Fuente: vcsmedia.net

En este artículo mostraremos todo el proceso de decadencia moral en los niños y adolescentes. Abordaremos un poco sobre las teorías sobre la que las ideologías actuales se han basado para realizar transformaciones en este sentido de forma sistemática.

La decadencia moral no es producto de la evolución normal, sino que detrás hay se mueve una maquinaria de manipulación perfectamente diseñada.

Las iniciativas enfocadas en la educación, han implementado mecanismos de lavado de cerebro y manipulación psicológica. Con esto se han diseminado una serie de movimientos ideológicos, que imperceptiblemente han normalizado conductas aberrantes que históricamente eran consideradas inmorales y contrarias a la tradición cultural.

Las bases del adoctrinamiento en los niños

El proceso para destruir la moral y las tradiciones culturales y de familia se inició hacia el siglo XVIII con la Revolución Francesa. Pero fue a inicios del siglo XX cuando se consolidó como un método para arruinar a las nuevas generaciones.

Los precursores de estos métodos fueron Carlos Marx y Darwin.

La teoría de Marx de la lucha de clases y su visión de la religión como una aliada de la dominación, comenzaron la ruptura de la sociedad tradicional y la fe en Dios.

Por su lado, la teoría de la evolución de Darwin llevó al abandono de la creencia del que el Creador creó al hombre. 

Fue John Dewey quien, en la primera mitad del siglo XX comenzó a difundir su pedagogía progresista. Con sus ideas pedagógicas, inició el desmonte de la educación tradicional, dejando de lado la influencia paterna y la dirección de los maestros.

Posteriormente, la escuela de Frankfurt enfatizó la eliminación de las inhibiciones, promovida por Herbert Marcuse. Con esto, se buscaba llegar hasta la liberación total de los instintos básicos de los jóvenes, quienes deberían satisfacer todos sus caprichos sin restricción.

Sistematización de los métodos de adoctrinamiento infantil

Con todas las bases anteriores, se profundizó en la socavación de la moral de los jóvenes y niños. Personajes como Brock Chisholm, primer director de la Organización Mundial de la Salud, promovieron la abolición de la moralidad, erradicando el concepto de bien y de mal, al considerarlo como el origen de la infelicidad.

En Estados Unidos, Alfred Kinsey, con financiación de la Fundación Rockefeller y la Universidad de Indiana, publicó un extenso informe, el cual concluía que los niños, desde el nacimiento, son “seres sexuales”, y por lo tanto deben ser educados explícitamente en estos temas.

A pesar de lo aberrante de sus estudios, Kinsey es considerado el padre de la llamada Educación Sexual Integral (ESI), la cual es impulsada por la ONU.

En los años 1970 se comenzaron a implementar en las escuelas de EEUU, en las clases de clarificación de valores, una serie de actividades que conducían a los alumnos hacia la toma de decisiones, educación afectiva, prevención de drogas y educación sexual. Pero se hacía hincapié en lo que le producía felicidad a cada alumno. 

Todo esto ha llevado a una confusión total sobre los valores morales, que los conduce a contradecir las enseñanzas de sus hogares y a practicar el relativismo moral.

El siglo XXI, doblegado por los antivalores

Pero el progresismo nunca se detuvo. Desde los años 1960, con el auge del movimiento hippie, temas como el ateísmo, el sexo casual, la drogadicción y el rompimiento familiar, se comenzaron a ver como símbolos de una nueva sociedad más avanzada.

Lo que eran las tradiciones ancestrales y los valores morales que se habían practicado durante miles de generaciones, pasaron a ser ideas obsoletas que iban en contra de la libertad de pensamiento.

En la medida en que las mentes de las nuevas generaciones aceptaban nuevos comportamientos de libertinaje, surgían nuevas tendencias cada vez más radicales. El feminismo, inicialmente bueno, derivó hacia un extremismo, que promulga el odio a los hombres a quienes se ven como violadores en potencia.

La aceptación inicial de los homosexuales se convirtió rápidamente en el movimiento LGBT+, que impactó todas las escalas sociales, y comenzó a promover todo tipo de aberraciones sexuales como normales. A los niños, tal como se ve hoy día, se les sexualiza desde pequeños y, ante cualquier pequeño signo, se les anima a cambiar de género, aun en contra de la voluntad de sus padres.

En algunos países, las drogas son suministradas por las autoridades, supuestamente para proteger a quienes las consumen. Esto ha llevado al consumo cada vez más generalizado y a la difusión de drogas más fuertes como el fentanilo, las cuales destruyen totalmente a quienes las consumen.

Los estudiantes han logrado que se bajen los estándares educativos, pues la meta ya no es prepararse para tener un alto nivel profesional, sino conseguir unas notas que les permitan obtener un título cualquiera. Esta es una generación cada vez más ignorante e inepta.

Todo lo anterior nos está acercando a un abismo moral de proporciones inimaginables y una ignorancia nunca antes vista. Esto hace a los jóvenes fácilmente manipulables por quienes promueven el globalismo y la destrucción de la cultura tradicional.

Aunque algunos jóvenes, apoyados por familias que logran escapar de toda esta agenda perversa, sobresalen sobre sus congéneres, sus voces son apagadas por quienes los llaman extremistas y enemigos del progreso social.

¿Hay esperanza para los niños que vienen?

Sí, hay esperanza. Cuando las cosas llegan al punto extremo, necesariamente tienen que revertirse. Esa es la inevitable ley del péndulo.

Pero este regreso a la recuperación de los valores morales y sociales no llegará espontáneamente. Depende de los padres jóvenes, iniciar una ofensiva para rescatar a sus hijos de las garras de quienes manejan todo este tipo de ideologías.

Aunque detrás de esta tendencia se ocultan fuerzas poderosas, agazapadas en los organismos mundiales y en los gobiernos de los diferentes países, si los padres, apoyados por maestros con principios, toman en sus manos la educación de sus hijos, se pueden crear nuevas generaciones con una visión clara de lo que es el bien y lo que es el mal.

Los padres por naturaleza, saben qué es lo mejor para sus hijos. Sin embargo, cada día surgen nuevos pensadores que luchan por abrir los ojos ante esa realidad falsa impuesta; hay que escucharlos.

Entonces, sí hay esperanza, pero la solución está en nuestras propias manos. Ningún gobierno, ningún organismo global, ningún burócrata desde su oficina, se interesa por la suerte de nuestros hijos. Solo los padres podemos buscar lo mejor para ellos, y encontrar la solución en la tradición para evitar el caos social al cual nos quieren conducir.

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