
Por Joana Campos – Gateway Hispanic
Por fin, alguien está poniendo el dedo en la llaga de uno de los mayores escándalos de salud pública en Estados Unidos: la comida que consumimos está llena de químicos tóxicos, y nadie parece saberlo ni hacer nada al respecto.
Robert F. Kennedy Jr., el recién nombrado secretario del Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS), ha decidido tomar cartas en el asunto. Con el respaldo del presidente Trump, Kennedy está liderando una cruzada para limpiar el suministro alimentario estadounidense, empezando por desmantelar un sistema corrupto que permite a las grandes corporaciones envenenar a la población bajo la excusa de la “seguridad”.
¿Su primera gran movida? Atacar el infame programa “Generalmente Reconocido como Seguro” (GRAS) de la FDA. Esto no es solo una reforma; es una declaración de guerra contra las mafias alimentarias.
El desastre del GRAS: un agujero negro en la regulación alimentaria
Desde 1958, la FDA estableció el programa GRAS para eximir de pruebas rigurosas a ingredientes comunes como la sal o el bicarbonato de sodio. La idea era simple: si algo es ampliamente aceptado como seguro, no necesita revisión.
Pero lo que empezó como una medida práctica se ha convertido en un monstruo descontrolado. Hoy, las empresas alimentarias pueden “autocertificar” cualquier sustancia como segura sin notificar a la FDA ni presentar datos sólidos.
Según Kennedy, este vacío legal ha permitido que más de 10,000 químicos invadan los alimentos estadounidenses, muchos de ellos prohibidos en Europa por sus riesgos para la salud.
En contraste, la Unión Europea solo permite 400 aditivos, y cada uno debe probarse como seguro antes de llegar al mercado. En Estados Unidos, el estándar es al revés: todo es “seguro” hasta que se demuestre lo contrario, y esa prueba suele llegar tarde, cuando millones ya están enfermos.
Kennedy lo llama un “experimento masivo” en la población, y tiene razón. Un estudio de Pew Charitable Trusts de 2013 estima que unas 3,000 sustancias GRAS han evadido cualquier revisión de la FDA. ¿El resultado? Una crisis de enfermedades crónicas que no vemos en otros países desarrollados.
Químicos tóxicos en tu comida: lo que Europa prohíbe y nosotros tragamos
Hablemos de ejemplos concretos. El dióxido de titanio, un blanqueador usado en dulces y alimentos infantiles, está vinculado a daños en el ADN y posible carcinogenicidad.
Está prohibido en la Unión Europea desde 2022, pero en Estados Unidos sigue siendo GRAS. Luego está el bromato de potasio, un agente de panificación relacionado con el cáncer, banned en Europa y Japón, pero presente en el pan que comen los niños americanos. Y no olvidemos los colorantes artificiales como Red 40, Yellow 5 y Yellow 6, que en Europa vienen con advertencias por causar hiperactividad y problemas de comportamiento en los niños. Aquí, la FDA los considera “seguros” sin pestañear.
Kennedy ha puesto estos casos en el centro del debate. En un comunicado reciente, señaló que “por demasiado tiempo, los fabricantes han explotado esta laguna para introducir químicos con datos de seguridad desconocidos en nuestro suministro alimentario”. Su diagnóstico es claro: el sistema GRAS no protege a los consumidores, sino a las ganancias de las corporaciones.
Un movimiento con apoyo inesperado
El anuncio de Kennedy, hecho el 10 de marzo de 2025, no solo ha resonado entre los conservadores y las “mamás de MAHA” (Make America Healthy Again), sino que ha ganado elogios de figuras inesperadas. Peter Lurie, exfuncionario de la FDA y presidente del Centro para la Ciencia en el Interés Público, llamó a esta iniciativa “un desarrollo prometedor”.
Incluso la industria alimentaria, aunque cautelosa, sabe que el cambio es inevitable. Kennedy se reunió con ejecutivos de gigantes como PepsiCo, Kraft Heinz y Tyson Foods el 12 de marzo, exigiendo la eliminación de colorantes artificiales antes del fin de su mandato.
El plan es ambicioso: eliminar el camino “self-affirmed” del GRAS, obligando a las empresas a notificar a la FDA y presentar datos de seguridad antes de usar nuevos ingredientes. Además, ordenó a la FDA y al NIH realizar evaluaciones post-mercado de los químicos ya aprobados para identificar y eliminar los más dañinos. “Esto es transparencia radical”, dijo Kennedy, y no exagera.
La diferencia con Europa es abrumadora. Mientras que en la UE las autoridades exigen pruebas rigurosas antes de aprobar un aditivo, en Estados Unidos las empresas tienen carta blanca. Un informe de The Guardian en 2024 reveló que más de 950 sustancias prohibidas en Europa —como el nitrito de sodio o el aspartame en ciertos contextos— son legales aquí. Kennedy lo expuso crudamente: “Europa protege a sus ciudadanos; nosotros dejamos que las corporaciones jueguen a la ruleta rusa con nuestra salud”.
Esta disparidad no es casualidad. Décadas de cabildeo y manipulación, como señala Ashka Naik de Corporate Accountability, han moldeado un sistema que prioriza el lucro sobre la seguridad. El GRAS es el símbolo perfecto de esa corrupción: un regalo a la industria que ha convertido a los estadounidenses en conejillos de indias.
No es solo una cuestión de salud; es un tema de justicia. Los consumidores tienen derecho a saber qué comen, y las empresas no deberían decidirlo en secreto. Como dijo Kennedy, “las mamás no van a tolerar más químicos prohibidos en otros países”.
Kennedy está enfrentando un sistema podrido con valentía y claridad. Pero el camino está lleno de trampas. Las corporaciones alimentarias no se rendirán fácilmente; tienen demasiado en juego.
Su intención es noble, la burocracia y los intereses económicos podrían diluir esta revolución. ¿Realmente logrará Kennedy hacer que la comida estadounidense sea saludable otra vez?
La respuesta depende de nosotros. Si los ciudadanos, las madres y los científicos respaldamos esta lucha, podríamos estar al borde de un cambio histórico.
Pero si cedemos ante la apatía o el poder corporativo, seguiremos comiendo veneno disfrazado de comida. Kennedy nos ha dado una chispa; ahora nos toca avivar el fuego.
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