Por Carlos Esteban – gaceta.es

Klaus Schwab, fundador y director del Foro Económico Mundial, es un particular, un tipo como usted y como yo, solo que con mucho dinero e influencias. Al igual que, digamos, a la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, nadie le ha votado nunca para nada. Pero, a diferencia de nuestra Ursula de nuestros pecados, Klaus ni siquiera ocupa un cargo público. Por eso resulta un tanto desconcertante verle en la cumbre de los veinte países más desarrollados del planeta, el G-20, a la que en principio solo acuden jefes de Estado y de Gobierno, como uno más, incluida la horterísima camisa balinesa.

Y no solo codeándose como un igual que nuestros líderes electos, sino dándoles instrucciones como si fuera el maestro frente a los niños más aplicados de la clase. Es todo como una distopía cinematográfica de Serie B.

Porque Klaus se dirigió a los líderes políticos y al mundo en un discurso cuyo cerrado acento alemán hacía aún más ominoso. Aunque estamos ya hartos de oírle -ha sido un poco la voz de fondo de toda la pandemia, que él mismo celebró en un libro como una «gran oportunidad» para su ansiado «Gran Reinicio»-, el alemán no cambia un ápice su discurso globalista, diciendo en alto lo que en otro momento solían callar.

Schwab sigue pontificando sobre las virtudes del «Gran Reinicio» y la utilidad de la crisis como medio para lograr una «reestructuración» del orden mundial actual. La reestructuración que obsesiona al WEF es un sistema socialista global basado en los conceptos de Schwab de la Cuarta Revolución Industrial, la Economía Compartida y el Capitalismo de Partes Interesadas (gobierno corporativo). No dice mucho en términos de planificación en su discurso ante el G20, pero da a entender que si bien la fragmentación es necesaria, demasiada fragmentación podría ser problemática. En otras palabras, el caos controlado es valioso para la agenda globalista, pero el caos descontrolado sería desastroso para ellos.

¿Y quién es este tipo? Sin duda habrán oído hablar de él últimamente, porque todo lo que anuncia acaban recogiéndolo nuestros líderes en forma de políticas o anuncios a futuro. Ya saben: no tendrás nada y serás feliz, no viajarás, te moverás solo en transporte público, dejarás de comer carne y empezarás a comer bichos… La agenda de los globalistas que absolutamente nadie quiere y que nos están vendiendo a capón como una necesidad ineludible.

Klaus es un industrial razonablemente rico que hace décadas montó el Foro Económico Mundial, un lugar de encuentro para las élites políticas, económicas y culturales que suele celebrar reuniones anuales en un maravilloso y pintoresco pueblecito suizo, Davos, de donde ha tomado el sobrenombre. Pero cualquiera con dos dedos de frente se da cuenta de que si los hombres más poderosos del mundo en distintas esferas y de distintos países se reúnen en una especie de retiro espiritual lejos de las miradas (y los oídos) del mundo, no es probable que hablen del tiempo y del estado de la nieve. No, lo normal es que se desarrolle un entendimiento, una conspiración abierta.

Y eso es lo que significa que Klaus (como Bill Gates) esté en Bali, codeándose con mirada paternal con los políticos que hemos elegido en urnas, como un igual. O, nos tememos, un superior.

No hace más que devolver la visita. El Foro se reunió este año en mayo, y allí Klaus fue tan explícito que hizo de la conspiración un hecho más que una teoría. Su discurso inaugural no pudo ser más cristalino: «El futuro lo construimos nosotros… lo construye una comunidad poderosa… como ustedes aquí en ésta habitación». Como ven, no se corta.

«Tenemos los medios para mejorar el estado del mundo, pero son necesarias dos condiciones», continuó en esa ocasión Schwab. «La primera es que todos actuamos como partes interesadas de comunidades más grandes. Que sirvamos no solo al interés propio sino a la comunidad. Eso es lo que llamamos responsabilidad de las partes interesadas. Y segundo, que colaboremos». Y en eso están.

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