Fuente: Derecha Diario
En la noche del jueves 31 de marzo, manifestantes furiosos arrojaron ladrillos y prendieron fuego a un autobús frente a la residencia privada del mandatario socialista Gotabaya Rajapaksa en Colombo, capital de Sri Lanka.
El malestar social por la escasez de bienes esenciales, los cortes de servicios básicos como la luz y la galopante inflación llevaron al estallido social más violento de la historia del pequeño país al sur de la India.
Con dos docenas de oficiales y más de un centenar de manifestantes heridos, el presidente declaró el estado de sitio en el boletín oficial del viernes 1ro de abril, habilitando a las autoridades a arrestar y encarcelar a sospechosos sin una orden judicial.
“La decisión de imponer el estado de emergencia se tomó bajo los intereses de la seguridad pública, la protección del orden público y el mantenimiento de suministros y servicios esenciales para la vida de la comunidad” expresó el mandatario.
La medida fue tomada sin previa consulta del Gabinete, y rápidamente empeoró la situación. Este domingo, los 26 ministros del presidente Rajapaksa presentaron su renuncia en medio de la ola de protestas.
Este lunes, sin poder contener la renuncia en masa de funcionarios, solo permanecen en sus cargos del Poder Ejecutivo el presidente, Gotabaya Rajapaksa, y su hermano, el primer ministro Mahinda Rajapaksa.
Otra medida tomada por las autoridades del país asiático fue impedir el acceso a Facebook, WhatsApp, Twitter y otras redes sociales, medida que fue rescindida posteriormente, cuando la Comisión de Derechos Humanos del país determinó que el gobierno no podía imponer la censura.
El domingo, las fuerzas policiales de Sri Lanka reprimieron una movilización liderada por varios diputados de la oposición en la ciudad de Colombo para exigir la renuncia del presidente y del primer ministro.
¿Cómo llegó Sri Lanka a esta situación?
Este país insular de 22 millones de habitantes, ubicado al sur de la costa de India, se enfrenta a una grave escasez de bienes esenciales y una fuerte inflación por la alta emisión, la falta de divisas internacionales y una abultada deuda, sobre todo tras caer de lleno en la trampa de la deuda china.
El turismo y las remesas de la diáspora, fundamentales para la economía de Sri Lanka, se derrumbaron durante la pandemia, y el gobierno impuso una amplia prohibición de las importaciones para frenar la sangría de divisas extranjeras.
Esta medida comunista de prohibir las importaciones llevó a la escasez de alimentos, medicamentos y combustibles, haciendo que durante semanas los residentes hagan filas de horas para obtener suministros básicos, mientras se enfrentaban a cortes de energía de más de 10 horas.
Soldados fueron desplegados a las principales estaciones de servicio y comercios, para mantener la calma y verificar que los comerciantes no “suban arbitrariamente los precios”.
Gran parte de la culpa de esta crisis es de China. El presidente Rajapaksa asumió en 2019 con un país extremadamente endeudado y con nulas reservas para afrontar estos pagos.
De los 45.000 millones de dólares que debe en total Sri Lanka, un 16% se lo debe a China, un 10% a Japón, y el resto a capitales privados.
Las reservas de divisas se han desplomado un 70% en los últimos dos años a poco más de US$2.000 millones. Esto ha dejado a Sri Lanka prácticamente en default ya que tiene que pagar alrededor de US$ 4.000 millones en deuda durante el resto de este año, incluido un bono soberano internacional de US$ 1.000 millones que vence en julio.
De esta manera, un país que en la década del ’90 se convirtió en una desafiante economía del golfo de Bengala y en el principal socio comercial de la India, hoy tiene una soga al cuello y el verdugo es China.
Bajo el afán de buscar mejores condiciones comerciales, rompió con India y firmó una serie de acuerdos con China en la última década. Pidió prestados miles de millones de dólares de China para construcciones de infraestructura, que ahora están a punto de caer en manos soberanas de China.