
Fuente: Ejercito Remanente
Fragmento del artículo de Pedro L. Llera
Las revoluciones liberales nos vendieron que sin Dios íbamos a ser más felices, que la educación iba a acabar con la violencia y con las guerras. El hombre mayor de edad, siguiendo el non serviam luciferino, se rebeló contra la Ley de Dios y se creyó autónomo. Los ateos convencieron a las masas de que sin Dios viviríamos mejor y seríamos verdaderamente libres. El hombre es bueno por naturaleza – el buen salvaje – y, libre del concepto de pecado y de remordimientos, él solo y por sí mismo se dará sus propias normas morales. Dios ya no hace falta para nada.
Y viene Kant y dice que el hombre mayor de edad, el ilustrado, no puede conocer nada que no perciba por los sentidos: ya no se puede hablar del alma ni de Dios. Y que una persona es un ser autónomo que no depende de nadie, que se autodetermina, se autoposee y que es responsable de sus actos. La persona es digna porque es autónoma y no depende de nada ni de nadie: tampoco de Dios, suponiendo que exista porque a Él no lo podemos conocer.
Y resulta que los seres humanos no autónomos no son personas y no tienen derechos, sino precio. Y los embriones humanos, los fetos, no son autónomos y no son personas y, por lo tanto, no tienen derechos. Y el aborto se convierte en un derecho de la mujer autónoma, que tiene dignidad y es libre para matar a su hijo, si no lo desea. Porque la dignidad de las personas autónomas impone su libertad, su voluntad, a cualquier otra consideración. La ley es su deseo. El libertinaje es ley. Los seres no autónomos no tienen dignidad ni derechos.
Y los viejos, los discapacitados, los parapléjicos, los enfermos terminales, los niños con Síndrome de Down tampoco son personas con dignidad: su vida es indigna. Por eso se les tiene que proporcionar una «muerte digna». Los débiles, dice Nietzsche (discípulo aventajado de Kant y de Darwin), no solo deben desaparecer, sino que debemos ayudarlos a desaparecer. La compasión cristiana va contra el principio darwinista de la selección natural. Pero la ley de la selección natural nos dice que solo deben sobrevivir los más fuertes, los más dotados para vivir sin depender de nadie.
Y en toda Europa se aprueban leyes de eutanasia y de suicidio asistido para quitarse de en medio a todos aquellos que llevan una vida indigna por no ser autónomos. Y los fetos con discapacidad o con Síndrome de Down no llegan a nacer y Europa presume de que cada vez hay menos niños Down: claro, porque los matan, los abortan. Porque la voluntad del hombre autónomo, la voluntad de quien impone su libertad y sus deseos, asesina a los débiles, que deben perecer, porque son una carga para la humanidad.

El Übermensch, el superhombre, ha asesinado a Dios. Dios no existe. Ha muerto porque no es otra cosa que un mito, un invento de la mente humana que servía para consolarlo ante la muerte y para que los poderosos dominaran a las masas oprimidas ofreciéndoles un más allá lleno de felicidad o de dolor, según fueran obedientes a sus amos o rebeldes en este mundo. Pero no hay más allá. No hay cielo ni infierno. No hay alma ni Dios, dicen los ateos. Y seremos más felices sin Dios, porque podré disfrutar de los placeres de la carne sin restricciones morales: nada será ya pecado. Podremos dar rienda suelta a nuestros instintos, a nuestros deseos, sin remordimientos, sin sentimiento de culpa, sin miedo a ningún castigo ni a ningún infierno. No hay temor de Dios porque Dios no existe: ha muerto. Esta es la gran noticia de la modernidad. El paraíso estará en este mundo. (¿Vivimos en un paraíso? ¿De verdad?).

Y ya nada está mal: lo más pervertido, las aberraciones sexuales, la búsqueda frenética del placer, la promiscuidad (fornicación), el poliamor y las relaciones abiertas (poligamia o poliandria), la pederastia, el onanismo, la pornografía (también la pornografía infantil)… Los elegetebeís han normalizado y visibilizado el pecado nefando. Lo importante es disfrutar de la vida y del placer. Y los niños crecen y se pervierten con pornografía gratis al alcance de sus móviles. Y se trafica con mujeres pobres para convertirlas en esclavas sexuales en sórdidos burdeles de carretera, convertidas en carne para consumo de babosos amorales.
Y las drogas, el sexo, el lujo, el ocio (el otium), son los nuevos ídolos del hombre moderno. Es lo lógico: si no hay Dios, no hay moral; si no hay Dios, no hay otra vida más allá de esta; si no hay cielo ni infierno, premio ni castigo, solo podemos ser felices en esta vida terrenal. No hay otra vida, así que hay que disfrutar de esta, que es la única que tenemos: es el vitalismo nietzscheano. Y la sociedad se llenó de pervertidos y de yonquis, de degenerados y sinvergüenzas, de indecentes y libertinos, de farloperos, pastilleros y vividores; de borrachos y descerebrados.
Y el superhombre se creyó Dios. Y la persona, tan digna y autónoma, cambió los mandamientos de la Ley de Dios por los Derechos Humanos. Y se dio leyes a sí mismo, sin Dios y contra Dios. Y la causa segunda se creyó causa primera: “yo me hago a mí mismo”. Y el hombre endiosado se creyó todopoderoso. Y convirtió su voluntad en ley. Y decidió que podía ser lo que él quisiera ser. “Yo seré y soy lo que yo sienta que soy”. Sin límites: si me siento hombre, hombre; si me siento mujer, mujer; si me siento niña de seis años, niñas de seis años; si lagarto, lagarto; si caballo, caballo. Porque yo me hago a mí mismo. Y mi voluntad es dios y está por encima de la realidad, porque la realidad la construyo yo en mi mente. Es mi voluntad quien construye la realidad. Y yo soy mi principio y mi fin. Y la ideología de género llevó al paroxismo la autonomía kantiana y el superhombre nietzscheano desfiló en el orgullo disfrazado de mamarracho. Y el Transhumanismo reclamó la inmortalidad. Y el ecologismo declaró la guerra al hombre y decidió que sobrábamos más de la mitad de la población mundial y que había que empezar todo de cero y reiniciar la historia. Y entonces una pandemia nietzscheana – propia de su Anticristo – empezó a eliminar a los más débiles; y los tambores de guerra volvieron a oírse en el mundo y las trompetas del apocalipsis nuclear volvieron sonaron potentes sobre el orbe.

Los nazis nacieron de Wagner y de Nietzsche. Y se creyeron superhombres: hombres superiores, por encima del bien y del mal. Se consideraron seres superiores con voluntad de poder, capaces de acabar con los débiles y malogrados; llamados a dominar el mundo entero, a perfeccionar la creación, a mejorar la especie humana, para llevarla a un nuevo estadio de la evolución. Los superhombres eran dioses que decidían quién podía vivir y quién moría: selección genética, eutanasia, aborto, eliminación de seres inferiores a escala industrial… Y la compasión y la caridad, propios del cristianismo, de la religión de los débiles y de los esclavos, dejó de tener cabida en el mundo moderno. Y el mundo se volvió una jungla donde los colectivos más fuertes imponen su voluntad a los demás.
El imperio de la voluntad genera monstruos y muertes sin cuento. No es casual el título de una de las películas más célebres de propaganda del nazismo: El triunfo de la voluntad. Esta película, dirigida por Leni Riefenstahl, muestra el desarrollo del congreso del Partido Nacionalsocialista en 1934 en Núremberg, al que acudieron más de 700 000 militantes y simpatizantes. Se estrenó en 1935 y es una de las películas de propaganda más conocidas de la historia del cine.
Hitler perdió la guerra. Pero sus ideas la ganaron. Y el superhombre mató a Dios y cambió los mandamientos por su propia voluntad: el Reino de Dios por el Reino del Superhombre, fin en sí mismo (el Reino de los Fines de Kant). Los nazis hicieron suya la filosofía de Nietzsche. La voluntad de poder de Nietzsche es una forma de darwinismo salvaje que propone la eliminación de los débiles por los más fuertes. «La característica esencial de una buena y sana aristocracia», argumenta Nietzsche, es que «acepta con buena conciencia el sacrificio de innumerables seres humanos que, por su bien, debe ser reducidos y rebajados a seres humanos incompletos, a esclavos, a instrumentos». Un estado superior del ser, el übermensch, no se preocupa por aquellos a los que pisa para ascender por la pendiente evolutiva.

«Para revivir Europa, debe presentarse un gran peligro, pensó Nietzsche, uno que provoque una vez más el deseo de luchar y conquistar:
“Me refiero a un aumento tal de la amenaza de Rusia por ejemplo que Europa tendría que decidir volverse amenazante también, es decir, adquirir una voluntad por medio de una nueva casta que gobernaría Europa, una voluntad larga y terrible de la suya propia que sería capaz de lanzar sus objetivos dentro de milenios, de modo que la prolongada comedia de sus muchos estados disidentes, así como sus voluntades disidentes dinásticas y democráticas, llegaran a su fin. El tiempo de la política mezquina ha terminado: el próximo siglo traerá la lucha por el dominio de la tierra, la compulsión por la política a gran escala”.»
(Cita tomada del artículo Darwin Nietzsche y Hitler: Evolución del Übermensch de Benjamin Wiker: merece la pena leerlo).

El «Gran Reinicio» que propone el Nuevo Orden Mundial desde el Foro Económico Mundial (Foro de Davos) es nazismo; es Nietzsche en estado puro. Son las ideas de Nietzsche, los sueños de Hitler. Una Europa anticristiana (entendida en términos culturales y no solo geográficos) que domine el mundo entero, que imponga por la fuerza su poder sobre los débiles y los destruya.
Os han engañado. Os han ofrecido el cielo en la tierra y tenéis lo que os merecéis: el infierno, el vacío existencial, el nihilismo y la muerte. Esos son los frutos de antropocentrismo, de la soberbia del hombre endiosado, de la primacía de la voluntad del hombre sobre la voluntad de Dios. Disfrutad de vuestro paraíso.
Yo ya sé que no soy nadie. Sé que no me vais a hacer caso. Pero obedezco a Dios y os lo repito: volved a Cristo. Convertíos. Sólo de Cristo viene la salvación y la felicidad. Es tiempo de cuaresma, tiempo de gracia. Arrepentíos. No seáis necios. Tal vez estemos a tiempo y Dios se apiade de nosotros y no nos castigue como merecen nuestros pecados. ¿No sabéis que la peste, el hambre y la guerra son castigos de Dios? ¿Necesitáis pasar hambre para que volváis a la casa del Padre y os arrepintáis de vuestras iniquidades? Pues si no os convertís, tendréis más pestes, tendréis guerras y tendréis hambre. Tal vez necesitéis tocar fondo para volver a Cristo. Los sindiós os han engañado. ¿Acaso no lo veis? Las ideas de Nietzsche siguen vivas. Hitler ha ganado la guerra de las ideas. El NOM es nazi y nos conduce a una guerra devastadora. La amenaza de Rusia era necesaria para el Gran Reinicio: igual que la pandemia.
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