Fuente: rebelionenlagranja.com
El 9 de noviembre 2019 tuvo lugar en la Universidad CEU San Pablo una mesa redonda bajo el título: «30 años de la caída del muro de Berlín». Con motivo de los fastos del centenario del PCE queremos recordar su estremecedor contenido.
Stephane Courtois, el prestigioso historiador que coordinó el Libro Negro del Comunismo y ha escrito la última biografía de Lenin, «Lenine, l’inventeur du totalitarisme», pidió en el transcurso de la mesa redonda la creación de un Tribunal de Nüremberg para juzgar los crímenes de comunismo en todo el mundo.
Stéphane Courtois, levantó en su intervención la bandera contra el «negacionismo histórico» y el «memoricidio» de las víctimas de la ideología marxista-leninista.
En su intervención el historiador señaló que es al final de la II Guerra Mundial cuando el comunismo blanqueó su trayectoria criminal. Fue, según el historiador, en ese momento cuando el comunismo «refundó su legitimidad moral y política» y se presentó ante la historia como «los vencedores del fascismo y como sus mártires». El antifascismo fue utilizado por el comunismo totalitario como la vía de legitimación del régimen criminal y como instrumento de ocultación del genocidio comunista. Una estrategia que se ha mantenido hasta la actualidad.
Courtois sintetizó las dos características del comunismo: «su odio inextinguible hacia la democracia parlamentaria y la voluntad de desencadenar una guerra civil permanente». Desde la Unión Soviética se exportó un modelo totalitario, la Dictadura del Proletariado que consiste en «un partido único, un partido-estado que se apoya en una policía todo poderosa, el brazo armado del partido (la Checa convertida después de 1945 en el KGB) y sobre un Ejército Rojo destinado a la guerra civil». Ello es así porque, como señaló el historiador francés, el enemigo a abatir en los regímenes comunistas son sus propios ciudadanos, cuya fidelidad al régimen se mantiene porque el «terror es el principal instrumento de gobierno». En cálculos aproximados se suele decir que 3 millones de personas lograron escapar del «Muro de la vergüenza» alemán. Pero las víctimas que se cobró el comunismo no bajan de los 100 millones de seres humanos.
Con la caída del muro de Berlín se «reveló de pronto al mundo entero la enorme impostura del comunismo«, oculta desde 1917 gracias «a una propaganda formidable«. Fue entonces cuando ya nadie pudo ocultar «que estos regímenes habían provocado en sus países un indiscutible desastre económico y social así como numerosas catástrofes ecológicas«.
Hace 30 años, «la esencia criminal de estos regímenes les estalló en la cara a todos aquellos que todavía creían en la ideología comunista». Hace 30 años se derribó el muro de hormigón y los represaliados y los descendientes de los asesinados pidieron justicia pero, como denuncia el escritor francés, «la depuración fue limitada por no decir inexistente en Rumanía, Bulgaria, Ucrania, Bielorrusia, Rusia o Moldavia». Incluso se mantuvo «buena parte de la nomenclatura comunista». Los procesos judiciales contra «los que transmitieron la orden de los crímenes individuales y colectivos» y contra «los ejecutores materiales se contaron con los dedos de algunas manos». Se destruyeron muchos de los archivos soviéticos, un verdadero registro de sangre, y el Aparato soviético «supo apoderarse hábilmente de sectores de la economía y de los medios de comunicación al tiempo que seguía controlando la justicia, la policía, el ejército y los servicios secretos».
En Núremberg se juzgó a los nazis por sus crímenes y también se condenó la ideología que les inspiró. Fue una condena jurídica pero también histórica y política. Contra el comunismo lo único que se ha hecho, recuerda el investigador, fue un juicio «parodia» en Camboya en el que «se condenó a tres líderes de los Jemeres Rojos por el asesinato de 2 millones de personas entre 1975 y 1979». En ese proceso el testimonio de uno de los verdugos reveló «la mecánica del terror» de aquel genocidio comunista. Los demás crímenes, es decir los otros 88 millones de muertes, han quedado impunes.
Stéphane Courtois llamó «en nombre de la memoria de las decenas de vidas inocentes rotas» a la creación de un Tribunal Penal Internacional «un Tribunal de Núremberg del comunismo».
Es evidente que la mayoría de los criminales no pueden ya rendir cuentas en este gran juicio, pero la ideología sigue viva y coleando, de hecho podría estar presente en el próximo gobierno de España. Es hora de escuchar «a los testigos, a las víctimas y a los verdugos» de permitir y facilitar «a los historiadores la documentación» necesaria para emitir un juicio histórico, jurídico y político contra el régimen político que más muertes ha causado en la Historia Universal. La instauración de este Tribunal Penal Internacional contra el comunismo será además la única forma de combatir la propaganda periodística y académica que sigue siendo cómplice del «silencio y la indiferencia» hacia esta «ideología utópica asesina«.
Recordó a Bukovski, que ya lo intentó en 1992 sin éxito. En tanto no se cree institución internacional que documente los crímenes, el mundo, dijo el historiador, será cómplice del silencio y la indiferencia de esa ideología criminógena y de esa utopía asesina. El negacionismo histórico y el memoricidio de las victimas deben cesar, dijo, “ya es hora de que se haga justicia a esas víctimas y eso solo es posible si se crea un Tribunal internacional integrado por juristas e historiadores y que escuches a las víctimas” y dicten su sentencia para la Historia. “También el totalitarismo comunista debe ser sometido al juicio de los hombres”.
Luego intervino Federico Jiménez Losantos: El comunismo, dijo, es la suma de la mentira y del terror. Ningún partido comunista no soviético se disolvió después de la caída del muro. Recordó que la última noche electoral la manipulación de TVE llegó al extremo de emitir un documental sobre la caída del muro de berlín, pero omitiendo la palabra comunista, como si hubiera sido derribado por un problema urbanístico. Citó Jiménez Losantos a historiador e hispanista Stanley Payne: “oponerse a la ley de memoria histórica es una obligación moral”. El comunismo, dijo, está avanzando en el mundo con un poder tecnológico que no había tenido nunca. Putin está reconstruyendo la vieja URRSS. Tienen tecnología, tienen dinero del narco-comunismo latinoamericano y se han propuesto demoler las democracias en el Continente: los acosos a Chile, Ecuador, Colombia y Perú son paradigmáticos. El muro, dijo Jiménez Losantos, se reconstruyó en el Foro de Sao Paulo y el triangulo FARC-Caracas-La Habana está incendiando la región americana. Ahora se suman Méjico y Argentina. A dichos instrumentos debe añadirse el papel de lo que denominó “el cártel de la propaganda”, con Rodríguez Zapatero al frente. España se acaba de sumar con el Frente Popular en el gobierno. Estamos peor que en la guerra fría, aseveró, porque occidente ha sustituido la obligación moral de la libertad por el resultado económico de los negocios sin alma.
El eurodiputado de VOX Hermann Tertsch se refirió especialmente al caso venezolano y latinoamericano. Y recordó, además, el papel clave de Juan Pablo II para derribar el muro y desenmascarar la mentira y el horror del comunismo. Recordó que el movimiento comenzó en Polonia en 1981, un movimiento que se fue contagiando país a país, sociedad a sociedad, en un contagio de la verdad que es siempre imparable. Criticó el consenso socialdemócrata que condenó la discrepancia política: “ese consenso, ese silencio, se quebró en 1981, y es lo que debe volver a ocurrir ahora”.
Francisco Cabrillo tras recordar su experiencia de cruzar el muro, la sensación atravesar una frontera levantada artificialmente en medio de una ciudad. Y el tipo de sociedad había ahí, se refirió a la catástrofe económica del régimen comunista en todos los ámbitos e indicadores del modelo. “No volvamos a tener algo parecido nunca».
Francisco José Contreras señaló que en Trieste, Bucarest, Washington, Italia, Madrid y otros lugares del mundo se estaba celebrando una iniciativa similar con la finalidad de presentar un manifiesto pidiendo la constitución de un Tribunal Penal Internacional, el Núremberg del comunismo. Recordó que el comunismo sigue vivo y hay que combatirlo bajo la forma de nuevas advocaciones posmodernas, como la guerra de sexos o la ideología de género. Recordó que la condena del estalinismo (como traición al leninismo) encubrió la falta de condena del comunismo. Pero la semilla criminógena estaba en Marx, que rechazó la idea y acervo de los derechos humanos que le parecían artificios burgueses para ocultar la dominación de clase y potenciar el derecho al egoísmo de la propiedad privada. Marx realizó una interpretación bélica de la historia y apostó por violencia revolucionaria para destruir el orden vigente. “Un comunista que acepta participar de las instituciones democráticas lo hace con una verdadera reserva mental instrumental”.
Finamente, Ángel Fernández leyó el Manifiesto para la constitución de un Tribunal Internacional, un nuevo Nüremberg que juzgue el comunismo y sus crímenes y establezca su intrínseca inhumanidad y su incompatibilidad con las sociedades libres.