Por Karina Mariani – gaceta.es
Cuando Mary Shelley escribió Frankenstein o el moderno Prometeo existía, en la conversación cultural y científica, un debate sobre las capacidades del hombre como escultor de lo humano. Su novela va un poco más lejos que el mito griego, dado que Prometeo es castigado por los dioses, mientras que es su propia criatura la que se vuelve contra Frankenstein. En más de un sentido, la reflexión acerca de “lo natural” en la humanidad, y los límites de la intervención sobre ella del conocimiento científico, generan reflexiones filosóficas, religiosas, éticas. También se generan leyes dado que las sociedades suelen querer reglamentar la forma en la que conviven con los alcances de los procedimientos que tienen como objeto el cuerpo humano. Durante los frenéticos primeros años de la revolución industrial, el desenfreno de los experimentos de Víctor Frankenstein y su monstruo representaban la corrupción de la idea misma del progreso científico. Pero el Siglo XXI ha avanzado un poco más en esa deriva: lo que se busca no es crear a un humano sino encontrar al «humano auténtico» atrapado en un error de la naturaleza. El Frankenstein de este siglo deberá hurgar entre las carnes de las personas hasta encontrarles «su auténtico yo».
Hace pocos días se publicó la noticia de un canadiense que, identificándose como «no binario», demandaba que el Estado le financiara una cirugía que solucionara la dicotomía de «sentirse» de ambos sexos mientras que en su cuerpo sólo había órganos sexuales masculinos. El procedimiento que reclama consiste en crear una vagina y al mismo tiempo mantener su pene funcionando. El lector deberá contener la sorpresa en varios momentos de estas líneas, porque lo que se va a relatar es creciente y no pasará mucho tiempo para que se convierta en un derecho avalado y promovido por los gobiernos.
En los documentos judiciales al paciente canadiense se lo llama KS y no se identifica con un solo género sino «literalmente una mezcla», razón por la cual someterlo a una cirugía de cambio de sexo binaria «podría considerarse un acto ilegal de terapia de conversión, así como una violación del Código de Derechos Humanos de Ontario». Si la justicia falla a su favor, el señor se operará en una clínica especializada en Austin, Texas. KS considera una discriminación que se le realice una vaginoplastia «normal» (nótese que ese proceso ya constituye parte de la norma) debido a que esta incluye una penectomía. El proceso que KS solicita, y es avalado por el grupo de derechos LGBTQ Egale Canada, sostiene que la vaginoplastia es excluyente y discrimina a las personas no binarias por su identidad de género. Según documentos judiciales, KS sufre disforia de género desde que era adolescente y su endocrinólogo en Ottawa, escribió una carta apoyando la solicitud de la cirugía: «Es muy importante para KS tener una vagina para su interpretación personal de su expresión de género, pero también desea conservar su pene».
Al parecer este tipo de intervenciones basadas en los múltiples deseos de las personas con disforia de género son actualmente una rutina. La Asociación Profesional Mundial para la Salud Transgéneroes (WPATH) que es el organismo máximo para la medicina transgénero se vio conmocionada recientemente por la filtración de cientos de comunicaciones internas que demuestran que los médicos basan sus intervenciones transgénero, incluso las realizadas a púberes, en simples ensayos. Vale decir que no sólo no se ajustan a las debidas normas de la investigación médica, sino que tampoco transparentan evaluaciones de resultados. Pero el verdadero escándalo no deberían ser las filtraciones sino lo que WPATH publica abiertamente sobre sus cirugías.
Por ejemplo, parte de la oferta que tienen es su menú es: La Orquiectomía es la extirpación de los testículos a través de una incisión escrotal que interrumpe la producción de testosterona. La Escrotectomía es la extirpación del saco escrotal y se puede realizar al mismo tiempo que la orquiectomía. La Penectomía es la extirpación del pene que se realiza en personas no binarias que desean no tener más pene y no planean seguir adelante con la feminización genital porque hace imposible una futura vaginoplastia de inversión del pene. La Anulación es un procedimiento para aquellos que desean ser eunucos a los que la uretra se les desvía hacia el perineo, para preservar una zona erógena, el tejido sensible del glande se entierra en el tejido profundo del monte de Venus por encima de la uretra. La Vulvoplastia es la creación de los labios y el clítoris que no incluye la creación del canal vaginal, aunque, si se desea, se puede construir un hoyuelo en el introito vaginal y a diferencia de la vaginoplastia reduce los riesgos para las estructuras adyacentes como el recto. La Vaginoplastia para preservar el pene, quees la demandada por el canadiense de las noticias, es la que preserva el pene y al mismo tiempo crea una vagina utilizando un injerto de escroto u otro injerto de piel.
Las opciones son muchas más, los cirujanos de WPATH están dispuestos a cumplir con cualquier demanda. De hecho, en los protocolos publicados reconocen que las personas no binarias son quienes «los educan a ellos (los médicos)» como proveedores de servicios. Mañana alguien podría desear tener dos penes o una vagina en la espalda, las novedades se aceleran y se están inventando procedimientos médicos a pedido y en base a autopercepciones fluidas. WPATH ha cambiado conforme a la tendencia de personas cuya autopercepción no se ajusta a las clasificaciones de las identidades conocidas. Han ampliado su oferta para satisfacer los deseos quirúrgicos de eunucos, género-voids, semi-boys, pangender y varios etcéteras. Una de las tendencias más solicitada es la cirugía «Barbi smoothie», que implica amputar los genitales para lograr una apariencia de muñeca con un frente plano libre de genitales preservando sólo las aberturas uretral y anal. ¡Hay cirugías personalizadas para todos! Curiosamente WPATH no considera a ninguno de estos anhelos como un problema psicológico sino que los aúna bajo el paraguas de la diversidad de género.
El cirujano de género Blair Peters explicaba recientemente que su propósito era ayudar a los pacientes a alcanzar sus «objetivos corporales» a través de procedimientos quirúrgicos para que logren autorrealizarse «como son internamente». En el marco de búsqueda de la afirmación de género, los médicos se convierten en facilitadores del camino para llegar al verdadero yo que se oculta dentro de los cuerpos equivocados. El Crane Center for Transgender Surgery de Austin se anuncia a sí mismo como líder mundial en operaciones para personas no binarias y ha realizado cientos de cirugías genitales no convencionales. Su director, el Dr. Curtis Crane, se jacta de que no existe una solicitud quirúrgica que no haya podido cumplir. Las intervenciones son ampliamente criticadas por asociaciones médicas pero los grupos de lobby LGBTQ dicen que benefician la salud mental de los pacientes. Este atajo es la clave para que el paciente canadiense KS (y los que seguirán su ejemplo) exija que los contribuyentes financien su cirugía.
KS vive en Ontario pero el Plan de Seguro Médico de Ontario (OHIP) inicialmente rechazó la solicitud con el argumento de que el procedimiento es experimental y no se realiza en Canadá. Pero KS apeló y ahora el caso está en manos del Tribunal Superior de Justicia de Ontario. En un caso similar el OHIP financió la cirugía de una funcionaria pública, de 41 años, a quien le construyeron un pene sin extirpar la vagina y el útero, los casos reflejan una demanda creciente de cirugías personalizadas basadas en lo que sea que el paciente crea que es su «verdadero yo» autopercibido.
Otras industrias dedicadas a la búsqueda inclaudicable por el «auténtico yo” también se han sumado a la tendencia. Una de las clínicas más famosas de cirugías transgénero reza en su web: «Tomar la decisión de afirmar tu identidad de género mediante cirugía es una decisión importante que cambia la vida, y en nuestro equipo en ART Surgical, (…) Estamos ansiosos por ayudarte a crear el cuerpo al que siempre has sentido que perteneces. Además de atender tus necesidades quirúrgicas, la Dra. Rodríguez estará encantada de atender también tus necesidades de “belleza” no quirúrgicas, como Botox, rellenos y otras herramientas cosméticas». Y es que la insatisfacción que produce el mito de Frankenstein se convierte en una carrera contra el propio cuerpo que alberga muchas opciones.
La industria farmacéutica lleva años apuntándose a la pesquisa del «yo verdadero». Como con las cirugías, la medicación también viene a afirmar la idea de que hay que combatir al cuerpo equivocado para preservar la salud mental: «Es tu tiempo. Mereces sentirte como tú otra vez. Con Hers obtienes una consulta gratuita, un plan de tratamiento personalizado y atención continua adaptada a tus necesidades». Aunque no exclusivamente, la inmensa mayoría del marketing que avala la narrativa del «cuerpo errado» está destinada a las personas trans. Las intervenciones monstruosas que se abocan a realizar cualquier cosa que el paciente pida fomentan la narrativa de que es posible afirmar al verdadero yo con una cirugía de reasignación de identidad. Las redes sociales abundan en ejemplos de personas trans compartiendo sus esfuerzos físicos, económicos y psicológicos por solucionar el yerro de la naturaleza y encontrar la autenticidad que les permita sentirse bien. Cada vez más personas trans son patrocinadas por clínicas, centros de belleza, marcas de ropa, maquillaje, bebidas o aparecen en las revistas de moda y haciendo papeles actorales acordes a la forma en que se sienten y creen que el mundo las debe percibir.
El movimiento organizado en torno a los derechos de las personas trans se ha convertido en un verdadero destructor de cuerpos y de mentes. Estar cómodo con el propio cuerpo no es sencillo para casi nadie, pero patologizar ese sentimiento es de una crueldad perversa. Los cuerpos masacrados producto de estas intervenciones se pueden ver y, aunque resulta horroroso, es necesario darse una vuelta por las fotografías y las explicaciones de los procedimientos para comprender la carnicería que se está realizando a plena luz del día bajo la excusa de encontrar el “auténtico yo”. Es muy difícil luchar contra inseguridades y la angustia, pero no se puede eludir el camino de la autoaceptación configurando un experimento de Frankenstein. Nadie cambia a la persona que es, torturando a la propia carne.
La pinza que amenaza a las personas vulnerables es cruel, por un lado la industria que promete una imagen imposible, como una noria infinita de promesas y consumo falsario, tratando de convencerlas de que lograrán, a un alto costo, convertirse en quienes son «realmente». Por el otro, el uso político de las disforias como mecanismo de caos simbólico y control social, sosteniendo desde la política que la identidad es algo que se puede fabricar y que la sociedad está obligada a aceptar. Es paradójico que el identitarismo, un bastión de la cultura woke anticapitalista, promueva el desarrollo identitario como estrategia de marketing. Es un lobby peligroso el que le dice a la gente que puede comprar su camino hacia la autoestima. Están convenciendo a una generación de que una horda de mercachifles puede injertar a fuerza de bisturí el orgullo, la paz y la autorrealización a través de aberrantes cirugías. El anticapitalismo woke encontró la manera de industrializar el amor propio.