Fuente: La Gaceta de la Iberosfera

Por Karina Mariani

A comienzos del año 2007 la Asociación Estadounidense de Psicología publicó un informe detallando los peligros que traía aparejada la hipersexualización de los niños. Según la publicación, los aspectos perjudiciales para la salud iban desde problemas en el desarrollo cognitivo y emocional hasta trastornos alimentarios, pasando por problemas de autoestima e incluso depresión. El informe hacía también hincapié en la forma en la que la hipersexualización podía afectar la vida familiar y cívica. Sólo dos años después se estrenaba en EEUU un reality show llamado «Toddlers & Tiaras» en el que un grupo de niñas competían en un concurso de belleza. Durante el tiempo que se emitió, la exigencia y exposición a la que se sometía a las niñas y a su familia, despertó una catarata de críticas hasta que lo dieron de baja.

Los reproches a «Toddlers & Tiaras» estaban, en su inmensa mayoría, enfocados en la forma hipersexualizada en la que se presentaba las nenas para su evaluación. Expertos, políticos y hasta series de tv se explayaban sobre las bajezas a las que eran sometidas las chiquitas. Todos descontaban que las pequeñas, a tan temprana edad, no estaban eligiendo participar si no era por imposición o adoctrinamiento de los adultos a cargo. El medio mainstream por excelencia, CNN, publicaba en el año 2011 lo siguiente: «Durante años hemos visto cómo se impone de manera inapropiada y agresiva la sexualidad adulta a niños pequeños inocentes, pero hoy en día los niños están siendo sexualizados a edades cada vez más tempranas. Hace una década, los padres se preocupaban de que sus hijas adolescentes regresaran a casa del centro comercial con andadores a la moda. Ahora los padres tienen que combatir las fuerzas del marketing que les dicen a sus hijos de tercer grado que necesitan tener un top de bikini acolchado y push-up, o a sus hijos de segundo grado que necesitan tener zapatos que promuevan el fitness, pero que son los mismos zapatos que se venden a los adultos para tonificar y moldear glúteos y muslos. ¿Dónde termina todo? ¿A qué hemos llegado cuando a los niños pequeños, que aún no saben leer, y mucho menos tomar decisiones por sí mismos, se les enseña a vestirse y actuar de manera sexy para los adultos?».

En efecto, hasta hace muy pocos años la moral pública de cualquier ideología podía reconocer el abuso, la sexualización y la desnaturalización de la inocencia infantil. Estos actos generaban el repudio social y eran castigados por la ley y por el sentido común. Hace tan sólo una década hacer desfilar en una comparsa a una niña semidesnuda disfrazada de prostituta sadomasoquista hubiera sido denunciado penalmente, pero previo a esto habría provocado la repulsión de los espectadores. Y antes que eso, aún si los padres fueran tan delincuentes como para exponer a sus hijos a esa humillante perversión, alguien en todo el trayecto, un miembro del jurado, la novia del vecino del vestuarista, el portero de la oficina municipal donde se organizan estos eventos, alguien habría hecho sonar alguna alarma. Sin embargo, hoy hay que explicar por qué hacer desfilar en una comparsa a una niña semidesnuda disfrazada de prostituta sadomasoquista está mal.

Vamos al contexto:

En la localidad española de Torrevieja se celebró el tradicional «Gran Desfile de Carnaval» a comienzos de febrero. Una de las comparsas, llamada «Osadía», presentó en el desfile a niñas maquilladas burda y abundantemente, vestidas con ligueros, pezoneras y elementos propios del bondage. En sus pequeñas espaldas llevaban consignas políticas atadas y a su paso una señora les daba comida en la boca. Por si la sutileza no se entendía, abundaron en el mensaje llamando a la performance «Prometer hasta meter«.

Alguien filmó el espectáculo, se subió a las redes y causó el rechazo lógico de ver desfilar en una comparsa a una niña semidesnuda disfrazada de prostituta sadomasoquista. El vídeo en cuestión se viralizó, se vio en todo el mundo y llegó a muchos medios de comunicación con la consecuente crítica política y social. Además y según lo dispuesto legalmente, el uso de menores en espectáculos exhibicionistas debería considerarse como un delito. De más está decir que causó gran escándalo, pero las autoridades de Torrevieja decidieron que lo más inteligente que podían hacer era esquivar la polémica, y así lo comunicaron a viva voz. O sea, un hecho potencialmente delictivo fue considerado una fugaz polémica y aquí no ha pasado nada.

La realidad se negó a darle la razón a las autoridades de Torrevieja y la controversia y denuncias continuaron, algo pasaba evidentemente. Entonces el alcalde de Torrevieja, un señor que se llama Eduardo Dolón, redactó un simpático comunicado de apoyo «a la gran familia del Carnaval y a la junta directiva» agregando que «el carnaval es crítica, sátira, provocación, diversión». Hasta acá estamos de acuerdo, Don Dolón, la cuestión es el uso de pequeños para la provocación y la sátira, ¿se entiende? El hombre continuó tratando de correr el arco aduciendo que las críticas «sacaban fuera de contexto y estaban totalmente fuera de lugar». Interesante argucia salvo por el hecho de que no se entiende en qué contexto es aceptable ver desfilar en una comparsa a una niña semidesnuda disfrazada de prostituta sadomasoquista

Pero nada, que el alcalde seguía mirando para otro lado, y en su comunicado sostenía que «estoy seguro de que la intención de los padres y madres de esos niños no era, en absoluto, hipersexualizar con sus disfraces a sus hijos sino verter una crítica a la situación política y social de España, nada más». Pero muy bien, Don Dolón, que la crítica social siempre es bienvenida, pero si se hace desfilar a los niños semidesnudos y con pezoneras la hipersexualización va descontada y la crítica se nos pierde. Podría haber ido la señora que se paseaba en traje oscuro vestida de prostituta y la crítica fluía como agua de torrente. Pero no, es que usaron niños.

El alcalde redobló la apuesta al decir: «El Ayuntamiento de Torrevieja no entra ni va a entrar a censurar ni a vigilar los disfraces que crea la comparsa cada año» porque eso «sería volver a la Inquisición». ¿Entenderá Don Dolón que hay leyes que protegen los derechos y la dignidad de los niños? ¿Llamará a esas leyes “inquisición»? ¿Aceptaría el alcalde una comparsa con diminutos bailarines disfrazados de Mahoma? ¿Se permitirían niños desfilando alegremente con pequeños trajecitos del Ku Klux Klan? ¿Verdad que no? Hay un corrimiento cínico en los límites de lo aceptable, política y moralmente, en la delicada mente de quienes ejercen el poder en los gobiernos. Las élites a cargo lo saben, entienden que no estamos todos en el mismo registro, pero no sólo no les importa sino que están por la labor de imponer su propio registro. Una serie de detalles sobre la disonancia cognitiva del alcalde explican el caso.

La compañera de gobierno del alcalde Dolón, la «concejal de Fiestas», Concepción Sala (el amable lector perdonará a esta cronista un momento de sana irritación pero ¿CÓMO PUEDE SER QUE EXISTA UNA COSA LLAMADA “CONCEJAL DE FIESTAS” Y QUE NO ESTÉ EL ÁNGEL DE LA SÉPTIMA TROMPETA HACIENDO YA SU LABOR Y TERMINANDO CON ESTE SUPLICIO?!), explicó que la organización de los desfiles corresponde a la Asociación Cultural Carnaval de Torrevieja y que el Ayuntamiento solamente paga los gastos, así sin más. Si la muy respetable Asociación mañana hace una comparsa con las instrucciones para convertirse en sicario, el ayuntamiento va y paga, un «Sugar Daddy» carnavalístico, digamos. ¡El evento también tiene un jurado, atentos! Pero el jurado no vio nada extraño, remotamente negativo ni particularmente abusivo en ver desfilar en una comparsa a una niña semidesnuda disfrazada de prostituta sadomasoquista y lejos de advertir sobre lo infortunado y peligroso de la propuesta intitulada «Prometer hasta Meter” llegó a premiarla con el cuarto puesto.

Los organizadores también sacaron pecho y postearon en su cuenta de Instagram: “La Asociación Cultural Carnaval de Torrevieja apoyará siempre a todas las comparsas y participantes de nuestros carnavales. Y defenderemos siempre la libertad en nuestros carnavales” sumando el hashtag #hoysomososadia. Desde luego que muchas voces de la izquierda identitaria defendieron a “Osadía” y su “Prometer hasta Meter», faltaba más. Si defienden la burka, la amputación de órganos de niños o el suicidio provisto desde el Estado para jóvenes deprimidos, por qué no van a defender hacer desfilar en una comparsa a una niña semidesnuda disfrazada de prostituta sadomasoquista. Va de suyo que la izquierda enloquecida esté encantada. Por ejemplo, la portavoz del PSOE de Torrevieja, Bárbara Soler, posó con las niñas afirmando que la comparsa “las hizo felices” y publicando luego dichas fotos tomando la precaución de blurear las caritas de las nenas. Porque se sabe que está muy mal publicar el rostro de un niño aunque es muy aplaudible hacerlo desfilar en una comparsa semidesnudo disfrazado de prostituta sadomasoquista. Los cuerpos semidesnudos no se blurearon.

Dos preguntas surgen de este sinsentido, la primera: ¿Qué pasó en tan sólo una década para que la hipersexualización de los niños dejara de ser algo negativo? y la otra pregunta: ¿A quién hay que explicarle lo obvio?

La primera requiere un estudio profundo e interdisciplinario. Politólogos, historiadores, filósofos, psicólogos, psiquiatras, antropólogos, comunicólogos y muchas disciplinas más han volcado kilómetros de tinta para tratar de entender cómo, tan repentinamente, se anuló el tabú respecto de la sacralidad de los niños y cómo se consiguió señalar como intolerantes a quienes se opusieran a esto. Pensar que un puñado de ofendiditos desequilibrados lograron imponer esta distopía woke es sencillamente un engaño, son pobres marionetas destartaladas.

Resulta alarmante la aceptación social del fenómeno. En menos de una década los mismos medios que se escandalizaban, con justa razón, de que una niña fuera sometida a un concurso de belleza con estándares y exigencias de adultos, aplauden que desfile en una comparsa semidesnuda disfrazada de prostituta sadomasoquista. Lo mismo ocurre con las políticas públicas, las instituciones que en teoría defienden sus derechos e intereses por ser menores y en consecuencia no aptos para las exigencias adultas, avalan que se los someta a tratamientos relativos a su sexualidad como si tuvieran la conciencia y responsabilidad de un adulto. De ahí en más todo es narrativa hegemónica de la demencial “corrección progresista” y la grey política es mayoritariamente incapaz de escapar de dicha narrativa.

Pero la segunda pregunta es más desesperante: ¿A quién hay que explicarle lo obvio? ¿A qué mente perturbada, tóxica o asocial debemos explicar que está mal hacer desfilar a una nena en una comparsa semidesnuda disfrazada de prostituta sadomasoquista? ¿A la delirante izquierda woke? ¿A los provectos intelectuales sesentayochistas con un pie en el más allá? ¿A algún miembro de esas culturas que unen en matrimonio a niñas de 8 años con señores de 60? ¿A un proxeneta drogado? ¿A un asesino serial, un descuartizador? ¿A Norman Bates, a Hannibal Lecter, a Lord Voldemort, al Joker? No, a un alcalde del Partido Popular.

Torrevieja no sólo es gobernada por un alcalde del PP, Don Dolón, sino que goza de una mayoría absoluta para poder gobernar, nadie le impuso este delirio. Urge comprender el bagaje ideológico del PP, un animal mitológico que no parece existir en la realidad, más allá de algunas consignas de campaña electoral que se descubren como cáscara vacía una vez que se las lleva a los hechos. Posiblemente el cálculo es que puede abrazar tantas posiciones de la izquierda como sea necesario, contado con que gana las elecciones a condición de no ser el PSOE, pero eventos como los contenidos en «Prometer hasta meter» ponen en evidencia la nula alternancia ideológica de la formación.

La cultura woke tiene una obsesión con la sexualidad de los niños y con imponerla a la sociedad lo antes posible. Gracias a esa urgencia comete errores burdos que escandalizan hasta a la más adormecida comunidad. Pero que un partido que se supone opositor de las políticas sociales de la izquierda enloquecida imprima esas políticas por su propia y entera voluntad, sin que medien más presiones que se sumisión al paquete ideológico woke debería hacer sonar todas nuestras alarmas. ¿O es necesario explicar, también, esta obviedad?

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