Karina Mariani- La Gaceta de la Iberosfera
El sesgo ideológico no es una novedad en los medios de comunicación, ni en los pequeños y alternativos ni en los masivos y más influyentes, pero así como es cierto que la asepsia total es imposible, también lo es que nadie hace una cirugía en una cloaca. La veracidad en la transmisión de noticias siempre ha sido una meta y esta condición continúa siendo una demanda del público. Tanto valor tienen las noticias veraces y honestas que, cuando la legitimidad de los medios comenzó a decaer y en consecuencia su capacidad de influencia, apareció el fenómeno de los fact checkers que pretendían servir de sostén a la desvencijada credibilidad de lo publicado.
Pero acorde con la degradación de casi todas las instituciones liberales, esta profunda deriva de deslegitimación de la prensa masiva no parece detener su curso, y existe una claro cinismo en la forma en que medios prestigiosos, históricos, de alcance global se enorgullecen de su postura militante a favor de la agenda progresista. Un dato curioso es la exposición del «detrás de escena» en estas organizaciones, las divisiones internas entre sus empleados y directivos, los pases de paquetes accionarios y todo tipo de tensiones que últimamente salen a la superficie para exponer el sesgo institucional en el corazón del establishment mediático. Una serie de eventos relacionados con el accionar de los medios masivos tradicionales, sirven para ejemplificar su camino al abismo.
Uno de los pilares de la prensa financiera, el famoso Financial Times, se despachó con un editorial a favor de la amnistía pergeñada por el Presidente del gobierno español Pedro Sánchez a favor de los golpistas independentistas. El inefable editorial concluye que la amnistía «es una apuesta que vale la pena», sí, pero lo hace enumerando una serie de argumentaciones que explicarían exactamente lo contrario. Sostiene el FT que «hace seis años los partidos secesionistas desgarraron Cataluña con un referéndum ilegal y una declaración unilateral de independencia», que Sánchez para su investidura —certificada este jueves— «necesita a los separatistas y el precio es la amnistía», que la contraparte de las negociaciones es Puigdemont que «se fugó en 2017 y es un fugitivo desde entonces» y que «dos tercios de los españoles rechazan la amnistía». Pero estimado Financial, ¿cómo es que la amnistía «vale la pena» entonces?
La redacción del FT está en Londres, pero desde 2015 es propiedad de la firma japonesa Nikkei, el diario ha mostrado una enorme capacidad de adaptación para sobrevivir, a costa de su prestigio, hecho que no es aislado en el sector. En los 80 respaldó a Thatcher, en los 90 mostró su apoyo al laborismo. Esta prodigiosa capacidad de «cambiar de opinión» le ha permitido adaptarse a los hegemones más propicios y con España tiene una particular inclinación ejemplificada en su elogio a la reforma laboral de Yolanda Díaz. Si bien en el artículo el FT hace mención a que Sánchez hasta hace 15 minutos consideraba que una amnistía era inaceptable y advierte que entre otras cosas rompe la igualdad jurídica entre españoles, aun así el periódico considera que servirá para rebajar la temperatura en Cataluña, una especie de bálsamo apaciguador (claramente el autor no tenía idea de lo que estaba hablando si se considera la tensión social que esta medida está causando). Pero lo importante es destacar que el decano medio internacional no tiene el menor problema en apoyar el saltarse las leyes si esto sirve para sostener sus finanzas y su «narrativa».
Un fenómeno similar ha sucedido en relación a las elecciones presidenciales argentinas. En una nota publicada por el medio británico The Guardian se advierte sobre las consecuencias de un triunfo de Milei: «La elección del economista de ultraderecha Javier Milei como presidente de la Argentina probablemente provocaría una mayor «devastación económica y caos social», sostiene. The Guardian se hace eco de una carta firmada por una centena de «especialistas» liderada por el economista socialista Thomas Piketty. Al igual que con el caso del Financial Times, TG relata las penosas circunstancias en las que está sumida Argentina gobernada por el candidato opositor a Milei, habla de la inflación descontrolada y del nivel de pobreza actual pero sostiene que «sin embargo, si bien las soluciones aparentemente simples pueden ser atractivas, es probable que causen más devastación en el mundo real en el corto plazo, al tiempo que reducen gravemente el espacio político en el largo plazo», y enfatiza que las propuestas de Milei están «plagadas de riesgos que las hacen potencialmente muy dañinas para la economía y el pueblo argentino». The Guardian no niega la enorme pauperización argentina, pero aun así apoya al candidato que la causó.
Referidos al fenómeno político que representa la candidatura de Milei frente al sesgo progresista de los más importantes medios mundiales, las apelaciones que resaltan el miedo al «ultra» son moneda corriente. The New York Times tituló: «Libertario de extrema derecha gana las primarias presidenciales de Argentina»; el diario italiano Il Manifesto tituló: «Sudamerican Psycho»; el diario francés Le Monde escribió que «el ultraliberal Javier Milei trastorna el panorama político argentino»; el mismísimo Financial Times publicó: «El ultraderechista argentino revoluciona la carrera presidencial con una victoria en las primarias»; El País de España tituló: «El ultra Javier Milei capitaliza el voto protesta y gana las elecciones primarias en Argentina»; El Mundo tituló: «Argentina. El peronismo sufre la peor derrota de su historia y la ultraderecha libertaria de Milei gana las primarias»; y el Folha de Sao Paulo tituló: «Quién es Javier Milei, radical de derecha y líder de las primarias en Argentina Venta de órganos, liberación de armas, dolarización de la economía y fin del Banco Central: las principales propuestas de Milei».
Qué es lo que determina el tipo de periodismo previsible, reiterativo, alarmista y poco desafiante que están haciendo estos medios. La respuesta tal vez no sea una sola sino una combinación de factores. Dejar de aspirar a la veracidad privilegiando la postura ideológica, el avance corrosivo de la corrección política, en paralelo el fenómeno de la circulación de información a través de las redes sociales que ha trastocando por completo el modelo de negocios y un cambio social profundo que infantilizó y polarizó a la sociedad occidental cambiaron el paradigma de la producción noticias, de una manera tan vertiginosa que casi hay que analizar su evolución en tiempo real, desde los mismos medios, volviendo todo mucho más confuso.
Hace un par de años, un escándalo mediático dio la pauta de cómo la enloquecida adaptación del periodismo a la hegemonía progresista global iba a dañar de muerte a los medios masivos. En la sección de opinión del New York Times despidieron al director James Bennett porque permitió que se publicara un artículo del senador Tom Cotton donde pedía el despliegue de tropas para sofocar los disturbios y ataques que ocurrían en las manifestaciones por la muerte de George Floyd. El periódico sufrió críticas iracundas en plena efervescencia del dominio de la conversación pública a manos de la organización Black Lives Matter. Dentro de la empresa, los periodistas se dividieron y se enfrentaron duramente. Los nuevos ingresantes clamaban por censura y quienes no se alinearon a la sumisión a BLM o que simplemente abogaban por sostener los principios de la libertad de expresión e investigación, como Bari Weiss, salieron del medio.
Existen tesis que sostienen que hemos entrado una fase posperiodística, caracterizada por un periodismo que satisface a una audiencia de nicho, que buscaba obtener ingresos de suscriptores digitales y que, por esta causa, empezó a vender una agenda corporativamente avalada a una congregación de almas de mentalidad similar.
La esencia del posperiodismo sería por un lado un ambiente confortable, sin disidencias que puedan ofender o molestar al lector, y de creciente confirmación de la polarización. Lo que se resiente con este modelo, de nuevo, es la veracidad y la rigurosidad de la información, materia prima del periodismo. En relación a esto, ocurrió algo mucho más oscuro recientemente. La semana pasada salió a la luz la noticia de que varios «fotoperiodistas independientes» radicados en Gaza que trabajaban para grandes medios y agencias como AP, CNN, Reuters y el New York Times estaban cercanamente relacionados con Hamás. Tanto así que en el momento en que se llevaron a cabo los ataques del 7 de octubre publicaron fotografías de ellos mismos viajando hacia Israel e ingresando a las comunidades masacradas con los miembros de Hamás. Ante la posibilidad de que las organizaciones de noticias supieran de antemano lo que estaba pasando y no hubieran advertido de los atentados, tanto AP como CNN emitieron declaraciones negando categóricamente que les hubieran dicho lo que iba a pasar y rompieron vínculos con los «fotoperiodistas» en cuestión.
Se nombró específicamente a cuatro reporteros de AP, Hassan Eslaiah, Yousef Masoud, Ali Mahmud y Hatem Ali, quienes lograron capturar imágenes mientras ocurrían los ataques. De Eslaiah trascendió una selfie que lo muestra con Yahya Sinwar, líder de Hamás en la Franja de Gaza. Del lado de Reuters, los fotoperiodistas involucrados son Mohammed Fayq Abu Mostafa y Yasser Qudih, que lograron capturar fotografías de un tanque israelí mientras era prendido fuego y finalmente Abu Mustafa, que retrató el momento en el que una turba de linchadores destrozaba el cuerpo de un soldado israelí. Luego los nombres de los fotógrafos, que aparecen en otras fuentes, fueron «oportunamente» eliminados de algunas de las fotos de la base de datos de AP. Quizá alguien en la agencia se dio cuenta de que planteaba serias dudas sobre su ética periodística y sobre si las agencias eran una fuente de financiación del terrorismo. Hasta que organizaciones externas no denunciaron a los periodistas, ahora presuntos cómplices de Hamas, estos eran contratados por agencias y medios internacionales que daban como válidas las versiones de verdaderos fanáticos sin siquiera evaluar su proveniencia y veracidad.
Lo mismo ocurre con el famoso medio canadiense CBC (Canadian Broadcasting Corp.) criticado por la diputada Rachael Thomas porque la emisora ordenó, como política editorial, no etiquetar a Hamás como «terroristas» en un memorando interno que se filtró el primer fin de semana de la invasión. «Para el CBC tomar esta decisión es absolutamente irresponsable, y es vender desinformación. Y es estar del lado de Hamas, que es estar del lado de los terroristas, que es estar en contra de la población judía», afirmó Thomas. La BBC, el New York Times, Reuters y Press Association se vieron obligados a dar marcha atrás en sus tajantes informes que culpaban a Israel de la explosión en el Hospital Árabe Al Ahli en Gaza. Cuando una turba violenta irrumpió en el aeropuerto de Daguestán en Rusia en busca de pasajeros judíos, el servicio de noticias Associated Press describió el incidente como una «protesta» lo que fue replicado por el Washington Post. ITV News transmitió una entrevista a Latifa Abouchakra, periodista de la televisión estatal iraní, quien describió los ataques de Hamás como un “momento de triunfo”.
La amnistía del Partido Socialista Obrero de España al separatismo golpista, la pertinaz alarma contra las opciones políticas que no responden al progresismo o la remanida calificación de «ultra», y el sentencioso sesgo antiisraelí que responde a la izquierda política mundial, no son un fenómeno aislado sino un progresivo síntoma de lo iliberal que se está volviendo el trabajo periodístico en los medios tradicionales. Cuando Weiss debió renunciar al NYT, en su carta supo retratar algunas de las taras que asolaban a la profesión y que desde entonces no han parado de crecer.
Escribió que existía un nuevo consenso en la prensa por el cual la verdad se había convertido en «una ortodoxia ya conocida por unos pocos ilustrados cuyo trabajo es informar a todos los demás» y agregaba «Siempre me enseñaron que los periodistas estaban encargados de escribir el primer borrador de la historia. Ahora, la historia en sí misma es una cosa más efímera y moldeada para ajustarse a las necesidades de una narrativa predeterminada». Nada como estos tiempos convulsos para comprobar cuánta razón había en aquella renuncia.