Fuente: Diario de Cuba
Por Rafaela Cruz
Afirmar que lo que impide el comercio entre orillas malamente separadas por 90 millas de mar es el cerrojo con que el socialismo sojuzga la iniciativa privada, y que este es el verdadero y único bloqueo que sufre Cuba, no es recurrir a figuras retóricas o metáforas, sino describir 65 años de libertad coagulada por mecanismos castristas, que ahora han quedado públicamente expuestos gracias al permiso de importación de vehículos desde Estados Unidos, concedido por la Administración Biden.
Y es que son tan altos los aranceles y compleja la estatalmente monopolizada burocracia para importar —aranceles más burocracia son el verdadero bloqueo— que los medios de transporte que podrían entrar a Cuba como bienes de capital, es decir, como inversión productiva realizada por agentes privados, pierden atractivo pues, artificialmente encarecidos por esas barreras gubernamentales, se hace casi imposible rentabilizarlos en la Isla, lo que imposibilita la importación de, por ejemplo, una flota de camiones o una de guaguas.
La evidencia de que esto está ocurriendo está en que, mientras se han importado 18.927.222 de dólares en autos de hasta 3.000 cc, incluyendo Tesla, Mercedes Benz y otros costosos juguetes para que “especulen” los nuevos ricos amiguitos del poder, solo se han importado 785.608 dólares en camiones de todo tipo.
Es decir, apenas el 4% de las importaciones de vehículos han sido camiones en un país donde, según el propio ministro del ramo, “prácticamente estamos transportando la mitad de lo que se transportaba hace cuatro o cinco años” y “hay una disminución notable de las transportaciones de carga” porque “tenemos limitaciones con los camiones. Hay muchas limitaciones, realmente la disponibilidad técnica de todas las flotas del país —los diferentes medios de transporte de carga— ha estado por debajo del 50%”.
Como era previsible, el castrismo ha convertido la oportunidad de importar vehículos, y la mejoría que ello traería para el pueblo, en oportunidad para el mejoramiento casi exclusivo de aquellos con patente de corso para, a punta de MIPYMES y socialismo, saquear remesas y esperanzas.
Estas licencias de importación de vehículos serían, si el castrismo no fuese tan hijo de Fidel, ocasión perfecta para capitalizar la economía cubana, modernizando y ampliando sus capacidades de transporte —históricamente uno de sus principales talones de Aquiles—, lo que dinamizaría la economía y crearía una muy positiva y productiva reacción en cadena.
Pero las barreras arancelarias y burocráticas impuestas desde La Habana impiden ese enriquecimiento, sin siquiera preocuparles que un Trump rewashingtoneado clausure este comercio, pues de este volver a la Casa Banca y poner un cerrojo a la importación de vehículos, ¿a quién creen que el castrismo culpará de que no haya guaguas, camiones o ambulancias en Cuba?
Si hay una oportunidad que jamás pierde esta dictadura es la de culpar a otros por las miserias que ella misma engendra.
A estas alturas, lo único que realmente bloquea el tan traído y llevado “bloqueo” yankee es la mente de los que, por estupidez o egoísta interés, siguen utilizando el embargo norteamericano para explicar el fracaso del socialismo en Cuba y justificar la cruel represión que lo sostiene.
65 años hace que el castrismo destrozó uno de los parques vehiculares y sistemas de transporte más modernos del mundo, sentenciando a cada cubano a perder un promedio de casi cinco años de vida —a razón de dos horas diarias de lunes a viernes— esperando, muchas veces desesperado, de pie bajo el sol y al borde de una hipoglucemia, a que pase una guagua fétida a bobina humanidad.
Y de tal tragedia, ese mismo Gobierno armagedónico que no se detiene ante nada con tal de romper el récord de Matusalén, culpa al supuesto bloqueo norteamericano, mientras son ellos, que andan en climatizados coches de lujos, quienes bloquean, con aranceles, burocracia, crueldad y alevosía, que los cubanos puedan utilizar su propio dinero para mejorar el sistema de transporte de este país paralizado.
Corrido el velo del embargo norteamericano, nos queda descarnadamente expuesta la cortina de acero socialista tras la cual el país se pudre y la gente… ¿qué gente?