Fuente: La Gaceta de la Iberosfera
Por Karina Mariani
“Hoy a Pablo le apetecía comer…» nos cuenta, en un video, una suave voz aniñada mientras prepara algún plato ultra elaborado fabricando todos sus ingredientes desde cero. La que nos habla desde alguna de sus abultadas cuentas en redes sociales es Roro Bueno, una jovencísima influencer española que, según se sabe, tiene un novio, Pablo, al que mima con devoción.
En una época signada por el peligro de guerras mundiales, conflictos geopolíticos de altísimo riesgo, sociedades polarizadas, crisis económicas y el avance del totalitarismo, ¿qué importancia política podría tener que Roro le fabrique a Pablo una pizza cuajando su propio queso, cosechando en el balcón los tomates para la salsa y produciendo en casa su masa madre? Pues mucha.
Roro es una muy importante representante de un movimiento que se ha hecho viral. Se trata de mujeres que adoptan un estilo de vida de ama de casa de los años 50, centrándose en tareas domésticas, vestidas con hermosas ropas, generalmente confeccionadas por ellas mismas y con una apariencia perfecta. Las cifras son contundentes, sus videos son vistos por cientos de millones de personas y las tasas de interacción son un imán para el marketing de marcas de ropa, cosméticos, muebles, comida y un largo etcétera. Esta visión de la felicidad doméstica puede parecer retro, pero su éxito viral es completamente actual. Se trata de mujeres jóvenes, con una relación romántica estable con un varón y se las conoce como tradwifes, es decir, esposas tradicionales.
Con casi 10 millones de seguidores, posiblemente la más famosa de las tradwifes sea Hannah Neeleman, que publica bajo el nombre de Ballerina Farm. Neeleman tiene poco más de 30 años, es madre de una familia muy numerosa y ganadora de concursos de belleza. Si bien se trata de una tendencia de los últimos años, en 2024, el movimiento se volvió aún más viral gracias a la modelo Nara Smith convirtiéndose en una de las principales tradwifes cocinando para su también nutrida familia, vestida exquisitamente y casi siempre con un bebé en sus brazos.
El fenómeno tradwife ha disparado un altísimo nivel de ira woke. Estas esposas tradicionales suelen irritar más al progresismo cuanto menos trasciende su ideología y sólo se dedican a gozar sinceramente del estilo de vida de un cuento de hadas heteronormativo. Periodistas, políticos y miembros de los muy variados colectivos feministas y participantes de las redes sociales se horrorizan de sus elecciones y se burlan de ellas. Las esposas tradicionales son astutas, entienden este colapso histérico de la izquierda mejor que nadie, y lo utilizan en su beneficio.
El contenido que producen, a propósito o no, es una provocación intensificada que desencadena miles de opiniones y, si bien es cierto que reciben mucho odio, también es real el alto grado de fascinación que sus vidas suscita. En definitiva, las tradwifes marcan agenda rotundamente, de una forma que el rancio feminismo envidia.
Las tradwifes indignan a vastos sectores del progresismo por sus ideales deliberadamente domésticos, pero su labor es indistinguible de la de cualquier trabajadora tradicional. Sus trabajos en los videos culinarios son como los de cualquier libro o programa de cocina o como el trabajo de cualquier empleado gastronómico. Sus fotos dedicadas a su cuidado personal o al de sus hijos son como cualquier publicidad de productos del rubro y requiere el mismo profesionalismo, esmero y dedicación. El orden, la limpieza, la organización que muestran no se diferencia tampoco del oficio realizado por las influencers del rubro como Marie Kondo. En definitiva, quienes las combaten tienen la partida perdida. La industria de la domesticidad es gigante, enormemente apreciada y lo que las tradwifes hacen es explotarla con maestría.
Mayormente todos idealizamos la belleza y el confort de la vida doméstica. El boom internacional del diseño de interior barato y accesible, de los productos de cocina semiprofesionales, de las huertas hogareñas y del DIY «do it yourself» lleva años entre nosotros, viene de mucho antes de que estas bellas amas de casa se propusieran stremear su intimidad casera. Estos fetiches domésticos ya eran parte de nuestro “consumo cultural”. Cuando la tradwife se pone ese bello vestido campesino, el delantal a cuadritos, viste a sus hijos impecablemente y cocina delicias en una cocina de cuentos, no habla del pasado, sino de los íconos visuales que anhelamos en nuestras vidas modernas. Lo que perturba al wokismo es eso mismo, que la estética que realmente nos da placer aparezca relacionada a una ideología o norma social que detestan.
El inesperado crossover entre las corrientes antifeministas y el marketing hogareño se transforma aquí en la más eficiente forma de “batalla cultural». A pesar de sus diferencias, estas tradwifes suelen enfrentar la crítica política con la misma postura: no somos políticas, no estamos imponiendo nuestras opiniones, mostramos nuestro estilo de vida. Y la realidad es que personas de todo el mundo se fascinan con ellas y sienten placer al consumir sus contenidos de felicidad hogareña. El estilo de vida de la tradwife es hipnótico y se ha convertido en un gigante cultural. Sus seguidores no buscan en sus videos dogmas políticos, que les digan qué votar o cómo pensar de tal o cual gobierno. En cambio, quienes las miran quieren ver a una mujer agradable, en un ambiente agradable, haciendo cosas ricas, ordenadas y bellas. Luego de un duro día de trabajo, frente a la repugnante oferta adoctrinadora de los medios tradicionales y a la dura realidad cotidiana, consumir el contenido de las tradwifes tiene mucho sentido.
Parte de la crítica que estas mujeres reciben reside en la convicción de que, bajo su bucólica apariencia, esconden una terrible sumisión y frustración. Sus detractores les reprochan el hecho de abandonar sus carreras y dejar todo por dedicarse a ser amas de casa. Quienes las critican sostienen que la «vida real» de una esposa tradicional es un suplicio y que están sometidas a las peores fantasías masculinas. Si bien estas críticas parecen tan anacrónicas como el regresivo pasado al que hacen alusión, lo cierto es que hay una deliberada provocación en exponer la estética estereotipada del ama de casa combatida por los feminismos de segunda ola, dado que esa supuesta opresión ha generado una histeria izquierdista tan irascible que las sitúa, por defecto, en la vereda opuesta de una polarización muy rendidora dentro de la conversación pública.
Además, a pesar de su apariencia pública de ama de casa a tiempo completo, muchas tradwifes son su propia empresa y ganan más que sus maridos «proveedores». Quienes las acusan de retrógradas olvidan que nada tiene de tradicional filmar la vida familiar para una audiencia de RRSS. Estas mujeres son sólidas emprendedoras que aprovechan la demanda social de idealización de la vida doméstica que ya estaba instalada en el consumo global. Por cierto, todas trabajan con su teléfono, invento tan liberador como cualquiera de los que determinaron saltos cualitativos en las conquistas femeninas como los electrodomésticos y los anticonceptivos.
En las plataformas de artículos de craft como Etsy se comercializan anualmente decenas de millones de dólares, provenientes mayormente de empresas que se gestionan desde casa. La amplia mayoría de sus vendedores son mujeres y un tercio de ellas tiene hijos menores. El teléfono les permite no tener que elegir entre una carrera o una familia. Es por ese motivo que año a año crece el número de empresarias que gestionan domésticamente sus empresas de comercio electrónico. Instagram vende todo tipo de productos de creadoras, artesanas y dueñas de pequeñas empresas de «mujeres a mujeres». Las grandes marcas, en consecuencia, se desviven por que estas tradwifes, con millones de seguidores, recomienden sus productos; y las pequeñas marcas se esfuerzan por estar en su área de influencia, imitando estilos en sus productos y pequeñas campañas de anuncios. Con este panorama: ¿Puede una mujer profesional de salario promedio acusar a una tradwife de frustrada?
Mal que pese a sus haters, el ascenso del fenómeno tradwife es irrefrenable. No sólo por la corriente política que, deliberada o azarosamente, trae adosada, sino porque se trata de una demanda social y estética que lo precede y que estas mujeres han canalizado con picardía y un elogiable sentido comercial y de la oportunidad. El desprecio que siente el wokismo por ellas habla en concreto de su divorcio de las demandas sociales más simples. Un feminismo radical y desnortado, que ha alcanzado niveles de brutalidad y estupidez suficientes como para viciar sus reclamos más justos, las ha tomado como enemigas. Pero insultar el aspiracional idílico de un entorno doméstico feliz, en este mundo caótico, no parece una buena estrategia.