Por Oriana Rivas – Panampost

El drama de los barcos piratas chinos en aguas occidentales está lejos de terminar. La pesca indiscriminada que ejecutan no solo ataca la biodiversidad marítima, de acuerdo a la denuncia de organizaciones independientes. También estaría denigrando a los trabajadores a bordo al someterlos por años a trabajo forzado.

Esta última situación toma protagonismo debido a leyes peruanas que desde 2020 exigen a barcos pesqueros extranjeros que ingresen a sus puertos, usar un sistema de monitoreo de embarcaciones. Sin embargo, el verdadero objetivo de la norma se desvió. Ahora las embarcaciones prefieren flotar por largos periodos en alta mar y como consecuencia, incurren en la violación de derechos humanos de las personas que trabajan allí día y noche.

En consecuencia, parece que nada logra regular completamente la presencia de barcos pesqueros chinos que cruzan aguas oceánicas para hacerse con toneladas de calamar y pescado. En 2020 se alertó la presencia de 200 barcos que navegaban fuera de las 200 millas de la Zona Económica Exclusiva (ZEE) de Argentina. Un año después, 281 naves amenazaban la biodiversidad de Islas Galápagos y para marzo de 2022 ya era evidente que las embarcaciones lideraban la pesca ilegal de calamar en el Pacífico Sur.

“Un escenario casi inhumano”

Los grises en leyes internacionales sobre la jurisdicción de aguas —más allá de las ZEE de cada país— hace que el problema quede en la nada misma. En el caso de Perú, pedir la instalación de sistemas de monitoreo provocó nuevas burlas de los barcos chinos. Si se revisan los números, de esas 671 embarcaciones presentes en el Pacífico Sur, solo tres cuentan con equipo VMS peruano según Artisonal, organización que busca contribuir a la sostenibilidad de la pesca.

Esa cantidad de barcos se traduce “en una capacidad máxima de captura de aproximadamente 600.000 toneladas y una tripulación de 16000 personas (un promedio de 25 por barco), incluidos ciudadanos chinos, indonesios y filipinos, que operan poteros toda la noche bajo intensas luces de pesca”.

Tal como reseña la organización, “los puertos peruanos de Chimbote y Callao se convirtieron en los principales puntos de reabastecimiento de combustible, mantenimiento y cambio de tripulación hasta llegar a alrededor de 300 entradas a puerto en 2019. Pero, luego de la promulgación de la nueva regulación portuaria en 2020, este valor se redujo drásticamente a solo 40 entradas portuarias”. Lo siguiente dilapida cualquier versión de que los derechos humanos de los trabajadores se respeten mínimamente mientras navegan.

“Antes de las nuevas regulaciones portuarias emitidas por el gobierno peruano, los buques calamares extranjeros pasaban un promedio de 10 a 12 meses en el mar (mínimo una entrada a los puertos peruanos por año). Después de la regulación, el viaje de pesca típico aumentó a 18 – 24 meses. Incluso hubo casos con tiempo en el mar de más de dos años sin que la tripulación viera tierra firme, un escenario casi inhumano en una flota pesquera con antecedentes previos de trabajos forzados”.

Relato de la esclavitud

Ahora bien, The Associated Press ha hecho seguimiento en vivo de estos barcos pesqueros chinos, documentando su impacto biológico y las deplorables condiciones de vida de los trabajadores. La agencia documentó al Chang Tai 802 en julio de 2021 en el Pacífico oriental junto a otros 3000 barcos y cómo un tripulante indonesio gritó desde la popa del barco: “¡Quiero irme a casa!”.

Previo a eso, la nave había ingresado en 2019 “al puerto peruano de Chimbote para dejar a un tripulante con una infección renal que requirió atención de emergencia”. Es decir, llevaba dos años navegando continuamente. El Chang Tai 802 pescó otro año y finalmente regresó a puerto, en China, en agosto de 2022, según Artisonal.

Hay relatos previos de los abusos contra trabajadores en los barcos pesqueros chinos. Alexis Olivares, un chileno que comenzó a trabajar en una de estas embarcaciones a cambio de 400 dólares mensuales, reveló a Infobae que trabajó en condiciones de “esclavitud” y que un día que quiso escapar tras un desembarco y le negaron sus documentos. “Si algún chino no trabajaba, los golpeaban”, contó.

“Trabajábamos casi 18 horas diarias y había que levantarse a las 4. El desayuno era un pocillo con arroz y dos pedacitos de pescado, también bebían agua de arroz”.

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