Por Carlos Rioba – gaceta.es

La tragedia de Abiyah, un niño de tres años, ha conmocionado a la opinión pública. Criado bajo una estricta dieta vegana por sus padres, Tai Yasharahyalah y Naiyahmi, su alimentación se limitaba exclusivamente a legumbres, frutas, cereales y productos vegetales, excluyendo por completo carne, pescado, huevos, lácteos e incluso miel. Esta dieta extrema derivó en severas deficiencias nutricionales, incluyendo anemia, raquitismo y retraso en el crecimiento. Las carencias de hierro, calcio, vitamina B y proteínas debilitaron su sistema inmunológico, dejándolo sin fuerzas para combatir una gripe que finalmente resultó fatal.

En lugar de buscar atención médica cuando su salud empeoró, los padres optaron por remedios caseros como ajo y jengibre para tratar los síntomas respiratorios del pequeño. Sin embargo, estos esfuerzos no fueron suficientes, y Abiyah perdió la vida. Lo más impactante fue la respuesta de sus progenitores tras su muerte: decidieron mantener el cuerpo del niño en casa durante ocho días con la esperanza de que «regresara a la vida». Finalmente, lo embalsamaron utilizando incienso y mirra y lo enterraron en el jardín de su vivienda.

La situación dio un giro inesperado cuando los servicios sociales comenzaron a investigar. En redes sociales, Tai publicaba vídeos mostrando a su hijo como si estuviera vivo, lo que levantó sospechas. Al ser interrogados, los padres admitieron que el niño había muerto y confesaron haberlo sepultado en el jardín. La autopsia confirmó la gravedad de la situación: desnutrición severa, fracturas en brazos, piernas y costillas, y signos evidentes de negligencia prolongada. Los padres alegaron que las lesiones eran producto de una caída ocurrida un mes y medio antes del fallecimiento.

Durante el juicio, salieron a la luz detalles inquietantes sobre la figura del padre. Tai Yasharahyalah se autoproclamaba «rey» de un supuesto país ficticio, llegando incluso a fabricar pasaportes para su familia. Aunque su reino sólo contaba con su mujer y sus hijos como «súbditos», mantenía esta fantasía como una parte central de su identidad.

El jurado no dudó en declararles culpables de homicidio, además de acusarlos de negligencia, obstrucción a la justicia y permitir la muerte de su hijo. Como resultado, Tai fue condenado a 24 años y medio de prisión, mientras que Naiyahmi recibió una sentencia de 19 años.

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