Fuente: VCS Radio

En lo alto de una montaña bastante alejada de cierta aldea, un sabio ermitaño había encontrado refugio dentro de una cueva. Allí, ocasionalmente, atendía a los aldeanos que lo consultaban para pedir consejo, o buscaban algún brebaje para sus dolencias, en lo cual también era experto.

Una mañana, llegó hasta allí una mujer joven, quien le manifestó que necesitaba urgentemente su ayuda.

-¿Qué clase de ayuda necesitas, buena mujer? –le preguntó el anciano ermitaño.

-Oh, venerable, necesito una poción. Sin ella, creo que mi vida no tiene sentido –Contestó ella.

Él la miró fijamente, como buscando las palabras antes de contestarle:

-Si tu problema es del cuerpo, creo que te puedo ayudar. Pero si es del alma, mejor considéralo nuevamente.

-Sabio maestro, se trata de mi marido –replicó ella-. Regresó de la guerra, pero ha venido muy cambiado. Casi no me habla, y cuando lo hace, solo usa palabras duras. Cualquier cosa le molesta y prefiere irse a la montaña cercana, donde permanece horas enteras mirando el mar. Y tampoco ha vuelto a trabajar en el campo. 

-Bueno –dijo el ermitaño- eso es natural cuando los hombres regresan de la guerra. Tan solo dale un tiempo y ya volverá a ser el mismo de antes.

-Pero no puedo esperar más –contestó la mujer-. Por favor, necesito una poción para darle, así será tan cariñoso como era antes. Creo que es la única forma de recuperarlo.

El ermitaño la miró nuevamente con atención, y después de un momento, le dijo:

-Eres bastante obstinada, y voy a ayudarte, como es mi deber en todos los casos. Sin embargo, el ingrediente principal de mi poción debes conseguirlo tú misma. Tan pronto como obtengas el bigote de un tigre vivo, me lo traes e inmediatamente prepararé tu poción.

-¡Por Dios –exclamó ella-, esa es una empresa casi imposible! ¿Cómo podré conseguir tal cosa?

-No te preocupes –replicó el sabio, calmadamente-. Si tanto deseas tu poción, ya hallarás la manera.

Diciendo esto, él se sumió de nuevo en profunda meditación, y ella partió, pensando cómo podría cumplir su peligrosa misión. Esa noche, sabiendo dónde habitaba el tigre, esperó a que su marido durmiera y salió de su casa con una porción de carne.

Se situó a cierta distancia de la cueva y llamó quedamente al tigre, pero él no se acercó. En las siguientes noches se fue aproximando cada vez más, mientras el tigre la observaba, agazapado en su madriguera.

Algunas noches más tarde, el tigre dio unos pasos, y se quedó viéndola mientras ella le hablaba suavemente. Así pasaron varias noches más, mientras el animal se fue acostumbrando a su presencia.

Finalmente, el tigre se acercó y comenzó a comer el alimento que le ofrecía. Así continuaron las cosas por varias noches más, y ella aprovechaba para acariciarle la cabeza, diciéndole dulces palabras.

Algunos meses después del primer día, ya entrados en mucha confianza, ella le dijo con amabilidad:

-Sé que eres un tigre muy hermoso, pero también, de gran generosidad. Espero que no te molestes si te arranco uno de tus bigotes.

En seguida, firme pero suavemente, se lo arrancó, y el tigre solo la miró apaciblemente. Con el bigote aferrado fuertemente, corrió a su morada y apenas pudo esperar la luz del alba para subir hasta la cueva del ermitaño.

Llegó allí con gran felicidad, y le mostró al sabio anciano el bigote, mientras le pedía afanosamente la poción que tanto necesitaba.

El ermitaño tomó el bigote, y después de comprobar que era auténtico, lo arrojó al fuego, donde se deshizo en un instante. Ella gritó aterrada, sin entender por qué había hecho esto. Pero él, sin perder la calma, le dijo:

-Cuéntame cómo conseguiste este bigote.

-Venerable, comencé llevándole comida hasta su cueva. Poco a poco, él se fue acostumbrando a mi presencia, mientras yo le hablaba suave y cariñosamente. Al principio no me aceptaba la comida, pero persistí y finalmente se acercó y comenzó a comerla. Yo nunca le hablaba duramente ni le reprochaba nada. Para entonces, ya me esperaba en el camino y mientras comía, yo lo acariciaba y le decía palabras de aliento. Cuando finalmente vi que era completamente dócil, le quité el bigote.

-Ya veo –dijo el ermitaño-, muy pacientemente lo domaste, ganándote su amor y su confianza.

-Así fue, pero para nada –replicó ella-. Tú arrojaste el bigote al fuego.

-El bigote ya no es necesario –repuso él-. Solo piensa en esto: ¿crees tú que el hombre es más salvaje que un tigre? ¿Acaso no es más capaz de responder a las dulces palabras y las suaves caricias? Si eres tan comprensiva con él como con el tigre, ¿no responderá amablemente? Si pudiste atraer a un feroz tigre con tus buenos sentimientos, estoy seguro de que puedes lograr lo mismo con tu marido.

Al escuchar estas palabras, la mujer quedó en silencio, mientras el anciano la miraba amablemente. Entonces, regresó lentamente a su casa, reflexionando sobre la gran verdad que había aprendido de la boca del ermitaño.

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