Fuente: Infobae

La política exterior y la Defensa Nacional son históricamente las áreas más sensibles de los Estados. Los gobernantes y países que no lo entienden están signados por la decadencia y serios riesgos. Dos campos donde los juegos para la tribuna y taras ideológicas reales o actuadas no deben tener lugar. Un buen termómetro para diferenciar estadistas de políticos de cabotaje y de mirada corta. Asimismo, se debe partir de un entendimiento cabal de la estructura de poder internacional de cada momento y qué márgenes de inserción tiene el país.

En este sentido, claramente el momento unipolar liderado por los EEUU post colapso de la URSS está dando lugar a un nuevo bipolarismo entre esa superpotencia y China. Las estructuras bipolares tienen la ventaja de reducir la posibilidad de choques directos entre los gigantes, pero al mismo tiempo multiplican las confrontaciones y tensiones indirectas. Los demás países ven limitados sustancialmente los márgenes de maniobra en sus políticas exteriores y de seguridad nacional.

En el caso argentino, claramente se presenta el desafío de combinar de manera pragmática y prudente su presencia en una zona de seguridad de los EEUU como es el hemisferio americano, y un interés cada vez mayor en el Atlántico Sur, pasos estratégicos y Antártida, con la condición de China como un muy importante comprador de materias primas y prestamista financiero vía los numerosos swaps que siguen aumentando la deuda externa argentina. Este delicado equilibrio lo mantienen gran cantidad de países.

En lo que al caso argentino respecta, un problema es la tendencia de una parte sustancial de la actual alianza gobernante a introducir relatos para sus minorías intensas en la agenda exterior. En lo que parece el ya muy lejano 2019 y 2020, el caballito de batalla era el ya olvidado Grupo Puebla. Una supuesta nueva y poderosa alianza de Argentina con México que le marcaría los puntos al Brasil de Bolsonaro y a la administración Trump. El mínimo conocimiento de cómo funciona la estrategia internacional mexicana mostraría el dislate de esa hipótesis. La amigable y sonriente foto de López Obrador comiendo con Trump en plena campaña electoral de los EEUU nos ahorraría mayores comentarios.

La idea era ignorar al Brasil de Bolsonaro hasta que llegase Lula. La política exterior como un club de amigos y donde Argentina se daba el lujo de mirar fríamente a un Brasil con un PBI cuatro veces mayor al nuestro, con un presupuesto de Defensa seis veces mayor y con 350 mil millones de dólares en su Banco Central. Así como el mayor y casi único comprador de productos industriales argentinos. Finalmente, y por un muy estrecho margen, volvería Lula al poder. Sin mayorías en el Parlamento, sería obligado a multiplicar Ministerios para sumar voluntades. Ya tiene más de 30 y parece que habrá más.

Pero Lula y su Ministro de Economía, y ni qué decir su serio e independiente Banco Central (que logra mantener la inflación por debajo del 5 por ciento anual), dejaron rápidamente en claro algunas cosas. La primera, como dijo Lula en una conferencia de prensa con su par argentino, este último se llevaría mucho afecto y no dinero de Brasil. Poco después, el mismo Lula le aconsejaría al Ministro de economía de nuestro país poner sus energías en conseguir votos y no créditos urgentes para postergar algunos meses más el inevitable sinceramiento de muchas variables económicas atadas con alambre o quizás hilo sisal. Por la vulnerabilidad extrema que presenta la economía argentina, el gobierno invirtió, especialmente desde mediados del 2022, una inmensa cantidad de tiempo y esfuerzos para pedir ayuda a Washington para lograr flexibilidad y piedad en el FMI.

Los sucesivos incumplimientos de las metas pactadas necesitaban de una Casa Blanca concesiva. Una verdadera pesadilla para el relato anti EEUU que ha levantado el kirchnerismo desde la Cumbre de Mar del Plata 2005. Donde Argentina quedó como la que lideraba el choque con Washington, mientras Lula se llevaba dos días a Brasil a G.W. Bush para departir amablemente y Chávez seguía teniendo una de las oficinas claves de la petrolera PDVSA en Houston, en el Estado de Texas.

Post PASO 2023 y el tercer puesto para el oficialismo, la relación con el FMI ya no interesa y todo está puesto en poner plata en la calle y después se verá. Como era previsible, China no perdería la oportunidad de aumentar la dependencia financiera argentina con un swap por 6500 millones de dólares, de los cuales dos tercios serán usados para pagar deuda y el saldo restante para intentar parar por unos meses la locura del dólar.

Estas necesidades electorales refuerzan el endeudamiento con Pekín, que establece sus listas de condiciones y pedidos. ¿La compra de aviones de combate JF17 que no usa China pero que nos ofrece? Se sabe que ese tema es una línea roja para los EEUU, así como cualquier facilidad portuaria y logística para la potencia asiática en el Atlántico Sur.

Por todo ello, el próximo gobierno argentino heredará un complejo esquema de renegociación con el FMI, o sea también con los EEUU, un rol central de China como comprador de materia prima pero ahora también como un actor clave en la nueva y creciente deuda externa argentina y un EEUU que mira con mucha más atención que en los últimos 80 años al Atlántico Sur y la presencia china.

Washington sabe que Brasil tiene la suficiente solidez económica y balances de poder internos (los más poderosos gobernadores no son del PT y una clase empresarial próspera y poderosa que no necesita mendigar al Estado). Lo cual claramente no tiene la Argentina, por lo tanto, más vulnerable a decisiones desesperadas de su dirigencia política para zafar al menos en el corto plazo de coyunturas. Un terreno más que fértil para la paciente y muy bien financiada política exterior china. La cual a su vez aprovecha la atracción que genera en los sectores políticos y sociales que en la Argentina hacen de su anti EEUU un relato cotidiano y también de ámbitos empresariales y financieros que ven fascinados los recursos económicos de Pekín.

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