Por Orisanmi Burtontruthout.org traducido por TierraPura.org

El registro documental de los experimentos de “control mental” realizados por los Estados Unidos y otros gobiernos durante la Guerra Fría es solo la punta del iceberg, y nuestra ignorancia colectiva (al respecto) fue diseñada (para mantenernos ignorando). A principios de 1973, cuando las consecuencias del escándalo Watergate expusieron la necesidad de una mayor supervisión de las agencias de inteligencia estadounidenses por parte del Congreso, el jefe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) ordenó la destrucción de todos los documentos relacionados con MK Ultra.

Lanzado a partir de los Juicios de Nuremberg -que expusieron el alcance de las atrocidades nazis llevadas a cabo en nombre de la ciencia- MK Ultra implicó una serie de grotescos experimentos en sujetos de prueba involuntarios dentro y fuera de las fronteras de Estados Unidos. Pruebas recién reveladas ponen al descubierto vínculos hasta ahora ocultos entre los experimentos de MK Ultra con niños indígenas en Canadá y con personas negras encarceladas en Estados Unidos.

El 20 de abril de 2023, un grupo de mujeres indígenas conocido como Kanien’kehà:ka Kahnistensera (Madres Mohawk, etnia mogol) logró un hito en su demanda en curso contra varias entidades, incluida la Universidad McGill, el gobierno canadiense y el Royal Victoria Hospital en Quebec. Las partes llegaron a un acuerdo por el cual los arqueólogos y monitores culturales comenzarían el proceso de búsqueda de tumbas anónimas, que las Madres Mohawk creen que están en los terrenos del hospital.

En los dos últimos años se han descubierto unas 1.300 tumbas sin nombre, la mayoría de ellas con restos de niños indígenas, en los terrenos de cinco de los antiguos internados de Canadá. A lo largo del siglo XX, el sistema de internados -al igual que el sistema de internados indios, su homólogo estadounidense- separó a miles de niños indígenas de sus familias, los despojó de su idioma y los sometió a diversas formas de abuso que equivalieron a lo que una comisión de la verdad y la reconciliación denominó “genocidio cultural”. Pero, como demuestran estas terribles revelaciones, el daño no fue sólo cultural: una investigación realizada en 1907 descubrió que casi una cuarta parte de los asistentes a la escuela no sobrevivieron a la graduación

En octubre de 2021, surgieron nuevas pruebas que vinculan a los niños indígenas desaparecidos con los experimentos MK Ultra realizados por investigadores patrocinados por la CIA. Una residente blanca de Winnipeg llamada Lana Ponting testificó ante el Tribunal Superior de Quebec: dijo que en 1958, cuando tenía 16 años, los médicos del Allan Memorial Institute, un antiguo hospital psiquiátrico vinculado con la Universidad McGill y con el Royal Victoria Hospital, la retuvieron en contra de su voluntad, la drogaron con LSD y otras sustancias, la sometieron a tratamientos de electroshock y la expusieron a un adoctrinamiento auditivo: reproducir una grabación que le decía a Ponting una y otra vez que era “una niña mala” o “una niña buena”.

Ponting también testificó que “algunos de los niños que vi allí eran indígenas” y que se hizo amiga de una niña indígena llamada Morningstar que soportó muchos de los mismos abusos, con la indignidad adicional de ser acosada por su raza. Durante un respiro de su neblina inducida por las drogas, Ponting recuerda salir a escondidas por la noche y encontrarse con “personas de pie junto a la pared de cemento” con palas y linternas. Ella y otros niños habían escuchado rumores de que los cuerpos estaban enterrados en la propiedad. “Creo que algunos de ellos podrían ser indígenas”, dijo Ponting al tribunal.

Su testimonio no solo corrobora lo que otro sobreviviente del Allan Memorial Institute le dijo al historiador Donovan King una década antes , sino que en 2008, Squamish Nation incluyó al hospital psiquiátrico en una lista de sitios que potencialmente contienen tumbas sin marcar.

La CIA, junto con los militares estadounidenses y canadienses y poderosas fundaciones benéficas estadounidenses, están directamente implicados en este terrible suceso. Según el libro de John Mark de 1991 The Search for the Manchurian Candidate (La búsqueda del candidato de Manchuria) y el libro de Steven Kinzer de 2019 Poisoner in Chief (Envenenador en jefe), en 1977, en respuesta a una solicitud de la Ley de Libertad de Información (FOIA), los archivistas de la CIA descubrieron una caja previamente oculta de registros financieros de MK Ultra que revelaban, entre otras cosas, que el Memorial Institute albergaba el “Subproyecto 68” de MK Ultra. Bajo la dirección del psiquiatra Ewen Cameron, a quien Ponting acusó de haberla violado, los experimentos de este subproyecto buscaban “desestructurar” la mente de las personas utilizando métodos violentos que Cameron denominó “conducción psíquica” (control mental).

Aunque Cameron se encuentra entre los médicos MK Ultra más infames, no estaba solo en McGill. Como ha demostrado el historiador Alfred McCoy en su libro de 2006 A Question of Torture , la investigación de privación sensorial de Donald Hebb, un psicólogo de McGill, también fue patrocinada encubiertamente por la CIA.

“Siento que estamos más cerca de que se escuche a nuestras generaciones futuras, a nuestras generaciones pasadas y que lo que les haya ocurrido a nuestros hijos tenga un propósito”, señaló Kwetiio, después de que ella y las demás Madres Mohawk ganaran una orden judicial para detener la construcción cerca de los posibles lugares de enterramiento. Como parte de su lucha por descubrir la verdad, las madres y sus aliados han estado recopilando documentos de archivo relacionados con los experimentos de McGill. Aunque ninguno de ellos prueba de forma incontrovertible sus sospechas, la reciente orden judicial que obliga a McGill a acelerar la publicación de los archivos restringidos ha generado optimismo en cuanto a que pronto saldrán a la luz más piezas del rompecabezas.

Pero lo que han encontrado las Madres Mohawk y sus aliados es convincente, especialmente para mí: he pasado los últimos años investigando la historia de los programas de “modificación de conducta” en las prisiones de EE. UU. Mi próximo libro Tip of the Spear: Black Radicalism, Prison Repression, and the Long Attica Revolt (disponible en octubre de 2023), descubre las raíces del moderno movimiento abolicionista de las prisiones y los esfuerzos estatales para destruirlo durante las décadas de 1960 y 1970. Detalla un programa poco conocido de experimentación científica en prisión que se entrecruza con la lucha de las Madres Mohawk.

En 1966, el gobernador de Nueva York, Nelson Rockefeller, cuya fundación familiar ayudó a establecer el Instituto Allan Memorial, lanzó una iniciativa mediante la cual un equipo de consultores de McGill fue llevado a Nueva York para establecer programas y realizar investigaciones en el Hospital Estatal de Dannemora para criminales dementes, según el libro de 1975 del psiquiatra canadiense Bruno Cormier The Watcher and the Watched . Ubicada en una aldea remota a 25 millas al sur de la frontera norte de Nueva York con Quebec, la institución confinó a los prisioneros que fueron trasladados desde otras instalaciones estatales después de que los médicos de la prisión los consideraran “locos”.

El propósito oficial de la colaboración era desarrollar nuevos métodos para prevenir la reincidencia. Sin embargo, el programa albergaba “estudios experimentales de varios aspectos del comportamiento delictivo”, señaló un informe de 1968 . Al año siguiente, un asistente a una conferencia sobre el programa señaló que un gran número de sus participantes eran negros.

Una declaración jurada escrita por el antropólogo Phillippe Blouin en apoyo de las Madres Mohawk identificó al difunto psiquiatra Cormier como una persona bajo sospecha. Blouin localizó la correspondencia entre el psicólogo principal del “Subproyecto 68” Cameron y Cormier, quien trabajó como médico en el Allan Memorial Institute durante las décadas de 1950 y 1960. Realizados entre 1957 y 1963, los intercambios se refieren a una propuesta de creación de un Centro Piloto de Delincuencia Juvenil, que incluiría laboratorios “para estudios psicológicos, para trabajos en genética, para investigaciones endocrinológicas, para estudios sociológicos (que cumplirían una doble función para trabajos de investigación), tanto dentro de la unidad (penitenciaria) como fuera de él (en referencia a las personas externas que se usarían para los experimentos)”.

Refiriéndose a la propuesta, Cormier sugiere que el ámbito del centro no debería limitarse a la rehabilitación. Enfatiza que “una investigación de este tipo debería arrojar luz sobre todos los problemas de comportamiento” y tambien que tiene el potencial de “cerrar la brecha de investigación entre la delincuencia juvenil y la criminalidad adulta”.

Poco después de este intercambio, las autoridades neoyorquinas lo seleccionaron para dirigir la alianza de colaboración entre el Memorial Institute y el sistema penitenciario de Nueva York. El hombre que ayudó a que esto sucediera fue un médico alemán llamado Ludwig Fink , quien se convirtió en subdirector y posteriormente en director del hospital de Dannemora después de ejercer la psiquiatría en Irán e India durante la década de 1940. Para 1969, Fink y algunos de los consultores de McGill ya habían capacitado a los guardias de la prisión en técnicas de hipnosis y terapia de aversión, lo que resultó en escenas que un observador calificó como “bastante repugnantes tanto para quienes miraban como para quienes participaban”.

El director de un grupo de reflexión llamado Instituto de Investigación sobre Narcóticos y Drogas describió el programa de “Comunidad Terapéutica” de Fink de un modo inquietantemente similar a los esfuerzos de Cameron por borrar la conciencia humana para reconstruirla de nuevo. “Te lleva de vuelta (a la mente) a una especie desnivel de  jardín de infantes y luego te vuelve a educar”, dijo al Congreso. Por otra parte, Fink cita la autobiografía de Malcolm X y lamenta el “creciente número de hombres negros agresivos y asertivos” que se encuentran detrás de los muros de la prisión.

La declaración jurada de Mohawk Mothers menciona a Ernest G. Poser, un psicólogo cuyos experimentos en McGill investigaron “las diferencias interculturales en la tolerancia al dolor físico usando medios engañosos y lo que parecían instrumentos de tortura”. Indica que Poser “estudió las reacciones de los pacientes a la sugestión hipnótica (control mental) durante el sueño inducido por metohexitona”, una práctica que recuerda la experiencia de “lavado de cerebro” referida por Ponting. Poser, colega del psicólogo de McGill e investigador de privación sensorial Hebb, también estaba experimentando con personas encarceladas en Nueva York. En 1968, investigó si los presos considerados “sociópatas” sufren de una deficiencia de adrenalina que les impide aprender de “experiencias que producen miedo”.

Para averiguarlo, él y una estudiante graduada llamada Deborah G. Sittman les inyectaron adrenalina y les aplicaron descargas eléctricas. Wilfrid Derby, un alumno de Poser y Hebb, propuso un experimento en el que varios prisioneros serían atados a un dispositivo de terapia electroconvulsiva y se les diría que se encontraban en una situación competitiva en la que el “perdedor” recibiría el nivel de descarga establecido por su oponente.

Entre el 9 y el 13 de septiembre de 1971, cerca de 1.300 personas encarceladas se rebelaron en la cárcel neoyorquina de Attica. La mayoría eran negros, pero unos pocos, como John Boncore “Dacajeweiah” Hill eran de la etnia mogol (mohawk). La alianza entre Nueva York y McGill parece haber terminado poco después del levantamiento y de la brutal masacre orquestada por el Estado que le siguió. Casi al mismo tiempo, el Hospital Estatal de Dannemora fue rebautizado como Centro Educativo de Tratamiento Correccional de Adirondack, y se convirtió en sede de una “nueva” iniciativa de modificación del comportamiento denominada Prescription Program (traducido al español sería Programa Rx, equivalente a recetas o prescripción médica de fármacos: los fármacos recetados por los psiquiatras modifican el comportamiento).

Múltiples cartas publicadas por organizaciones de defensa de los derechos de los presos denunciaron a las autoridades penitenciarias por drogar subrepticiamente la comida y el agua de los reclusos y por intentar convertirlos en “zombis”. Un tribunal gubernamental señaló que el programa evocaba “el espectro de los campos de reeducación, reforma y lavado de cerebro de las sociedades totalitarias.”

Según Walter Dunbar, quien recientemente dejó el sistema penitenciario de California para convertirse en subcomisionado de prisiones de Nueva York, el Prescription Program (Programa Rx) se centraba en los presos culpables de “actos manifiestos que incitan, agitan y provocan a otros presos a actividades militantes, radicales y antisociales. ” Estas declaraciones vinculan el programa a discursos implantados que patologizan la resistencia de los negros (es decir, por razones no médicas convierten ciertas conductas en enfermedades mentales), lo que supone la implicación de las autoridades penitenciarias en el uso de técnicas de modificación de la conducta con fines políticos: la contrainsurgencia (operación para sofocar el levantamiento contra la autoridad).

Notablemente, el nombre de Dunbar aparece varias veces en una serie de documentos publicados por la CIA a través de la FOIA (Ley de Libertad de Información, FOIA por sus siglas en inglés: Freedom of Information Act). Los documentos hablan de la investigación sobre estupefacientes financiada por la Agencia en personas encarceladas en Vacaville Medical Facility, una prisión en California que ayudó a crear la alianza de colaboración entre el sistema penitenciario de Nueva York y la Universidad McGill.

Los experimentos financiados por el Estado en la época de la Guerra Fría emplearon una serie de métodos escandalosos para probar si el pensamiento y el comportamiento humanos podían controlarse de forma predecible. El resultado de estos experimentos y el destino de sus víctimas siguen siendo oscuros, pero existe un hilo conductor común a los distintos contextos experimentales. Los científicos investigadores atacaron y agredieron a poblaciones vulnerables que no podían dar su consentimiento y que se consideraban desechables. Era improbable que sus denuncias se tomaran en serio y las posibilidades de resarcimiento eran limitadas porque pertenecían a instituciones y a grupos marginados: indígenas, negros, pobres, discapacitados, niños, presos, mujeres y niñas. Esta violencia científica fue configurada por el legado vivo del colonialismo y la esclavitud, una violencia que sigue encontrando su expresión en la actual “guerra contra el terrorismo”.

Aunque es posible que nunca conozcamos toda la verdad, les debemos a los que han sido dañados y asesinados el esclarecimiento de sus historias. Grupos como las Madres Mohawk han prometido seguir investigando.

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