Por Orlando Avendaño – elamerican.com
El presidente Joe Biden llegó a la Casa Blanca con la promesa de que reinsertaría a Estados Unidos a la comunidad internacional. Según Biden, el Gobierno de Trump avergonzó a Estados Unidos ante el mundo, y él llegaría para revertir eso.
Aunque la premisa es falsa, ya que Trump destacó por su política exterior pragmática y eficiente, la voluntad de Biden terminó diluyéndose ante lo que ha sido una cadena de desastres internacionales. Es probable que estemos ante uno de los presidentes americanos con la peor política exterior de la historia, y aquí hay algunos ejemplos de ello:
Traición a Colombia
En noviembre del año pasado el Departamento de Estado revocó la designación como grupo terrorista a la organización criminal Fuerza Armada Revolucionaria de Colombia (FARC).
Haciéndose eco de los acuerdos firmados en La Habana entre el Gobierno colombiano y las FARC, la Casa Blanca de Biden decidió favorecer a las FARC.
Esta decisión, que pretende blanquear a una organización terrorista, responsable de cientos de atentados, miles de muertes y un conflicto cruento a lo largo de varias décadas, constituye una traición directa a la mayoría de los colombianos, ya que, en un referendo en el 2016, el 50,21 % de los colombianos expresó su rechazo a los acuerdos de La Habana.
La decisión de la Casa Blanca fue altamente cuestionada por congresistas republicanos que representan a parte de la comunidad hispana. Los senadores Marco Rubio y Rick Scott calificaron la decisión de Biden de “dar un paso atrás para la estabilidad y la seguridad en Colombia”.
“[La decisión] solo brindará a estos terroristas y sus simpatizantes políticos una mayor capacidad, recursos financieros y una supuesta legitimidad internacional para desestabilizar a nuestro aliado más cercano en la región”, dijeron Rubio y Scott en una carta abierta.
La representante por Florida de origen cubano, María Elvira Salazar, dijo que la decisión de sacar a las FARC de la lista de organizaciones terroristas “es una bofetada a los colombianos”.
“Llevan más de 60 años destruyendo, matando, secuestrando, violando, siendo narcotraficantes y terroristas. Los van a sacar de la lista. Esto es darle una medalla de honor a estos bandidos”, dijo Salazar en sus redes sociales.
Avance del socialismo en el continente y triunfo de Petro
Estando Biden en la Casa Blanca, Honduras, Perú, Chile y, finalmente, Colombia, pasaron a ser gobernados por políticos extremistas de izquierda, aliados del régimen chavista y castrista.
Se ha tratado de mercadear este retroceso de las libertades en la región como que no es responsabilidad de la Casa Blanca, pero esto sería un error. Siendo Latinoamérica la región más cercana de Estados Unidos, debería de ser prioridad del Gobierno de turno.
Sobre todo, considerando que cuando Estados Unidos pierde un aliado en el continente, sus enemigos —entiéndase China, Irán o Rusia— aprovechan para llenar el vacío con rapidez. Esto implica una amenaza directa a la integridad de Estados Unidos y a la estabilidad del hemisferio.
Quizá el fracaso más grande es el de Colombia. Desde finales del siglo pasado, Colombia ha sido el mayor aliado estratégico y militar de Estados Unidos en el continente, sobre todo en la guerra contra el narcotráfico. Con el deterioro de Venezuela, que poco a poco fue tomada por grupos criminales como la guerrilla colombiana o el terrorismo islámico iraní, Colombia cobró mayor importancia.
Con el triunfo de Gustavo Petro, Estados Unidos no solo pierde a un aliado clave en el continente, sino que podría ganar a otro adversario, como parece que ocurrirá. Asimismo, Maduro, Castro y Daniel Ortega, los tres dictadores del continente, ganan a un socio que les permitirá probablemente expandir sus operaciones criminales y de desestabilización en el continente.
La poca importancia que el Gobierno de Biden le ha dado a Latinoamérica constituye uno de sus mayores errores, principalmente por las consecuencias que habrá en el futuro. Aunado a ello, el avance del socialismo en la región también se traducirá en aumento de migrantes llegando a la frontera sur de Estados Unidos.
Putin envalentonado
Hay quienes dicen que Vladimir Putin jamás se hubiera atrevido a invadir Ucrania si, en vez de Biden, Donald Trump hubiera estado en la Casa Blanca. Es probable. Aunque Putin siempre le ha tenido ganas a Ucrania, durante el Gobierno de Trump no intentó ninguna toma hostil del territorio, como sí lo hizo cuando Obama era presidente (en el 2014, Putin invadió Crimea).
Lo cierto es que Putin actúa cuando ve a una comunidad internacional frágil e indispuesta. Ninguna potencia se expande ante la certeza de que sus agresiones serán respondidas con igual contundencia.
Si bien a Trump se le acusa de haber sido un presidente afín a Putin (cosa que quedó desmontada cuando se supo que toda la trama rusa era bs y fake news), la realidad es que el expresidente republicano fue uno de las principales voces en denunciar el peligro de la dependencia europea de la energía de Rusia. Ahora, por esa dependencia, Putin chantajea a Europa, que hoy está de manos atadas y no puede responder como quisiera a las agresiones de Putin.
La valiente resistencia ucraniana ha resistido la invasión de Putin, pero a un costo altísimo. Por ahora es claro que la administración de Biden falló en su esfuerzo por trazar los límites que Putin no podía cruzar. La percepción que quizá Putin tiene no es lejana de la realidad: hoy enfrenta a un Occidente debilitado y endeble.
¿Traición a Israel?
Uno de los presidentes americanos que maltrató más a Israel fue Barack Obama. Y Joe Biden, quien fue su vicepresidente, está empeñado en continuar el legado de su antiguo jefe.
Durante el Gobierno de Obama, Estados Unidos permitió el crecimiento de Irán, al punto de convertirse en una potencia regional. En 2018 una investigación del Senado concluyó que el Departamento del Tesoro de Obama “intentó permitir el acceso de Irán al sistema financiero americano”. Gracias a esto, y varias licencias, Irán pudo blanquear unos 5,700 millones de riales omaníes.
Un par de años antes, Obama firmó una orden ejecutiva para levantar sanciones atómicas a Irán, lo que le permitió al régimen de los ayatolás disponer de miles de millones de dólares que tenía bloqueado. Asimismo, una investigación de POLITICO reveló que el Gobierno de Obama permitió el desarrollo del grupo terrorista Hezbolá en Latinoamérica con el propósito de congraciarse con el régimen iraní y lograr que prosperen los acuerdos nucleares.
Irán, como sabemos, es el mayor enemigo de Israel, y toda su política exterior está diseñada para destruir al joven Estado judío.
La insistencia de Biden en retomar los acuerdos nucleares con Irán de la era de Obama podrían constituir una traición mortal a los israelíes, que han desaconsejado cualquier negociación con Irán.
Hace unos días varias fuentes le dijeron a Al Jazeera que la firma de un acuerdo nuclear entre Estados Unidos e Irán era inminente.
A finales de agosto, el ex primer ministro de Israel (y probablemente el político más influyente de su país), Benjamin Netanyahu, criticó fuertemente a Biden por estar cerca de firmar “un muy, muy mal” acuerdo con Irán. Según Netanyahu, Biden le estaría regalando a Alí Jamenei, el líder supremo iraní, “una autopista pavimentada con oro a un arsenal nuclear”.
Según los críticos del acuerdo nuclear, como Netanyahu, el levantamiento de sanciones le permitiría a Irán enriquecerse con miles de millones de dólares que usaría para financiar el terrorismo en el mundo. Asimismo, en el acuerdo no hay garantía de que efectivamente Irán abandonaría su voluntad de tener armas nucleares, ya que las condiciones que impone el régimen teocrático lo absuelven de cualquier control internacional.
“¿Puede un país tan importante como Estados Unidos cometer un error tan grande? La respuesta es sí. Desafortunadamente ya ocurrió en el pasado”, dijo Netanyahu en una entrevista con Al Arabiya el pasado 24 de agosto.
Afganistán
Quizá el mayor fracaso en política exterior del siglo, y el más trágico desde los setenta, con la caída de Saigón. Las imágenes son idénticas: gente huyendo de la azotea de las embajadas americanas, en helicópteros.
La retirada de las tropas americanas de Afganistán, entre mayo y agosto del 2021, constituye el peor fracaso del Gobierno de Joe Biden y uno de los episodios más trágicos de la historia moderna.
La realidad chocó con la mediocridad tanto de la Casa Blanca como de los servicios de inteligencia americanos, que por meses aseguraron a la opinión pública americana que la retirada de Afganistán sería un éxito, ya que tenían la certeza de que el Gobierno afgano resistiría a la amenaza talibán.
Luego de 20 años de invasión, en la que supuestamente Estados Unidos neutralizó todas las amenazas locales y edificó un Gobierno democrático robusto, todo se desbarató en cuestión de semanas. El Gobierno afgano jamás resistió y los talibanes se tomaron Afganistán antes de que los últimos americanos se hubieran retirado.
Biden ordenó una de las retiradas más desastrosas de la historia universal, con un costo altísimo. Al punto en que el último vestigio de presencia americana en el país, el aeropuerto de Kabul, estaba siendo azotado por el terrorismo talibán cuando los últimos aviones estaban despegando, con gente desesperada aferrada a las alas.
En el marco de la retirada, el grupo terrorista ISIS-K cometió un atentado suicida que mató a más de 180 personas, entre las que había 13 soldados americanos.
El desastre se le salió de las manos a la Casa Blanca y Biden nunca supo cómo responder. Veíamos día tras día ruedas de prensa en las que Biden les huía a los periodistas, y, finalmente, un irresponsable maltrato a los familiares de los soldados asesinados, que exigían respuestas.
Hoy Afganistán es un país sometido a una opresión draconiana y cruel. El dramático retroceso queda como muestra de los errores de los americanos. Mujeres que ya no podrán asistir a clases y que solo se podrán pasear por las calles de Kabul con una túnica que les cubre todo menos los ojos. Vuelve la burka, vuelve la opresión y ganaron los terroristas del Talibán, que hace un par de semanas celebraron con marchas la retoma de Afganistán ante la huida de los gringos.