Fuente: Informe Orwell

En los últimos siglos el mal se ha afianzado con nuevas máscaras y formas. Si bien hace un milenio el sadismo podía ser aceptado sencillamente por la orden o imposición del monarca de turno, en la actualidad el mismo se debe justificar para que sea aceptado entre la población y allí empieza a jugar un rol fundamental las guerras culturales, las teorías marxistas y el resentimiento como arma política.

Nicolás Maquiavelo escribió: “Es imposible que los que mandan sean reverenciados por los que desprecian a Dios”; y es precisamente esta la razón por la que los emperadores/dictadores del pasado y los tiranos del presente, necesitan arroparse de un aura de deidad, para que nadie se atreva a discutir sus aberraciones y consientan que estas figuras saben realmente qué es lo que conviene a la sociedad, por lo que no hay razón para dudar de ellos.

En la Unión Soviética, Josef Stalin llegaría al poder y serviría como secretario general del Comité Central del Partido Comunista entre 1922 y 1952. Lo primero que hizo al asumir fue empezar a encarcelar y asesinar a disidentes de su gobierno, tanto a los miembros de otros partidos, como a los de su propio partido que se atrevían a desafiar sus órdenes, siendo el más famoso, la persecución y asesinato del también comunista León Trotski.

Stalin consideraba que su gobierno debía y tenía que centralizar toda la producción económica para el “bienestar” del pueblo, debido a que “evidentemente” ellos estaban mejor capacitados para planificar las actividades económicas que la propia ciudadanía. Estas decisiones ejecutivas empezaron a generar discordia en la sociedad, al punto en que las autoridades comunistas en el año 1930 desencadenaron lo que se conocería como la “Gran purga” o el “Gran terror de Stalin”, una campaña orientada a perseguir y destruir a todo el que se opusiera a las “autoridades divinas”, algo que se llevaría adelante con represión, torturas, reasentamientos forzosos y ejecuciones masivas.

Paralelamente, mientras esto ocurría, Stalin tuvo la ingeniosa idea de transformar Rusia bajo su estricta planificación en una economía industrializada, para ello, tomaron a los trabajadores del agro y los enviaron a construir fábricas, y en el proceso, las personas empezaron a morir de hambre. Entonces tomaron a los ucranianos de esclavos y los pusieron a trabajar en el campo para poder alimentar a los trabajadores de las fábricas, sin embargo, las raciones de alimentos no eran suficientes, por lo que, los mismos trabajadores del agro no podían comer lo que producían, entonces, millones empezaron a morir de hambre, en lo que se conocería como el “Holodomor”.

Se estima que aproximadamente entre 8 y 10 millones de ucranianos murieron de hambre debido a las políticas de Stalin, y más de 20 millones de personas murieron en su régimen de terror. Todo por seguir los ideales comunistas y considerar que ellos eran una especie de hombres divinos capaces de planificar la economía a su antojo.

En China, Mao Zedong llegó al poder tras derrotar al Kuomintang de la mano de una revolución que prometía igualdad absoluta para todos y la abolición del Estado en nombre de la dictadura del proletariado. Corría el año 1949 cuando el líder comunista tomó el control de la parte continental del país y proclamó la República Popular China el 1 de octubre de dicho año. Su gobierno marcó en un principio una pauta expansionista, llegando a invadir el Tibet y Hainan; en la primera década Mao llevó a cabo un programa de distribución de la tierra e industrialización con la ayuda de la Unión Soviética, en esos primeros años a quienes se consideraban “capitalistas” se les fue robando sus tierras y eran encarcelados por las autoridades policiales, debido a que quienes jugaban a ser Dios consideraban que ellos harían un mejor trabajo sacando provecho de las tierras de la nación.

Con los años, las políticas socialistas fueron profundizándose hasta llegar el momento de implementar el “Gran salto adelante”, una campaña de medidas económicas y sociales para llegar al tan anhelado comunismo que se puso en marcha en el año 1958, con el objetivo de transformar la economía agraria de China a una industrializada; algo muy similar a lo hecho décadas atrás por Stalin en Rusia con ligeras modificaciones.

Una de las ideas principales de Mao era crear comunas como unidades económicas “autosuficientes” (muchas veces Hugo Chávez también tuvo este sueño para Venezuela), el líder comunista pensaba que, a través de la colectivización de la economía y el trabajo en masa, la producción china de acero llegaría a sobrepasar a las de las potencias europeas.

En la provincia de Henan se estableció la primera comuna en 1958, era el inicio oficial del Gran salto adelante (el mayor error político y económico en la historia de China), luego el modelo fue extendiéndose al resto del país, en la mayoría de los casos por medio de la violencia; se crearon más de 20.000 comunas el primer año, con la idea de industrializar China.

Esta imposición de fuerza de trabajo para un área exclusiva (el acero), propició que se descuidara el campo de la China rural, perdiendo grandes porciones de tierras y sembradíos en el país, lo que condujo al poco tiempo a una hambruna sin precedentes; se estima que solo durante 3 años, es decir, desde 1958 a 1961, murieron aproximadamente 40 millones de chinos por hambruna y enfermedades asociadas a la desnutrición. Historiadores de la época cuentan que las personas se aglomeraban alrededor de los graneros del Estado buscando comida, pero Mao nunca mandó a abrirlos, pues tenía el alimento comprometido a pagos a la Unión Soviética.

El Partido Comunista de China nunca aceptó que hubiese escasez de alimentos, una hambruna generalizada, ni gente muriendo, de hecho, Mao culpaba a los campesinos de esconder los alimentos para “boicotearle”. 

Luego de esta tragedia, el Partido Comunista implantó la “Revolución Cultural” con el propósito de recuperar la popularidad perdida gracias al “Gran salto adelante” que propició un genocidio que sería capaz de extinguir a la población de todo un país como Venezuela o Perú. Dicha revolución, también conocida como la “Gran Revolución Cultural Proletaria”, inició en el año 1966 y se extendió por 10 años hasta el fallecimiento de Mao. Este movimiento no fue otra cosa más que la radicalización de la implantación ideológica del comunismo, a través de un agresivo culto a la personalidad de Mao, y la autorización a grupos civiles y otros afines a la revolución, para “deshacerse” de quienes se opusieran a los principios fundamentales del Partido Comunista.

Se estima que, durante el reinado de terror de Mao Zedong, quien jugó a ser Dios durante décadas, fallecieron entre 80 y 100 millones de personas debido a sus políticas económicas.

En Alemania, Adolf Htiler llegó al poder prometiendo vengar las pérdidas sufridas por su nación en la Primera Guerra Mundial. Hitler había surgido como una figura en el Partido Nacional Socialista Obrero, prometiendo también que serían capaces de controlar la economía y declarándole la guerra al capitalismo, Hitler se hizo con el poder, y posteriormente sus delirios de divinidad y grandeza le llevaron a imaginar que podría expandirse por el mundo con una economía controlada a su antojo, y a su vez, fungiría como un juez divino a nivel demográfico y cultural.

A lo largo de ese ensayo llamado “Mein Kampf”, que posteriormente daría vida al movimiento nazi, el padre del nacionalsocialismo alemán, Adolf Hitler, dejaba entrever sus delirios de divinidad:

“La fuente en la cual nuestro naciente movimiento deberá reclutar a sus adeptos será, pues, en primer término, la masa obrera. La misión de nuestro movimiento en este orden consistirá en arrancar al obrero alemán de la utopía del internacionalismo, libertarle de su miseria social y redimirle del triste medio cultural en que vive, para convertirle en un valioso factor de unidad, animado de sentimientos nacionales y de una voluntad igualmente nacional en el conjunto de nuestro pueblo (…).”

El genocida alemán desde su encierro en prisión consideraba que su movimiento debía atraer principalmente a los jóvenes de extrema izquierda, pues eran quienes se entusiasmarían con su idea de una Alemania con un poder central planificador y colectivista:

“El hecho de que en la actualidad millones de hombres sientan íntimamente el deseo de un cambio radical de las condiciones existentes, prueba la profunda decepción que domina en ellos. Testigos de ese hondo descontento son sin duda los indiferentes en los torneos electorales y también los muchos que se inclinan a militar en las fanáticas filas de la extrema izquierda. Y es precisamente a éstos a quienes tiene, sobre todo, que dirigirse nuestro joven movimiento”.

Durante el “Tercer Reich”, Hitler permitió la subsistencia de la “empresa privada” con la condición sine qua non de que la misma se abocara a producir por y para el Estado. En ese sentido existía en la Alemania Nazi un Betriebsführer, quién fungía como líder o dueño de la fábrica o comercio, junto a los Gefolgschaft, que representaban la masa obrera; pero estos debían subordinarse bajo el principio del Führerprinzip, según el cual las empresas debían funcionar bajo principios jerárquicos igual a la rama militar en orden ascendente, brindando obediencia absoluta, donde por supuesto, Hitler era la cabeza. Para este fin el Führer designaba un Gauleiter, el cuál era una especie de líder zonal al cual los Betriebsführer debían obedecer; era el Gauleiter bajo la supervisión de Hitler quién determinaba qué iban a producir las empresas, cuánto, cómo, de qué forma se distribuiría, cuál era el salario que ganarían los trabajadores, cuál era el horario de trabajo, incluso determinaban los precios que se cobrarían y la estructuración entera de todas las compañías.

El empresario o patrono solo era una representación nominal del propietario, pero era el Estado nazi quien disponía de la posesión de los medios de producción, pues eran ellos quienes ejercían los poderes sustantivos de propiedad, a los cuales además le sustraía las ganancias via impuesto; el economista Ludwig von Mises los clasificaba de la siguiente manera: “La posición de los supuestos propietarios privados, se reducía esencialmente a la de pensionistas del gobierno”.

Para Hitler, el individuo era el primer enemigo a vencer, todos los hombres debían abogar por la causa colectivista, pues el Estado debía ser el amo y señor de toda la sociedad. En el libro que inmortalizó su pensamiento, uno de los más grandes asesinos de la historia dejó frases como:

“Lo colectivo prima sobre lo individual”.

“La posteridad olvida a los hombres que laboraron únicamente en provecho propio y glorifica a los héroes que renunciaron a la felicidad personal.”

“Si uno se preguntase, cuáles son en realidad las fuerzas que crean o que, por lo menos, sostienen un Estado, se podría, resumiendo, formular el siguiente concepto: Espíritu y voluntad de sacrificio del individuo en pro de la colectividad. Que estas virtudes nada tienen de común con la economía, fluye de la sencilla consideración de que el hombre jamás va hasta el sacrificio por esta última, es decir, que no se muere por negocios, pero sí por ideales”.

Hitler era el hombre jugando a ser Dios en su máxima expresión, una divinidad que tenía no solo el deber, sino también el derecho, de modificar fronteras internacionales, acabar con religiones, razas, e implantar su forma de vida a millones de personas, no solo en su país, sino en el resto del planeta, así eso implicara declararle la guerra al mundo entero y millones perdieran sus vidas en el camino.

En Italia ocurriría algo muy similar bajo el mandato de Benito Mussolini, quien compartía ideología con Hitler y también abogada por planificar y controlar la economía bajo el manto del Estado e imponer sus prejuicios raciales e ideológicos a los demás. En África, Idi Amin se ganó el apodo del “Carnicero de Uganda”, por el salvajismo con el que persiguió a quien se atreviera a oponerse a su reinado de terror.

Lo mismo ocurrió en Camboya con el comunista Pol Pot, quien llegó al extremo de mandar a cortar el cabello de todos por igual para que no hubiese diferencias entre hombres y mujeres, pero no llegó solo hasta allí, durante el reinado de los Jemeres Rojos estaban prohibidas las reuniones familiares sin el consentimiento de las autoridades, debido a que todos debían regirse y vivir por el partido y no como átomos individuales. Estaban prohibidas las visitas clandestinas a familiares, los conflictos, las relaciones sexuales extramatrimoniales, este tipo de “delitos” si se ejecutaban de forma reincidente podían desembocar con el castigo de la ejecución.

En sus delirios, Pol Pot jugando a ser Dios, separaba a las familias a propósito, enviaba a los padres a trabajar en campos alejados de sus hijos para así poder adoctrinar a los niños a su antojo, e incluso, la reproducción era organizada por el partido.

Las ejecuciones se realizaban en público y se obligaba a los familiares a observar a sus hermanos, padres o primos ser torturados o decapitados. En ocasiones desaparecían familias enteras en cuestión de segundos; las personas incluso no podían alimentarse con otra cosa que no fuera suministrada por el Estado. Talaron arboles de frutas y eliminaron toda fuente de alimentación que no pudiese controlar el Gobierno, para que las personas no pudieran ser capaces de alimentarse por su cuenta, cualquier intento por contrariar esta decisión era castigada con la muerte.

Durante estas interminables jornadas de sadismo, Pol Pot argumentaba que lo hacía por el bien del pueblo, por la comunidad y la igualdad absoluta de todos, para instaurar un sistema comunista más justo.

El régimen de extrema izquierda de los Jemeres Rojos estuvo 4 años en el poder y durante ese corto período de tiempo asesinaron aproximadamente entre 2 o 3 millones de personas.

En Cuba y Venezuela también se instalaron dos regímenes tiránicos de corte socialista. El primero liderado por Fidel Castro cuya dictadura sobrevivió a su muerte y hoy ya tienen más de 60 años en el poder, y el segundo, liderado por Hugo Chávez: misma receta, mismo resultado. Tras la muerte de su creador, el chavismo designó a Nicolás Maduro para seguir con el mandato de miseria y tras más de dos décadas permanecen en el poder; en ambas naciones se aplicaron todas las recetas del manual de los hombres jugando ser Dios: colectivismo, el Estado por encima del individuo, lemas socialistas, control de precios, regulación absoluta de la economía, expropiaciones, persecución a la disidencia, y finalmente: exilio o muerte.

En la actualidad —finales del 2022—, Venezuela es el país con el mayor número de refugiados en todo el planeta, superando los 7 millones, por encima de naciones en guerra como Ucrania, Afganistán o Siria. Y de Cuba, una isla de 11 millones de habitantes, aproximadamente 2 millones han escapado arriesgando su vida en el mar, para tratar de encontrar mejores condiciones de vida. La pobreza en ambas naciones supera el 80 % y cualquiera que critique al régimen corre el riesgo de ser encarcelado o desaparecido.

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