Fuente: elamerican.com
A principios de este mes de marzo, los suscriptores americanos de Disney+ se encontraron con la desagradable sorpresa de que Anastasia, el clásico de animación de 1997, había sido retirado sin previo aviso del catálogo de la plataforma de streaming.
La retirada de Anastasia por parte de Disney+ llevó a pensar que podría tratarse de un gesto de castigo a Rusia por la invasión de Ucrania. La película es una adaptación de la leyenda de la Gran Duquesa Anastasia Nikoláyevna de Rusia, en la que se fantasea con la idea de que la niña logró escapar de la ejecución de su familia por parte de los bolcheviques.
En otros tiempos, pensar que Disney+ hubiera retirado Anastasia por este motivo, habría sido una idea descabellada. Pero atendiendo al papel que está jugando Disney en la actual cultura de la cancelación, y a que en los últimos días se ha venido produciendo un preocupante fenómeno de censura y rechazo hacia todo lo relacionado con Rusia, que Disney+ la hubiera retirado por motivos políticos entraba dentro de lo plausible.
La propia Disney había anunciado que pospondría el estreno en Rusia de Turning Red, la última película de Pixar, y Warner Bros. hacía lo propio con The Batman.
Además, esta semana hemos conocido que la Unión Europea ha sacado del sistema financiero SWIFT a los bancos rusos, salvo a aquellos que reciben pagos del negocio energético; el Royal Opera House de Londres ha cancelado sus funciones con el Ballet Bolshoi; Eurovisión ha sacado del concurso a Rusia; el Metropolitan de New York ha despedido a la diva Anna Netrebko; y una universidad italiana intentó cancelar un curso sobre Dostoyevsky, aunque luego se retractó.
También la FIFA (Federación Internacional de Fútbol Asociación) y la UEFA (Unión de Federaciones Europeas de Fútbol) han expulsado de sus competiciones a la selección nacional y resto de clubes rusos, y la empresa de videojuegos EA ha borrado de sus populares juegos FIFA a los equipos rusos.
Por si esto no fuera suficiente, la FIFe (Federación Internacional Felina) se ha subido al carro declarando que “ningún gato criado en Rusia puede ser importado o registrado en cualquier libro de pedigrí de la FIFe fuera de Rusia, y ningún gato perteneciente a expositores que vivan en Rusia puede ser inscrito en cualquier exposición de la FIFe fuera del país”.
Anastasia entonces, y ahora el pueblo ruso, son víctimas de una exaltación descontrolada
Esta especie de histeria colectiva de fervor censor hacia lo ruso debe ser denunciada con igual ímpetu con el que se denuncia la invasión rusa de Ucrania. Primero porque ninguna de las medidas financieras, políticas y deportivas castiga en exclusiva al gobierno ruso, sino que hace pagar al pueblo por las decisiones de sus líderes. Saber separar a una nación y a su pueblo de su gobierno es un concepto básico de justicia que es de obligado conocimiento.
En segundo lugar, porque las cancelaciones testimoniales son absurdas, xenófobas y sólo sirven para el “postureo ético” – virtue signaling – de unos occidentales a los que cada vez nos van quedando menos valores para presumir, como es el caso de la pérdida acelerada del respeto a la libertad de expresión.
Además, estos gestos vacuos en todo caso sólo perjudican al que lleva a cabo la censura, y de ninguna manera al gobierno ruso, ni a ningún ruso que pudiera apoyar a Putin. Prohibir estudiar a Dostoyevsky sólo empobrece cultural y espiritualmente al estudiante que se pierde ‘Crimen y Castigo’ o ‘Los Hermanos Karamázov’.
No poder disfrutar en Disney+ del excelente musical de animación que es Anastasia no beneficia a nadie, ni perjudica en manera alguna a quienes supuestamente se pretende castigar.
Aunque Disney ha asegurado que la retirada no se debe a la situación política, sino a cuestiones legales y de derechos de retransmisión, es innegable que existe una persecución hacia todo lo ruso alimentada por el sentimiento de injusticia que ha generado la invasión de Ucrania.
Resulta irónico que en su momento el cruel asesinato de la niña Anastasia se convirtiera en símbolo de la exaltación descontrolada y la sed de sangre de los bolcheviques, y que ahora parezca repetirse la situación con estas represalias hacia Rusia de las que hemos sido testigos en estos días.
Dejarse llevar por esta vorágine de venganza es algo que no casa con los valores que supuestamente Occidente ha de defender y, admitámoslo, algunas de las medidas son de un ridículo tal que provocan vergüenza ajena y, a ojos de Putin, probablemente sólo sirvan para corroborar su desprecio hacia el resto del mundo.