Fuente: La Gaceta

Roubaix no es precisamente una ‘banlieue’ de reciente creación, una ciudad-dormitorio en torno a París construida para albergar a los inmigrantes que llevan décadas llegando a Francia en oleadas interminables. No, Roubaix es una encantadora ciudad del Flandes francés, un día bajo la corona española, con la friolera de 1.200 años de historia.

Pero entre las peculiaridades de esta histórica villa del norte de Francia, fronteriza con Bélgica, hay una bastante inquietante que casa mal con la historia de la ciudad: en algunas jugueterías de la ciudad venden muñecas sin rostro.

No tapadas con un velo o con una mascarilla, no: sin cara; sin ojos, nariz, boca. El público de estas siniestras muñecas es una comunidad islámica especialmente radical que considera abominable la representación del rostro humano en cualquier formato o modalidad.

Este dato anecdótico forma parte de un reportaje que ha conmocionado a Francia en un momento especialmente sensible de su vida política, a no mucho de unas presidenciales a las que se presentan no uno, sino dos candidatos con opciones de victoria de ‘extrema derecha’, Marine LePen y Éric Zemmour, y no porque el país galo se haya hecho de ultraderecha, sino porque la islamización progresiva de Francia es una amenaza existencial que ya puede ver cualquiera.

«Frente al peligro del Islam radical, las respuestas del Estado» es el más reciente reportaje de la serie ‘Zona Prohibida’ de la cadena M6 e incluye incluso declaraciones del ministro del Interior, Gérald Darmanin.

El reportaje ni siquiera se ocupa de los más de cuatro millones de musulmanes que viven en Francia, sino solo de las comunidades más conflictivas para la seguridad nacional por su pertenencia a la radical secta salafista. Roubaix, ciudad en la que el 43% de sus 98.000 habitantes vive por debajo del umbral de la pobreza, alberga una importante comunidad musulmana. Tiene siete mezquitas, una abiertamente salafista, y barrios en los que es difícil creer que esté uno en Francia, con secciones solo para mujeres en los restaurantes, librerías que venden obras que abogan por la guerra santa contra los infieles y, como hemos dicho, jugueterías con muñecas sin rostro.

En Francia ya se considera que el voto a Zemmour es una cuestión ‘de vida o muerte’ para la supervivencia del país

Además, en el reportaje se denuncia la complicidad de los cargos electos municipales, que le hacen el juego a los radicales por miedo o desidia, llegando a subvencionar con el dinero del contribuyente francés asociaciones dedicadas a extender el mensaje del radicalismo salafista.

El peligro, por lo demás, no es ya meramente demográfico, el crecimiento de una comunidad hostil a los valores históricos del franceses, inmersos por su parte en una desastroso hundimiento de la natalidad, no. Porque ese salafismo se extiende también entre muchos franceses de pura cepa que encuentran en él una alternativa de peso al vacío existencial que predica Occidente.

Es el caso Lionel Dumont, natural de Tourcoing, hoy poco más que un suburbio de Roubaix, uno de los cabecillas de la Banda de Roubaix, un grupo entre el terrorismo salafista y la delincuencia común. Lionel, que acaba salir de prisión tras una larga condena por varios robos e intentos de atentado, es el mayor de ocho hermanos criados en la pura tradición católica francesa. Pero en 1993, tras una misión como soldado en Somalia, se convierte al islam, se casa con una bosnia de 16 años y cambia su nombre inconfundiblemente francés por el de Abú Hamza.

Esta es la Francia real, la Francia que ha aupado a un periodista polémico y sin experiencia política, Éric Zemmour, a candidato a la presidencia de Francia con posibilidades, más aún que Marine Le Pen. No porque Francia se haya vuelto súbitamente derechista, ni siquiera porque Zemmour sea un líder arrolladora y un hipnotizador de masa, sino, simplemente, porque Francia puede haber desaparecido como nación postcristiana en cuestión de pocas décadas.

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