Fuente: La Prensa

Por Pedro Moreno y Matelda J. Lisdero (*)


“Antivacunas”, “conspiranoico”, “propagador de desinformación”. Así se aludía en las noticias a quien fue designado secretario de salud de EE.UU. En la nota “La pandemia del pensamiento único” nos referíamos a la descalificación y censura hacia los que disentíamos con el relato hegemónico sanitario, clausurando algo que es esencial en la ciencia y la sociedad: un debate permanente con respeto por todas las opiniones sobre un tema.
Kennedy es el autor -junto al médico Brian Hooker- del libro “Vax-Unvax: let the science speak” (Vacunados y no vacunados: dejemos que la ciencia hable). Allí hay un centenar de estudios que demuestran la mejor salud de los segundos en comparación con los primeros y la insuficiente cantidad de estudios para evaluar la seguridad de estas sustancias (ver también cienciaysaludnatural.com/videolibro). Justamente, esto es lo que denuncia Kennedy, así como la corrupción en la aprobación de dichos productos; por eso anunció que saneará los organismos en cuestión. Por ejemplo, el monitoreo de seguridad en una vacuna de la Hepatitis B duró 5 días en 147 niños, sin grupo placebo; además todas sus marcas contienen 10 veces más aluminio que la cantidad tolerable en humanos, según lo indica la misma FDA (esto sería causa del autismo regresivo). Y, un fabricante de la vacuna del HPV reconoce en su prospecto que una de cada cuarenta mujeres que participaron en los ensayos clínicos contrajo una enfermedad autoinmune grave. Desde 2018 rige en la Argentina la ley 27.491 de vacunación obligatoria y compulsiva (esta norma es más compatible con un régimen comunista que un gobierno libertario). Varios jueces ya han ordenado vacunar a la fuerza a niños cuyos padres deciden no hacerlo (éstos son denunciados por hospitales o sanatorios). 
En diciembre último, un subcomité de la Cámara de Representantes de EE.UU. presentó el informe “Revisión tras la acción de la pandemia de covid-19”, con más de 500 páginas. Ahí se sostiene que la gestión de la OMS fue un fracaso; que las autoridades sanitarias difundieron información errónea y contradictoria; que la administración Biden usó métodos antidemocráticos e inconstitucionales, incluida la presión a las empresas de redes sociales para que censuraran contenidos, para combatir lo que consideró desinformación; que el gobierno federal demonizó injustamente el uso de medicamentos fuera de lo indicado; que el distanciamiento y mascarillas no estaban respaldados por la ciencia; que los confinamientos produjeron daños inconmensurables en la economía y la salud; que la FDA apuró la autorización de las vacunas y que éstas no detuvieron los contagios; que los sistemas de reportes de efectos adversos causaron confusión y no se informó correctamente sobre ellos.
Esto algunos lo venimos advirtiendo hace cinco años; pero hay más. Al margen de la controversia acerca de si el virus denominado SARS-COV-2 fue correctamente aislado en las personas enfermas que se estudiaron al principio en China y, en caso de que así fuera, si se pudo comprobar fehacientemente que haya sido el causante de esas neumonías, debemos subrayar que el método diagnóstico utilizado para detectar éste y cualquier otro virus es inválido (por no decir fraudulento), y que el covid-19  no tiene ningún síntoma patognomónico (se denomina así al síntoma que define y caracteriza a una enfermedad). Kary Mullis, premio Nobel de química 1993 por haber inventado la técnica de reacción en cadena de la polimerasa (PCR), afirmó hasta que falleció (2019) que la prueba PCR no permite el diagnóstico y no indica contagiosidad. En 2021 la médica Ana Daverede hizo un pedido de información pública al ministerio de salud de la nación. A la pregunta si “la prueba PCR discrimina un virus viable (con capacidad replicativa), de fragmentos de virus, viriones incompletos y virus neutralizados por anticuerpos”, la respuesta fue “PCR en tiempo real detecta porciones de genoma viral”. O sea, que dicha prueba dé positivo no implica que la persona tenga un virus viable. La categoría del “asintomático” se incorporó al obtener un “positivo”  en una persona sana. En octubre de 2020 se publicó en la revista Nature un estudio realizado en Wuhan sobre 10 millones de personas. Hubo 300 casos de asintomáticos que dieron positivo para SARS-COV2. Se hicieron cultivos celulares con sus muestras y de ninguno se pudo recuperar un virus viable. También se testeó a 1.174 de sus contactos estrechos, y dieron negativo. Parecería que no había nada que contagiar.
 Así las cosas, las estadísticas del covid-19 serían ficticias: número de casos (que de por sí muchos son asintomáticos) y fallecidos (que incluye a quienes tienen como causa real de su deceso al infarto, cáncer, etc.). Lo mismo cuenta para las curvas de contagios (esas que debían “aplanarse”) ya que se elaboran en base a los números de casos diarios. Éstos pueden subir o bajar según dos variables: cuántas personas se testean y el número de ciclos usados para la amplificación de las muestras. Así es como algunos se han referido a una “pandemia de hisopados”.
En síntesis, lo que se difundió incesantemente –sin la fundamentación correspondiente- es la aparición de un nuevo virus, causante de una nueva enfermedad, muy contagiosa y letal, sin recursos internos para curarse (como si fuéramos inmunodeficientes) ni externos (se desecharon los tratamientos anteriores y se ignoraron los nuevos). Merecerían un capítulo aparte los protocolos inadecuados para los casos de covid-19 de la OMS (domiciliarios y hospitalarios) que llevaban a los pacientes más hacia la muerte que a la sanación. Por ellos hay numerosos juicios en trámite, con historias clínicas y pericias forenses de por medio. En definitiva, todos éramos un peligro mortal para todos, porque supuestamente los sanos también podían ser “asintomáticos/contagiadores”. Lo que seguro hubo fue una “pandemia de terror”. 
Y llegó una teórica solución: la “vacuna salvadora”. Éste tema daría para largo. La mayoría de los que decidieron vacunarse –por elección o coacción- frenaron en la segunda o tercera dosis. Quienes tuvieron efectos adversos de la vacuna o perdieron un familiar luego de colocársela suelen decir estar avergonzados, por haber sido tan crédulos, y furiosos, porque el no haber recibido cierta información los perjudicó enormemente. No se enteraron que estos productos obtuvieron una autorización de uso de emergencia, estando en fase experimental, por lo que su efectividad y seguridad todavía se estaban evaluando (igualmente dichas autorizaciones de la FDA dejaron mucho que desear); también eran experimentales en el sentido de que se trataba de una nueva tecnología. Tampoco supieron que el gobierno nacional (habilitado por la ley 27.573) incluyó en los contratos con los laboratorios cláusulas de confidencialidad (guardan  en secreto hasta los componentes de las vacunas) e indemnidad patrimonial (no son responsables por los daños que provocan sus productos). Con el tiempo fueron surgiendo datos que indicaban que las vacunas no eran efectivas ni seguras (por supuesto que tampoco eran necesarias). Por ejemplo, en Argentina e Inglaterra el 90% de los fallecidos con diagnóstico de covid-19 estaban vacunados; a su vez, los reportes en EE.UU. y Europa de los efectos adversos y fallecidos por las vacunas ascendían en un año a 6.000.000 y 70.000, respectivamente.  Mientras se insiste en seguir con más dosis, crecen las evidencias sobre la nocividad de estas vacunas; como ser, que la mortalidad por todas las causas aumentó significativamente en la mayoría de los países a partir de 2021 (año en el que se empezó a vacunar masivamente para covid-19). El grupo NORTH, integrado por científicos y políticos europeos, acaba de solicitar su suspensión. En 2022 el juez de Mar del Plata Alfredo López declaró inconstitucionales los pases sanitarios nacional y provincial. Asimismo, él y su colega uruguayo Alejandro Recarey suspendieron la vacunación de covid-19 en menores (luego sus resoluciones fueron revocadas por los tribunales de apelaciones).
Se va acumulando material de este tan particular último lustro, el que se ha volcado en algunos libros, como ser, “La salud en cuarentena”, “Falsos positivos” y “Los papeles de Pfizer”. También hay bibliografía sobre las vacunas de calendario: “Desvaneciendo ilusiones”, “El libro negro de las vacunas” y “Turtles all the way down: vaccine science and myth”, entre otros.
Entonces ¿Qué habrá detrás de los embates sistemáticos a Robert Kennedy y a tantos otros? ¿No es obvio que tienen mucho que ver aquellos fondos de inversión que son accionistas de las principales empresas multinacionales –incluidos los grandes medios de comunicación y farmacéuticas- y financiadores de tantas ONG internacionales, a la vez que ejercen una influencia determinante en los organismos supranacionales y los gobiernos nacionales? ¿En qué medida interferirá en sus inmensos negocios y planes non sanctos la información –tildada recurrentemente de desinformación- que difundimos los que carecemos de conflictos de intereses? ¿Cuántas dudas caben de que esos planes globalistas consisten principalmente en reducir la población mundial (para lo cual deben maximizarse las muertes y minimizarse los nacimientos) e instaurar el modelo chino a lo largo de todo el planeta, cada vez con menos libertad y más control)?
(*) Pedro Moreno es periodista en @informemonos.despertemonos y Matelda J. Lisdero, médica.

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