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Fuente: La Gaceta de la Iberosfera
Por agosto de 2023, la enfermera Sandie Peggie abrió la puerta del vestuario de mujeres del Hospital Victoria, en Kirkaldy, y vio a un médico transgénero cambiándose. El médico en cuestión se llama Beth Upton y al igual que Peggie trabajaba en el departamento de urgencias, aunque Sandie había sido enfermera allí durante más de 30 años y había utilizado el vestuario desde 2012. Pero frente a la situación actual de tener que compartir un espacio íntimo con un hombre biológico se sentía incómoda y le daba vergüenza.
Un par de meses después, Sandie estaba en el vestuario semidesnuda y volvió a entrar Upton. Una vez más, sintiéndose avergonzada, la enfermera se puso algo que la cubriera y salió al pasillo para esperar a que Upton terminara de usar el vestuario. Fue entonces cuando Sandie informó del caso a su jefe, aunque sus súplicas cayeron en saco roto. Pero días después, en Nochebuena, Sandie volvió a verse forzada a compartir vestuario con Upton, pero para colmo estando solos en el lugar, cosa que la llenó de inseguridad: «Beth empezó a desvestirse y yo traté de evitar mirarlo y giré la cabeza hacia mi casillero», contó luego la enfermera. «Le dije a Beth que me parecía inaceptable que él estuviera en el vestuario femenino y le dije que me sentía avergonzada e intimidada y que no creía que él debiera estar allí. Beth me informó de que él tenía tanto derecho a estar allí como yo. Le dije que eso no era cierto y que si hubiera querido cambiarme delante de un hombre habría ido a los vestuarios masculinos».
Por este incidente de Nochebuena, Peggie recibió una denuncia por acoso e intimidación contra ella y en el hospital se habló de denunciarla por «intromisión en el género», y, aunque decidieron no hacerlo, el Sistema Nacional de Salud (NHS), suspendió a Peggie en enero de 2024. Fue entonces cuando Sandie Peggie llevó su caso a los tribunales.
El caso se está tratando en el marco de la Ley de Igualdad de 2010, en la que «hombre» y «mujer» son términos basados en el sexo, aunque actualmente está pendiente la decision de los tribunales sobre si la obtención de un certificado de reconocimiento de género modifica el significado de «sexo». Pero si esto se modifica, las leyes que garantizaban espacios separados para cada sexo carecerán de sentido si el significado de «sexo» se puede cambiar a voluntad.
Sandie afirma que, según la Ley de Igualdad, obligarla a estar desnuda junto a Upton, constituye acoso ilegal. NHS rechaza su afirmación que considera, además, vejatoria. Este caso ilustra cómo se ha socavado la interpretación legal de los derechos.
El caso se ha vuelto viral en Gran Bretaña. J. K. Rowling se solidarizó con la enfermera desplazada y escribió numerosos posteos en su defensa, expresando que: «Todo empieza con pronombres, una pequeña mentira piadosa. Y termina, con demasiada frecuencia, con mujeres obligadas a abandonar derechos por los que nuestras antepasadas lucharon y que nunca soñaron que les serían arrebatados una vez ganados». Llegó a sugerir que se despidiera a toda la junta directiva del NHS local por el caso.
Rowling, Navratilova y algunas pocas celebridades valientes más se han atrevido a romper la hegemonía discursiva woke, empujadas por las injusticias, cancelaciones y contradicciones que esta alocada ideología impone sobre las mujeres que no se someten al dogma de género. Al ver a una mujer siendo interrogada en un tribunal por no haber sido lo suficientemente sumisa con los mandatos woke, y siendo acosada por un colectivo poderoso y por el aparato estatal, tiene sentido que sientan la injusticia como una afrenta personal.
El caso Sandie Peggie es uno más en la larga lista de atropellos a los límites a la intimidad y a la privacidad en nombre de una agenda divisoria que es regresiva respecto de los derechos de las mujeres. El caso expone también temas más amplios en torno a la colonización que la cultura woke ha hecho de las instituciones. El NHS, que debería basarse en criterios estrictamente científicos y de servicio público, se dedica en cambio a operar sobre la base de la «autoidentificación» y la agenda queer lo que hace que alguien como Sandie Peggie, que sólo quería poder cambiarse en el vestuario sin tener que compartir desnudeces ni intimidades con varones, sea tratada de transfóbica. Concretamente el NHS promueve los reclamos del colectivo transgénero por encima de los de los demás.
En el Reino Unido, los servicios de salud del NHS están colapsados y las listas de espera son kafkianas. Pero mientras que los departamentos de urgencias tienen dificultades para satisfacer el volumen de pacientes, sus directivos suspenden a una enfermera de urgencias con 30 años de experiencia y un historial intachable simplemente porque se atrevió a cuestionar el dogma de la autopercepción. El NHS financia, además, el juicio que se está llevando a cabo en su contra con el dinero de los contribuyentes e incumple con la orden judicial de presentación de documentos, lo que ha obligado a graves demoras en perjuicio de Sandie que está suspendida y se costea a los abogados sola.
Una vez comenzadas las audiencias del juicio, tanto el NHS como Upton presionaron para que el caso se llevara a cabo en privado para proteger a Upton. Curiosamente, cuando les conviene, tanto el Gobierno como Upton, sí reconocen el concepto de «intimidad». Pero la argumentación de quienes llevan la defensa de Peggie respondió, con éxito, que «los vestuarios son un lugar donde esperamos privacidad», pero «los juzgados no». De manera tal que el caso es público y ha sido seguido con mucha atención por el público en general.
Upton se ha quejado del interrogatorio de tres jornadas que le pareció «horrendo» debido al lenguaje empleado. Lo que ocurrió es que el juez dictaminó que Peggie podía referirse a Upton como «él». Abundaron los tensos intercambios en el tribunal, particularmente cuando Naomi Cunningham, la abogada de Peggie, preguntó a Upton: «Usted dice que es una mujer trans. ¿De ahí se deduce que no es una persona con un cuerpo biológicamente femenino?». A lo que el Dr. Upton respondió: «El término biológicamente femenino o biológicamente masculino es completamente nebuloso. No tiene un significado definido o acordado en la ciencia, hasta donde yo sé. No soy un robot, por lo tanto soy biológica y mi identidad es femenina. Sin querer apelar demasiado al diccionario, soy biológicamente femenina».
El público británico ha escuchado de primera mano estas argumentaciones y tiene ahora un ejemplo claro de las consecuencias de la implementación de la ideología de la identidad de género en la administración pública. La ideología woke ha envenenado todas las instituciones sociales, incluyendo la justicia y la medicina, con un dogma que niega la ciencia y la lógica más elemental.
Pero es destacable cómo se ha invadido una institución que originalmente tenía por misión la defensa de los trabajadores de clase baja y sin recursos o padrinos políticos; hablamos de los sindicatos. Y es que una característica notable en el caso Peggie es el silencio de los sindicatos de enfermería, donde los derechos de las enfermeras no ocupan un lugar en la lista de prioridades.
Recientemente, y con un giro irónico del destino, el sindicato más grande del Reino Unido, Unison, celebró la Conferencia nacional de mujeres en Edimburgo con el caso Peggie en curso, y la primera moción que se debatió era para exigir al Gobierno que introdujera oficialmente la autoidentificación como validación de identidad. «Las mujeres trans son mujeres», se lee en la moción, que critica a las trabajadoras que piden espacios exclusivos para mujeres, calificándolas como «reaccionarias».
Tampoco la justicia ha sido inmune al dogma identitarista. Los abogados de NHS junto con los del Dr. Upton le pidieron al juez dictara una orden que impidiera a Peggie referirse al médico trans con pronombres masculinos porque afirmaban que era acoso ilegal. El juez se negó, diciendo que cada parte debería «estar en posición de argumentar el caso de la manera que considere adecuada», pero advirtió que el uso del pronombre podría clasificarse como acoso si se utiliza «de manera gratuita y ofensiva de forma reiterada». ¿Con qué grado de objetividad podría medirse semejante cosa?
El caso de Sandie Peggie desnuda lo que le ha ocurrido a muchas mujeres atrapadas en las contradicciones de la teoría queer en los últimos años. Como dice Rowling, lo que empezó con unas pequeñas concesiones condescendientes, terminó acosando a las mujeres reales como ha ocurrido con el deporte femenino y con tantos otros casos. Es una experiencia frustrante y opresiva que a estas mujeres las obliguen a negar la realidad que ven sus ojos, y se les niegan sus derechos a la privacidad, la dignidad, la seguridad y la igualdad ante la ley, porque una minoría de hombres lo exige. Cuando la verdad está en juego, es crucial eliminar toda argumentación superflua y los “sentimientos” que dicha verdad pueda causar.
Hay quienes creen que la ideología woke está en retirada, y esto no es así. La intensiva invasión institucional de esta ideología hace que siga viva y coleando, pero si la gente de a pie, que padece sus dictados, está mostrando síntomas de hartazgo, es gracias a la valentía de gente como Sandie Peggie, que se han atrevido a desafiar los resultados de políticas tan desquiciadas como nocivas. Tras largos días de audiencias, se aplazó el proceso judicial. Se espera que se reanude recién en julio. Mientras tanto, Sandie Peggie sigue esperando justicia.
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