Por Victor Jimenez – El American
Para nadie es un secreto que la raza y la etnia son temas complejos en Estados Unidos y se han convertido en objeto de discusión dentro de la comunidad hispanoamericana en la actualidad.
Hay una tendencia relativamente nueva a crear una subcategoría bajo el paraguas hispano/latino: los afrolatinos, que son una de las muchas identidades creadas por los liberales. Supuestamente, estas reflejan la compleja naturaleza de la raza y la cultura entre los hispanos.
Parece que el lenguaje divisorio anglosajón, que usa términos como “afroamericano” (yuxtapuesto a “blanco”), está empezando a filtrarse a lugares donde antes no estaba presente. Esto va en detrimento de la conciencia hispana y latina.
En nuestra cultura las personas son etiquetadas como “blanco”, “negro”, “moreno”, “mulato”, “indio”, etc. Sin embargo, todos somos principalmente “hispanos” y todos somos “latinos”. Grandes pensadores hispanos como José Vasconcelos, autor de La raza cósmica, defendieron la multietnicidad de nuestra cultura hispana como una fortaleza, pero etiquetándonos a todos como una sola raza.
Dado que los latinoamericanos somos mayoritariamente “mestizos” –una mezcla de ascendencia europea, africana, indígena y asiática– Vasconcelos creía que nuestro destino era trascender a todas las demás razas, pues consideraba que la mezcla tenía un significado primordial para los hispanos.
Obama comentó La raza cósmica en un discurso ante el Consejo Nacional de la Raza (NCLR) en 2008. “Es grande, un término lo suficientemente grande como para abarcar el rico tapiz de culturas y colores y fe que conforman la comunidad hispana”, dijo Obama en su discurso de 2008. “Lo suficientemente grande como para abarcar la noción de que todos somos parte del NCLR de una comunidad mayor, que tenemos un interés mutuo, que soy el guardián de mi hermano, soy el guardián de mi hermana, nos levantamos y caemos como un solo pueblo”.
A Obama no se le escapó que la tesis principal de tantos grandes pensadores hispanos es que la cultura, y no el color de la piel, no sólo es lo que verdaderamente importa sino lo que realmente puede trascender la naturaleza estéril del discurso racial en los Estados Unidos de América.
Hoy en día, la tendencia anglosajona a crear o insistir en un lenguaje divisivo, que viene de un pasado ya superado, es tragada acríticamente por muchos hispanos en los Estados Unidos y cada vez más en el extranjero.
“Afro” se refiere a la cultura. En este sentido, se puede decir que la cultura africana ha influido en la cultura hispana a través de la trata de esclavos en América Latina durante los siglos XVI al XVIII. Esa influencia sigue muy presente en nuestros países en muchos aspectos –es innegable, pero no es una cultura aparte–. Por el contrario, se ha convertido en una parte intrínseca de lo que significa ser hispano.
La música con lo que algunos llamarían “ritmo africano” se toca y se baila desde el extremo sur de Chile hasta el extremo norte de México. Los habitantes de esta región hablan el mismo idioma, ven las mismas películas y telenovelas, comparten la misma religión, y tienen muchas grandes tradiciones y celebraciones en común. Lo que nos separa es menos que secundario. No tiene ninguna importancia real; se trata de un solo pueblo.
Tal vez se pueda argumentar que el rico tapiz que es la América hispana no es tan homogéneo como nuestro gran vecino anglosajón del norte, pero la diversidad no es mutuamente excluyente de la homogeneidad. Ser hispano significa que podemos ser muy diferentes dentro de nosotros mismos, pero culturalmente iguales. El neoyorquino es muy diferente de un ciudadano de Louisiana, pero ambos son plenamente americanos: lo mismo ocurre en el mundo hispano.
La historia de los negros y africanos en el mundo hispano tiene momentos buenos y malos. Sin embargo, con el tiempo, tanto la mezcla étnica como la cultural se convirtieron en parte integral de lo que significaba y significa hoy en día ser hispano.
La revolucionaria Constitución de Cádiz de 1812, aunque no era perfecta, se debatió con representantes de todo el Imperio español, desde Manila a Buenos Aires, pasando por Cartagena y Madrid. Fuertes facciones abogaron por conceder decididamente –porque había precedentes– la nacionalidad española y la identidad a los negros, aunque con varios requisitos.
La influencia africana ha formado parte de la cultura de los hispanos y latinos de cualquier otros orígenes étnicos desde el nacimiento del hispanismo moderno; además, los descendientes hispanos y latinos de esclavos africanos no son africanos, al igual que los argentinos blancos no son alemanes o italianos, ni los peruanos blancos son españoles. Todos son plenamente hispanos/latinos; forjamos una nueva cultura en el Nuevo Mundo con pueblos ibéricos, indígenas y africanos; los hispanos de piel clara no son más hispanos que los hispanos de piel oscura.
Seguir etiquetándonos así, como es la tendencia liberal en los Estados Unidos, es un grave perjuicio a los hispanos y se puede argumentar fuertemente que es una práctica que sería aborrecible para muchos de nuestros antepasados que se veían como uno y trabajaban contra las etiquetas para crear una cultura de unidad y acuerdo común.
En el siglo XIX y principios del XX, antes de que el mundo hispano estuviera “en sintonía” con la América blanca anglosajona, y después de la independencia de Hispanoamérica de España, personas de todo el mundo hispano leían a los pensadores en publicaciones como La Iberia, La América y La Nación, por nombrar algunas. Los escritores y lectores de estas publicaciones no se etiquetaron. Por el contrario, se sabían un pueblo variado, pero un solo pueblo.
¿Qué diría el sentido común a aquellos hispanos, o incluso a los blancos liberales que desean verse a sí mismos como algo separado, etiquetándose con términos como “afro-latinos”, como se acostumbra en un país cuya historia no sólo es radicalmente diferente a la nuestra, sino que sus ideales pasados y presentes son a menudo antitéticos a los nuestros? Se puede asumir con seguridad que esta tendencia es ajena, ofensiva y tonta.
El término afro-latino o hispano infiere una falta de plena ciudadanía-pertenencia-identidad de las personas a las que se refiere. Estos términos no se utilizan tanto para definir a un grupo como para enardecer a los respectivos grupos.
Muchos hispanos negros llevan más tiempo en América Latina que los de ascendencia europea. Sin embargo, no se les encuentra utilizando términos absurdos como “euro-latino” o “euro-hispano” o “indo-latino” o, aún más extraño, “asiático-latino”.
Se está convirtiendo en una expresión políticamente correcta creada por la izquierda, dando lugar a la segregación de una comunidad y creando una mentalidad de “nosotros contra ellos” –nosotros, los afrolatinos o hispanos, contra ellos, el resto de hispanos o latinos (que a su vez son multiétnicos)– que genera división y fomenta un falso victimismo, una mentalidad oprimida.
En América Latina no hay lugar para los guiones. Un hispano con guión no es un hispano en absoluto.
En todo caso, los americanos deberían aprender de nosotros. Los hispanos tenemos algo muy valioso de nuestra historia para enseñar. Nunca deberíamos ser tan rápidos en tragarnos algo tan extraño e indigesto para el estómago hispano.
En lugar de permitir que el lenguaje tóxico y divisivo de la América liberal se filtre en nuestra visión del mundo, deberíamos liberarlos del lenguaje que nunca traerá inclusión y unidad. No destrocemos lo que nuestros antepasados unieron.
Lo que une a los hispanos es una cultura compartida, no el color de la piel.