Fuente: La Derecha Diario

Un 25 de diciembre de 1991 se disolvía felizmente la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), tras un largo proceso de agonía económica e inestabilidad política prolongada.

El derrumbe de la URSS marcó el fin de la dictadura totalitaria en Rusia y algunos de los países colindantes. Se trata del régimen por excelencia que abolió casi por completo la libertad económica, la libertad civil y la libertad política sobre todas aquellos países que aglutinó. Dejó en manifiesto el fracaso de la ideología comunista y la planificación centralizada como una alternativa de organización social

La caída definitiva de la cortina de hierro inspiró la necesidad de reformismo no solamente en las economías post-soviéticas, sino también en múltiples países con economías emergentes y con severos desequilibrios en América Latina, Asia y África.

Del auge al estancamiento de la economía socialista

La economía soviética comenzó a mostrar indicios claros de agotamiento en el nivel de producción de bienes y servicios desde la segunda mitad de la década de 1970, y para 1980 el estancamiento era innegable

Las tímidas reformas al sistema ensayadas por la administración de Nikita Jrushchov, entre ellas la reforma salarial de 1956 y la descentralización por la reforma Liberman de 1965, terminaron por fracasar al no ser capaces de cumplir su único cometido: sostener el crecimiento de la economía a largo plazo. 

Sin un sistema de precios capaz de reflejar las preferencias de las personas y frente a la total carencia de incentivos compatibles con la iniciativa individual, la economía planificada no fue capaz de identificar eficientemente ni cuánto, ni cómo, ni qué producir exactamente.

Este fue el principal problema que el socialismo jamás pudo resolver: la incapacidad de reemplazar al sistema de precios por alguna otra alternativa capaz de proveer la misma información. Simplemente se establecieron pautas de producción dentro de programas quinquenales, y los ciudadanos eran reducidos a ser materia prima dentro de un plan de acción. 

Mientras que en una economía moderna el capital fluctúa entre sectores a través de las señales que marca el sistema de precios, en un régimen planificado por el Estado las asignaciones se realizan con criterios políticos, con pautas arbitrarias o incluso con tecnicismos que no cuentan con la suficiente información. 

La Unión Soviética experimentó un vigoroso crecimiento económico entre las décadas de 1950 y 1960, ya que aún asignando arbitrariamente los recursos, el Estado creó desde cero sectores que de otro modo hubieran sido impensables (por ejemplo el desarrollo de la industria pesada en un país que originariamente fue agrícola). Pero una vez pasados los efectos de corto plazo, el sistema económico se estancó por la acumulación de todas aquellas ineficiencias que no podían detectarse sin un sistema de precios

Sin sistema de precios, resultó completamente imposible evaluar el sentido económico de los sucesivos proyectos arbitrarios que determinaban los planes quinquenales. La Unión Soviética enfrentó un largo proceso de descapitalización y atraso tecnológico, que culminó con el estancamiento de la productividad de los factores de la economía. De esta forma, el auge de los años 60s se convirtió en un pesado estancamiento. 

El colapso definitivo

El derrumbe definitivo de la economía planificada se produjo cuando fue imposible sostener una situación de estancamiento productivo, y al mismo tiempo un fuerte desequilibrio de “sobrante monetario”

Este fenómeno se produce cuando el Estado expande la oferta monetaria pero los actores de la sociedad no son capaces de hacer fluir esos los recursos para comprar bienes o servicios debido a controles de todo tipo: precios fijados arbitrariamente y/o cantidades estrictamente reguladas

Se produce así una suerte de inflación reprimida típica de las economías planificadas, como resultado de una descoordinación de asignaciones arbitrarias entre fijación de precios y cantidades, y fijación de la expansión monetaria. 

La URSS se vio obligada a reintroducir el sistema de racionamiento por tarjetas desde finales de los años 60s y principios de los 70s, en respuesta a los alarmantes episodios de desabastecimiento. Los bienes comenzaron a escasear a lo largo y ancho del país. Como respuesta no quedó más remedio que reducir por la fuerza el consumo de las personas, y subordinarlas a la subsistencia. 

Las reformas económicas de la Perestroika en la dirección de Mijaíl Gorbachov trataron de aminorar el faltante de bienes. En diciembre de 1990 la Unión Soviética aprobó una reforma monetaria, y en abril de 1991 los precios oficiales se dispararon un brutal 63,5%.

Pero la reforma Gorbachov fracasó. La economía entró en recesión ante la imposibilidad de solventar las ineficiencias del sistema, el desabastecimiento persistió, y la actividad industrial se derrumbó un 21% entre diciembre de 1988 y diciembre de 1991. Y frente al fracaso de las reformas, la dictadura enfrentó un colapso político que acabó con la disolución del régimen el 25 de diciembre.

El sistema de represión de precios colapsó en enero de 1992, y el IPC se disparó un 245% solamente en ese mes. La depresión económica se profundizó a la par del estallido inflacionario. Los intentos reformistas del primer presidente de la recién creada Federación Rusa, Borís Yeltsin, fueron limitados y opacados por la supervivencia de la Constitución Socialista de 1978. 

Tras una severa crisis política entre septiembre y octubre de 1993, Yeltsin logró eliminar el socialismo de la Constitución y sentó las bases para la transformación económica y social de Rusia. Los precios retornaron progresivamente a la estabilidad a partir de 1995 y la actividad económica salió de la depresión en 1996. 

“Tenemos mucho de todo: tierra, petróleo, gas, otras riquezas naturales, y tampoco Dios nos ofendió en cuanto a inteligencia y talentos. Pero vivíamos bastante peor que en los países desarrollados. La razón de esto era evidente: la sociedad estaba asfixiada por las tenazas de un sistema burocrático y autoritarioAsí no se podía seguir viviendo, todo tenía que cambiar radicalmente”, admitió Gorbachov en su discurso de renuncia en diciembre de 1991.

Pobreza y marginalidad social

Formalmente la Unión Soviética negó sistemáticamente la existencia de la pobreza, que era entendida como un problema de corte ideológico y asociado exclusivamente a la economía de mercado. Bajo una “sociedad socialista justa”, se pretendía imposible la sola existencia de “pobreza” propiamente dicha.

Sin embargo, el régimen comenzó a reconocer a los así llamados “pobres de ingresos” a partir de la década de 1970. El investigador estadounidense A. McAlley encontró que, bajo un umbral de 50 rublos, el 69,5% de la población soviética vivía en pobreza hacia el año 1958, y cerca entre el 35% y el 40% para 1968 utilizando una canasta más baja de 30 rublos mensuales. 

Hacia 1988 el Comité Estatal de Estadística de la Unión Soviética comenzó a medir oficialmente el “presupuesto mínimo del consumidor”, bajo el cual se estudiaba el nivel de vida. Para 1989 la cantidad de personas por debajo de este umbral representó el 25% de la población soviética según cifras estrictamente oficiales

La situación empeoró todavía más entre 1990 y 1991, y el Comité Estatal reconoció que hasta el 30% de la población soviética percibía ingresos mensuales por debajo de la subsistencia. Hasta 90 millones de personas, en plena economía socialista y bajo un pretexto de “igualdad social”, no cumplían estándares mínimos de calidad de vida.

Envía tu comentario

Subscribe
Notify of
guest
3 Comentarios
Más antiguos
Recientes
Inline Feedbacks
Ver todos los comentarios

Últimas