esta campaña fue el programa de entrenamiento en guerra de guerrillas. Fuentes clandestinas confiables indicaron que hasta 1,500 latinoamericanos recibieron esta formación en 1962, y varios cientos más, que viajaron a Cuba en 1963 bajo el pretexto de estudiar agricultura como “estudiantes becarios”, también fueron entrenados. Este programa incluía manejo de equipos de comunicación, técnicas de inteligencia militar —como establecer redes entre campesinos—, uso de armas como rifles y explosivos, y tácticas de guerrilla. Este esfuerzo, considerado por la CIA como la forma más seria de subversión cubana, reflejaba una operación profesionalizada, influenciada por asesores soviéticos y veteranos de la Guerra Civil Española.

Este memorando de 1964, ahora accesible al público, ofrece un retrato vívido de una estrategia cubana para someter a América Latina bajo las garras del comunismo.

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