Roderick Navarro – Panampost.com
En democracia el poder se traspasa de un grupo a otro a través de un proceso electoral en el que los votos se cuentan públicamente. Este método es pacífico y no da espacio a la violencia física para disputar el poder político. En teoría y en general, para obtener el mayor respaldo popular es necesario presentar las mejores ideas. Sin embargo, si las ideas no son buenas, sino que de hecho son terribles por sus motivaciones y consecuencias, entonces este método es insuficiente y es obsoleto. Esto es lo que piensan los revolucionarios y, por eso y otras cosas, incorporan la violencia como método legítimo en la lucha por el poder político.
Tanto para la obtención del poder como para su mantenimiento, la violencia física sustituye el debate de las ideas: hay que eliminar al adversario para obtener el poder y luego hay que eliminar a todos aquellos que sean una amenaza para mantenerlo. Es este el pensamiento leninista por excelencia que alimentó a la revolución castrista y que aún se mantiene vigente en el Foro de São Paulo.
Luego de décadas de subversión ideológica en los países del continente americano, se ha legitimado abiertamente en el discurso político la aniquilación física del adversario. En Brasil, por ejemplo, el comunista académico Mauro Iasi, reivindicó la violencia contra los conservadores con base en el poema de Bertol Brecht “Algunas preguntas para un hombre bueno”; el líder del Partido de la Causa Operaria, Rui Costa Pimenta, argumenta que el terrorismo es un método de lucha y no un crimen; y un supuesto artista llamado Diadorim hizo fotos con la cabeza del expresidente simulando su muerte, así como el colectivo “artístico” Indecline que “jugaban” futbol con la cabeza de Bolsonaro y Trump ¡Y la lista de ejemplos es larga!
En los Estados Unidos, la “comediante” Kathy Griffin hizo una foto simulando haber decapitado al presidente Trump. En esa grotesca imagen, se puede ver la cabeza del exmandatario ensangrentado. Además de esto, periodistas de los grandes medios de comunicación han realizado una campaña de cancelación contra el neoyorkino como no había ocurrido contra ningún otro expresidente estadounidense. El presidente Biden ha reiterado en múltiples oportunidades que Trump es una amenaza para los Estados Unidos, y sus opinadores, alimentan esta idea comparándolo con Hitler. También los ejemplos aquí son innumerables.
El intento de asesinato al presidente Trump es motivado por este esfuerzo comunicacional de la izquierda por aniquilar al adversario. De la misma manera, lo fue el intento de asesinato al presidente Bolsonaro en 2018 por un militante de un partido izquierdista brasileño.
La izquierda revolucionaria basa toda su existencia política en la idea de una revolución violenta frente a un enemigo que debe ser aniquilado. Ellos no actúan con base al despliegue de una acción política, sino con base al despliegue de una guerra híbrida para conseguir sus propósitos. La izquierda usa todo lo que está en su alcance para hacer esta guerra, sin escrúpulos de ningún tipo. Es decir, usan todo el dinero público, los medios públicos, las instituciones del Estado, tuercen las leyes y corrompen el sistema para lograr lo que quieren.
El discurso revolucionario en Brasil y en los Estados Unidos son el mismo enemigo que enfrentan Trump y Bolsonaro. La revolución amenaza la existencia de estos países como hoy los conocemos y con ello, está en peligro la existencia de la integridad y la soberanía de los pueblos americanos. La destrucción de los dos colosos de América arrodillaría a todo el continente ante los intereses antioccidentales que hoy acechan. Así de importantes son Trump y Bolsonaro en esta lucha.