
Fuente: La Gaceta de la Iberosfera
Por Karina Mariani
Por La nueva Blancanieves de Disney, una remake del largometraje animado más antiguo de la empresa, estrenado el 21 de diciembre de 1937, ha sido objeto de múltiples controversias desde sus inicios. Protagonizada por Rachel Zegler como Blancanieves y Gal Gadot como la Reina Malvada, esta película, que costó 270 millones de dólares, se concibió en un momento en que la ideología woke estaba en ascenso, pero se estrena en un contexto donde esta ideología enfrenta un creciente rechazo. Esta desgraciada coyuntura para la producción, sumado a las pésimas decisiones artísticas y políticas de los productores, ha complicado su presentación en sociedad. La película se estrena con vergüenza y silencio, procurando cerrar el ciclo de la peor apuesta de los estudios Disney desde que abrazó al wokismo como si no hubiera un mañana.
Disney comenzó a considerar un remake de Blancanieves en octubre de 2016. Por aquella época, The Hollywood Reporter dio la primicia informando que existían conversaciones con Erin Cressida Wilson para el guión y con Benj Pasek y Justin Paul, conocidos por La La Land, para la banda sonora. El proyecto se confirmó en 2019, con Rachel Zegler anunciada como Blancanieves en junio de 2021 y Gal Gadot como la Reina Malvada en noviembre del mismo año. Imaginemos el contexto: de 2016 a 2021 el mundo se impregnaba de la ideología izquierdista más enloquecida y contradictoria; gobiernos, empresas y todo el mundo del arte juraban lealtad al gran dios woke que parecía haber colonizado el occidente libre. El evangelio DEI había llegado para quedarse y la dictadura identitaria se sentía invencible.
Blancanieves y los siete enanitos ingresaba a lista de remakes de «live action» de Disney, junto con Aladdin, La Bella y la Bestia, La Sirenita, El Rey León, o El libro de la selva. Y, a pesar de que estas remakes han tenido una recepción ambigua cuando no negativa, los estudios se empeñaron en seguir la racha de forzar una deconstrucción de su propia narrativa histórica, procurando limpiar sus culpas heteronormativas/occidentalcéntricas para ver si lograban contentar a una elite de sensibles torquemadas que culpaban al padre de Mickey Mouse y a su legado de haber emponzoñado las mentes de varias generaciones con sus productos “estructuralmente opresivos, sexistas, racistas y colonialistas”.
Fue en este contexto en el que se realizó el casting que comenzó con la elección de Rachel Zegler, una actriz que suscribía al ideario woke con fruición, proclamando un feminismo radical y un identitarismo étnico latino, para interpretar a Blancanieves, una heroína cuya característica principal era tener la piel «tan blanca como la nieve». Disney tomó esta decisión otras veces: contratar como protagonistas a actores que no dan con la descripción del personaje, por ejemplo con la elección de Halle Bailey, una actriz negra, para representar a Ariel la pelirroja Sirenita. Pero en el caso de Blancanieves la cosa era más profunda porque el color de la piel de la protagonista no sólo la nombraba sino que mantenía la ilusión de que estaba viva en los duros momentos en los que la pobre está semimuerta a causa de la venenosa manzana.
Zegler no dudó en ejercer el pontificado woke desde que se comenzó a filmar la película. Generó escándalos por sus comentarios críticos sobre la versión original animada de 1937 con afirmaciones como: «La caricatura original salió en 1937, y es muy evidente. En la original, se centra mucho en su historia de amor con un chico que la acosa. ¡Qué raro! Así que no lo hicimos esta vez». En efecto, la sacerdotisa woke estaba acusando al príncipe que debía salvarla de delincuente sexual. En reiteradas ocasiones calificó al primer largometraje de los estudios de «extremadamente anticuado en lo que respecta a las ideas de las mujeres en roles de poder» (?). En una entrevista con Variety en 2022, confesó: «Me daba miedo la versión original. Creo que la vi una vez y no volví a verla». Zegler explicó que abordó el papel como alguien que no busca su «Felices para siempre» y agregó que: «Ella no será salvada por el príncipe. No soñará con el amor verdadero. Sueña con convertirse en la líder que sabe que puede ser. Ella sueña con convertirse en la líder que su difunto padre le dijo que podría ser si era intrépida, justa, valiente y verdadera» (sic). Además, destacó que el mensaje de la película es: «El rey y la reina decidieron llamarla Blancanieves para recordarle su resiliencia. Uno de los puntos clave de nuestra película para cualquier joven es recordar lo fuerte que es».
Todos estos delirios persecutorios y de grandeza expresados por la actriz no salían de un repollo sino del ambiente dialéctico que aquellos años de jacobinismo woke imprimieron a todos los aspectos de la vida y en particular en la cultura. Zegler se sentía una Greta Thunberg del Bosque Encantado, una guerrera moral que venía a cambiar al mundo. Pero Disney dejó crecer ese delirio. Tanto así que cuando la actriz se negó a interpretar la canción clásica, Some Day My Prince Will Come, argumentando que era «raro» que la película se centrara en la «historia de amor de Blancanieves con un chico que literalmente la acosa», los estudios la avalaron. En cambio, interpretó una nueva canción titulada Waiting On a Wish, más cercana a su ideario feminista.
Pero no es justo que la totalidad de tropiezos recaiga sólo en la desnortada Blancanieves. Las polémicas también acontecieron alrededor de los enanitos. Inicialmente, Disney pretendió trocar a los siete enanitos por “personajes diversos”, para evitar reforzar estereotipos luego de las críticas del actor Peter Dinklage, quien cuestionó la historia original. En efecto, Dinklage que debe su fama a un personaje de enano, dijo que la historia icónica de los enanos era estereotipada…
La cosa es que cuando se filtraron imágenes que mostraban a un nutrido grupo “diverso” de compañeros de aventuras de Blancanieves con actores de diferentes etnias, géneros y alturas, llamados «criaturas mágicas» en reemplazo de los enanitos tradicionales, los actores con enanismo criticaron la elección argumentando que esto les quitaba oportunidades laborales. Entonces Disney cambió de rumbo y volvió a la versión de los siete enanitos pero generados por computadora (CGI). Ahora Doc, Dopey, Grumpy, Bashful, Happy, Sleepy y Sneezy eran una deslucida inteligencia artificial en lugar de personajes actuados por actores reales. Esta decisión también fue controvertida, porque desde las trincheras del wokismo militante acusaron a la producción de revertir la apuesta inicial de diversidad.
Como resultado de las idas y venidas, el título se acortó a simplemente Blancanieves, y los enanos bien gracias. El actor enano Choon Tan calificó la decisión de usar CGI como «absolutamente absurda y discriminatoria». y añadió: «Realmente no hay nada de malo en presentar a alguien con enanismo como un enano en cualquier oportunidad. Siempre que nos traten con igualdad y respeto, normalmente estaremos encantados de aceptar cualquier papel que sea adecuado para nosotros». El actor Blake Johnston expresó: «Tenemos muchos actores enanos que se mueren por papeles como este». También opinó que Disney había «sucumbido a la presión de grupo sobre la corrección política, lo que ahora ha dado a los mejores actores enanos menos trabajo».
Sobre llovido, mojado, la película quedó atrapada en controversias políticas, tras la invasión de Hamas a Israel el 7 de octubre de 2023. Como es esperable en cualquier fanático de la izquierda woke, Rachel Zegler se rebeló como una militante pro palestina. Pero ocurre que Gal Gadot, quien interpreta a la Reina Malvada y sirvió en las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), ha mostrado un gran orgullo por su patria al tiempo que se ha comprometido con la causa de los rehenes secuestrados por los terroristas que gobiernan Gaza. Gadot ha instado a los líderes mundiales a redoblar esfuerzos para liberar a los rehenes y criticó a la comunidad internacional por su silencio, al tiempo que organizó una proyección en Hollywood, de la película sobre las atrocidades cometidas por Hamás contra israelíes. Gadot ha dicho que hay que «poner fin a la difamación de los judíos y asegurar la justicia y su justo tratamiento», y agregó: «Nunca imaginé que en las calles de Estados Unidos y de diferentes ciudades del mundo veríamos a gente no condenando a Hamás, sino celebrando, justificando y aplaudiendo una masacre de judíos». Por estas posturas, Gal Gadot enfrentó amenazas, boicots, abusos y una petición para excluirla de los Oscar, firmada por miembros de la Academia.
Disney no podía prever que un acontecimiento geopolítico enfrentaría a las protagonistas del film, pero sí podía vislumbrar el afán intolerante y judeófobo de su Blancanieves electa. La mujer no desperdicia oportunidad para ensalzar su agenda, a costa de hostigar a su compañera de reparto y dejar pegado a su empleador con sus posturas políticas, como cuando Donald Trump resultó elegido como presidente nro 47 de EEUU y ella le dijo a sus millones de seguidores en Instagram que deseaba que el presidente Trump y sus partidarios «nunca conocieran la paz».
Como cada vez que la Blancanieves woke habla, hunde más a la película, Disney redujo los eventos del estreno planeados a un puñado de actos de prensa estrictamente controlados para evitar nuevos escándalos. El estreno europeo tuvo lugar esta semana en el castillo medieval en Segovia, España, que inspiró al castillo de la película original. Zegler cantó Waiting On a Wish ante unos 100 «VIP» selectos, sin la presencia de Gadot. Disney mantuvo a la prensa alejada, algo inusual si se quiere promocionar una película en la que se invirtieron 270 millones de dólares.
Los cambios ideológicos en las producciones de Disney han generado debate sobre cómo afectan la calidad de las historias, empobreciendo la experiencia artística en pos de adoctrinamiento al que los directivos de la empresa se sienten llamados. Una de las primeras víctimas ha sido la historia de amor que era el factor principal de sus cuentos de princesas. Como en las remakes las protagonistas deben ser personajes «empoderados» y en la retorcida visión del feminismo radical la mujer empoderada debe ser independiente incluso del amor romántico; la relación con el príncipe encantado se ha vuelto secundaria cuando no negativa. El príncipe galante, valiente, arrojado y salvador es necesariamente un escollo para la princesa empoderada y su finalidad política, de manera tal que el personaje del príncipe pasa a ser un acosador, un entrometido o un simple adorno.
Ahora bien, si la Blancanieves de Zegler «ya no soñará con encontrar el amor, soñará con convertirse en la líder que debe llegar a ser» se generan muchos interrogantes. No se entiende muy bien qué cosa quería liderar la chica que simplemente huía de su madrastra y de los designios de un espejo que hablaba, pero menos se entiende por qué, en su arduo camino de liderazgo, la pobre chica no podía enamorarse. Eliminar las dinámicas románticas de las historias suprime, en los cuentos clásicos, dilemas argumentales clave como la solidaridad, la valentía, el sacrificio o el deber. En adelante los personajes se vuelven planos, previsibles, arrogantes y profundamente aburridos.
Mucho se habla de que estas reversiones buscan romper los viejos estereotipos de género, pero hacen exactamente lo contrario. Al privar al personaje femenino de su fragilidad, seducción y candidez, le quitan también la posibilidad de triunfar usando esas características. Si las princesas deben comportarse como «no mujeres» que «no aman» porque deben centrarse en un destino de liderazgo; estamos diciendo que no es propio de la condición femenina dicho liderazgo y que hay que prescindir de estas características femeninas para triunfar.
Esta profanación narrativa, tan extendida en los últimos tiempos, parte de una serie de falacias muy arraigadas en la cosmogonía woke. Sostiene que cualquier personaje femenino protagónico debe ser «inspirador», vale decir: que debe impulsar a las espectadoras (demencial elección empresarial que limita su público al 50%) a perseguir como fin la demolición de las estructuras sociales que la oprimen.
Para validar esta tesis es necesario afirmar que todas nuestras sociedades son machistas y que dentro de ese machismo se desarrolló todo el arco narrativo de las heroínas de Disney de antaño. Bajo esta premisa, no hay forma de que la remake no describa a los personajes femeninos como víctimas de una sociedad que le impide alcanzar su potencial. La ficción woke, que por fortuna se convirtió en un auténtico bodrio, retrata la sociedad en la que viven las princesas como un infierno racista y misógino donde las mujeres enfrentan obstáculos identitarios. Esa es la razón por la cual los malos no son malos realmente sino que han sufrido algún tipo de opresión pretérita de corte también social. La vieja tesis socialista que rige nuestros sistemas judiciales y que alimenta el paternalismo estatal.
Pero esta narrativa victimista moldeando las cabezas de los niños les quema la cabeza, simplificando las relaciones humanas por relaciones opresor-oprimido. No enseña resiliencia sino que enseña a interpretar cada decepción como injusticia identitaria. Así se promueve que el espectador no se identifique con las características morales y épicas de los personajes sino con sus aspectos identitarios oprimidos. Un auténtico ejercicio de racismo integrista disfrazado de empoderamiento, que descarta la universalidad de emociones y las interacciones humanas.
El wokismo es dominante en la industria del espectáculo, pero afortunadamente ha generado un progresivo rechazo popular. En 2016 el proyecto de la Blancanieves woke debe haber parecido una buena idea, pero el cambio de vientos políticos hizo que actualmente nadie en Disney sepa qué cuernos hacer con esta película. La experiencia de Disney con esta versión de Blancanieves recuerda a una parábola que ilustra la dificultad de satisfacer a todos: Resulta que un padre, su hijo pequeño y su burro, cruzaban semanalmente su pueblo para ir a trabajar a una aldea lejana. Cada vez que pasaban, los vecinos los criticaban. Cuando el niño iba montado y el padre caminaba, los acusaron de desconsiderados por hacer caminar al hombre mayor. Cuando el padre montaba y el niño caminaba, criticaron al padre por ser cruel con su hijo. Cuando ambos montaron el burro, los vecinos se indignaron por el pobre animal. Finalmente, cuando ambos caminaron y llevaron al burro atado, los vecinos los tildaron de estúpidos.
Disney enfrenta ahora la dificultad de reubicarse artísticamente en un contexto que sorprendió a la empresa en medio de dos eras ideológicas y un mundo culturalmente polarizado. El estreno de Blancanieves ocurre en un momento en el que, hagan lo que hagan, serán tildados de malos y estúpidos.
Envía tu comentario
Últimas
