Por Joana Campos – Gateway Hispanic

El pasado 21 de febrero de 2025, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmó una orden ejecutiva que ha sacudido el tablero geopolítico. Esta medida busca restringir el acceso a tecnologías estadounidenses clave, especialmente en el ámbito de la inteligencia artificial (IA), a países considerados “adversarios extranjeros”.

Entre los señalados como adversarios están Cuba, Venezuela, Irán, Rusia y China, naciones que representan una amenaza directa a los valores de libertad y seguridad que defiende la administración Trump. Este no es un simple decreto administrativo; es una declaración de guerra tecnológica que reafirma la postura de Trump contra el expansionismo socialista y autoritario.

La orden ejecutiva llega en un momento de tensiones crecientes entre Estados Unidos y potencias como China, que ha sido acusada repetidamente por Washington de explotar inversiones en territorio estadounidense para acceder a tecnologías sensibles.

Trump habló de esta decisión con una frase contundente: “La seguridad económica es seguridad nacional”.

Esto no se trata solo de proteger patentes o mercados; se trata de evitar que regímenes opresivos usen el ingenio americano para fortalecer sus aparatos represivos.

La lista de “adversarios extranjeros” no sorprende a quienes seguimos de cerca las políticas de Trump. Además de Cuba, Venezuela, Irán, Rusia y China, la orden incluye a Hong Kong, Macao, Corea del Norte y al régimen del político venezolano Nicolás Maduro.

Aunque el texto no detalla las medidas específicas de implementación, su enfoque está claro: limitar el acceso a avances en IA, semiconductores y biotecnología. Estas son las herramientas del futuro, y Trump no está dispuesto a que caigan en manos de quienes podrían usarlas para erosionar la hegemonía estadounidense.

Para entender el trasfondo de esta decisión, hay que remontarse a la primera administración Trump (2017-2021). Durante ese periodo, él ya mostró su firme intención de frenar el avance tecnológico de China, imponiendo sanciones a empresas como Huawei y restringiendo exportaciones de microchips.

Ahora, en su regreso a la Casa Blanca, está decidido a ampliar ese cerco, incluyendo a otros actores que, aunque menos poderosos tecnológicamente, mantienen alianzas peligrosas con Pekín o Moscú. Cuba, por ejemplo, aunque no es un gigante tecnológico, depende de su alianza con China para sostener sectores como la biotecnología, una de sus pocas cartas económicas.

El caso de Cuba es particularmente interesante, la isla, gobernada por un régimen comunista desde hace más de seis décadas, ha sido un dolor de cabeza constante para Estados Unidos.

Aunque el embargo comercial ya limita su acceso a bienes estadounidenses, esta nueva orden podría asfixiar aún más sus aspiraciones biotecnológicas, un área donde La Habana ha invertido esfuerzos para proyectarse internacionalmente.

Al cortar el suministro de tecnología avanzada, Washington busca debilitar cualquier posibilidad de que el castrismo modernice su economía o, peor aún, comparta avances con aliados como China o Rusia.

Venezuela, por su parte, aparece en el radar de Trump como un símbolo del fracaso socialista. El régimen de Nicolás Maduro ya enfrenta sanciones devastadoras que han colapsado su industria petrolera y su capacidad de innovación.

Restringirle aún más el acceso a tecnología estadounidense no hará sino profundizar su aislamiento. Esto es una movida estratégica: un régimen que ha hundido a su pueblo en la miseria no merece beneficiarse del progreso que representa el libre mercado estadounidense.

China, sin embargo, es el verdadero elefante en la habitación. La orden ejecutiva pone un énfasis especial en Pekín, acusándolo de haber utilizado inversiones en Estados Unidos para modernizar su maquinaria militar.

El Partido Comunista Chino ha jugado astutamente sus cartas, infiltrándose en Silicon Valley y explotando la apertura del mercado estadounidense.

Trump no está dispuesto a tolerar más esta “explotación”. Su administración planea endurecer las revisiones del Comité de Inversiones Extranjeras en Estados Unidos (CFIUS) para bloquear cualquier intento chino de adquirir activos tecnológicos sensibles.

Rusia e Irán completan este quinteto de “adversarios”. Ambos países han demostrado habilidad para sortear sanciones previas, utilizando intermediarios para conseguir microchips y otras tecnologías.

El impacto de esta medida no se hará esperar. En el caso de China, que compite directamente con Estados Unidos por el dominio de la IA, las restricciones podrían ralentizar su ascenso como superpotencia tecnológica. Empresas como DeepSeek, una startup china que amenaza el liderazgo de ChatGPT, podrían verse afectadas si pierden acceso a los avances estadounidenses.

Esto, a su vez, fortalecería la posición de gigantes como Google, Apple y Amazon, quienes, curiosamente, han buscado congraciarse con Trump tras su victoria electoral.

Trump ha dejado claro que no cederá un ápice ante los regímenes que desafían el orden occidental, y esta orden ejecutiva es una prueba de fuego para su visión.

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