Por Raúl Tortolero – Panampost
La vieja derecha, entre otras cosas, era “centrista”. Se sentía en no pocas ocasiones avergonzada de llamarse a sí misma “derecha”, por lo que su rostro se difuminaba en el centrismo, uno que se fue cargando más bien hacia la izquierda.
En los hechos, la vieja derecha ha sido una suerte de transición hacia gobiernos de izquierda radical. Ahí están los casos de Mauricio Macri en Argentina, de Enrique Peña Nieto en México, de Sebastián Piñera en Chile, y de Iván Duque en Colombia, por sólo mencionar algunos casos.
La vieja derecha fue tibia en lo social, con demasiadas concesiones a la agenda progresista, agachada ante el globalismo y la agenda 2030. Así, las consecuencias fueron devastadoras en el continente americano, y los grupos de izquierda encontraron un terreno fértil para fortalecerse y para sentar sus reales, auspiciados por el Foro de Sao Paulo, y de la mano del Partido Comunista de China.
La falta de claridad de esa derecha cobarde tenía por objetivo sobre todo intentar abarcar un espectro electoral más amplio, para lo cual evitaba a toda costa condenar, por ejemplo, el aborto como un crimen contra el derecho a la vida, y apoyar la perspectiva de familia en la construcción de políticas públicas.
De esta manera, el aborto, la ideología de género, el supremacismo feminista, el supremacismo LGBT, el supremacismo indigenista, el supremacismo ecologista y animalista, y el “lenguaje inclusivo”, así como el odio contra el cristianismo, fueron ocupando cada día un lugar más preponderante en las leyes, en los medios, y en la mentalidad social.
La vieja derecha no tiene un discurso de poder, no tiene definiciones políticas, es como un anfitrión que deja pasar a su casa a quien sea, actúe como actúe, con tal de quedar bien con todos.
El resultado, obviamente, es que los más radicales se adueñaron de partes de esa casa —como “okupas políticos”—, y presentándose siempre como víctimas, se asumen con el “derecho” a no dejar tal lugar jamás.
Acceder al poder es, para esta izquierda resentida, una supuesta compensación a su “sufrimiento histórico”, una forma de resarcir el “dolor” que la sociedad les habría infringido.
Con esta narrativa —la de la dictadura de las “víctimas”— logran obtener cuotas de poder, por ejemplo espacios legislativos, o en los gabinetes. Sólo porque en teoría los homosexuales han sido discriminados “históricamente”, ahora algunos de ellos deben ocupar cierto número de escaños en la Cámara de diputados.
Pero ni todos los homosexuales han sido discriminados, ni es un argumento válido que sólo por serlo deban entonces acceder a un espacio público, con independencia de su capacidad, experiencia, trayectoria y preparación.
De esta manera, la vieja derecha, pusilánime, globalista, liberprogre, se rindió ante la rabia del supremacismo progresista, que llegó motivada por ese gran resentimiento social que siempre ha caracterizado al marxismo de toda estirpe, y al posmoderno en el presente.
La vieja derecha es la decadencia del centro. Es la afición al poder sólo por el poder. Y está bien personificada en el político que es capaz de hacer lo que sea con tal de no perder su puesto, que está dispuesto a concederlo todo, a ceder en lo que sea.
Este tipo de perfil no beneficia a la sociedad. Sólo beneficia al político hipócrita que hace malabares para seguir cobrando dinero público de nuestros impuestos.
Por ello, en contraste, una característica de la nueva derecha es que tiene ideas, propuestas, y valores, muy claros.
A la nueva derecha no le tiembla la mano, no se esconde, no le da pena, ni miedo, ser lo que es: la defensa de los valores occidentales, de la fe, la vida y la familia, y de la lucha frontal para detener al socialismo, y al progresismo.
A partir de la anulación de la Suprema Corte de Estados Unidos a la resolución de 1973 al caso Roe versus Wade, el tema de la defensa de la vida se ha posicionado como el punto de quiebre entre derechas e izquierdas.
Si eres de derecha, estás a favor de la vida. Si eres de izquierda, a favor del aborto. No hay ya términos medios: la vieja derecha se está extinguiendo en el fuego de la nueva derecha, que es caliente.
Pero atrás de esto subyace una concepción del mundo, una cosmovisión muy específica que sin duda supone valores religiosos.
No se puede ser de derecha y estar a favor del aborto. Ya no. La sociedad estadounidense está demasiado polarizada entre (literalmente) la vida y la muerte, entre la defensa de la vida o la defensa del crimen del aborto, que el centrismo palidece, se diluye. Y por extensión, lo mismo en Hispanoamérica.
La defensa de la vida se ha convertido —por todo lo que ahora representa— en el punto número uno en la agenda de la nueva derecha. Y en este sentido, mucho le debe nuestro movimiento al de Donald Trump, a MAGA. Recordemos que el presidente 45 de Estados Unidos fue quien colocó a los jueces conservadores que redefinieron hace unas semanas el panorama político, inclinando la balanza a favor de la vida. El aborto en ese país, desde 1973 hasta la fecha, arrojó cerca de 70 millones de muertes.
Ser provida representa estar del lado de la vida, desde la concepción y hasta la muerte natural, defender también los valores religiosos, y el derecho a la libertad de culto, y defender los derechos humanos reales, no los “fake”, los inventados por el progresismo.
Así las cosas, la nueva derecha se presenta bastante centrada en tres claves: fe, vida y familia. No hay una verdadera nueva derecha sin la lucha por estos tres valores. Hay que reconocer que la nueva derecha es la defensa de los valores tradicionales de Occidente, de la cristiandad.
Este tipo de enfoque genera que el progresismo, y cualquier otra rama de la izquierda internacional, se presente como contraria al cristianismo, a la vida y a la familia natural.
Hay quienes por error consideran que en nuestra contrarrevolución cultural hay que estar en contra del papa, de los judíos y de los masones. Pero en la nueva derecha no somos anti papa, ni racistas, ni asumimos que los masones actúan como un monolito. Sin embargo, cualquiera que sea anticristiano es nuestro enemigo.
Y más porque el carácter cristero de nuestra lucha cada día toma más fuerza, ya que las condiciones de persecución y censura a la libertad de culto y de expresión que ocurrieron en 1926, hoy se repiten, pero en escala hemisférica.
Nuestra respuesta es hemisférica también, y por ello hemos creado el Ejército Cristero Internacional (ECI), en el que todos los miembros —ya de más de 12 países— luchamos de forma pacífica, pero muy activa, en defensa de la fe, la vida, la familia, la propiedad privada, la patria, las libertades y los derechos universales. Los siete puntos de nuestra agenda.
Somos una nueva derecha que sí es religiosa, sin ambages, sin traumas, sin rubores, que lucha de la mano de Dios contra el socialismo, el progresismo y el globalismo. Y que apuesta a la libertad económica, claro, aunque con un Estado acotado, pequeño, y en esto los libertarios van con nosotros. De hecho, todo libertario es bienvenido, siempre y cuando suscriba nuestros 7 puntos. Si un libertario es proaborto, no lo tendremos en nuestras filas.
La familia es un punto central para la nueva derecha. No lo fue para la antigua, que se basó más en un individualismo, al final del día funcional al progresismo y al socialismo. Todo régimen autoritario rinde culto al Estado, en mucho sintetizado en la imagen de un líder carismático. Y el Estado de izquierda aspira destruir a la familia.
Tampoco podemos dejar a nuestros hijos en manos del Estado. La educación le toca en mucho a los padres. No renunciemos a nuestra prerrogativa, a nuestro derecho. Debemos legislar sobre los derechos de los padres de familia. Sigamos desconfiando del Estado, del establishment, y del deep state, pero también del big tech, del big pharma, del big food, del big money y del mainstream media. Esto es la nueva derecha.