Por Javier Torres – Panampost.com

El bombardeo de propaganda es tan intenso y masivo que ya apenas se distingue la realidad de la ficción. Hay noticias que conviene ocultar aunque haya atentados con muertos y otras que no lo son pero que se elevan a la categoría de emergencia nacional (término que no se aplica a la factura de la luz o el paro juvenil) a pesar de que sean un burdo montaje. Es cada vez más evidente que gran parte de los intermediarios -medios tradicionales- no se preocupan por difundir la realidad, sino por transformarla. Y a veces hasta de crearla, como hacía el fotógrafo de Camino a la perdición llegando siempre él primero a la escena del crimen sencillamente porque él era el asesino.

Por eso hay que preguntarse quién toca la campana cuando, de repente, un puñado de manifestantes (no hace falta que sean más de 100 o 200) se convierte en noticia diaria y su causa es apadrinada por multinacionales, medios de comunicación, gobiernos y organizaciones supranacionales. Siempre -nos dicen- de manera espontánea. Ha sucedido con el cambio climático, cuyo icono es hoy una niña convertida en pepito grillo de gobiernos y enemiga del coche, primer medio de transporte de los trabajadores. También lo hemos visto con el racismo y Black Lives Matter, movimiento nacido en 2013 aunque misteriosamente reproducido masivamente en la totalidad de Estados Unidos unos meses antes de las elecciones de 2020 que acabarían con Donald Trump. De pronto, las estrellas de Hollywood y la NBA, las televisiones y multinacionales más poderosas, las ‘Big Tech’ como Facebook, Google, Youtube o Twitter y distintos gobiernos bajo la influencia de estas, obligaron a arrodillarse a Occidente. El chantaje era potente: quien no hinque la rodilla es un racista. 

En España las cosas no son muy diferentes. Los grandes medios de comunicación y sus partidos predilectos respaldados por el Ibex 35 deciden en estrechísima simbiosis qué es noticia. Si un rapero es condenado a prisión por enaltecimiento del terrorismo de bandas como ETA, los Grapo, Terra Lliure o Al Qaeda, la extrema izquierda sale a las calles de Madrid y Barcelona a quemar contenedores con el patrocinio en directo de las televisiones y medios que transforman las agresiones a policías y escaparates destrozados en un sesudo debate por la libertad de expresión. Aunque los sentidos del telespectador perciben violencia y caos, la realidad pasada por la trituradora del canal nos acaba convenciendo de que son pequeñas algaradas plenamente justificadas por una causa justa como la libertad de un artista. Por el contrario, si cuatro o cinco personas rezan ante una clínica abortista para ofrecer ayuda a las mujeres que van a abortar, entonces son tildadas de “ultras”. 

A veces es peor el silencio que el insulto. Sucede con el precio de la luz, que bate récords a diario sin que provoque la más mínima alteración del orden público. Quizá en circunstancias normales de equidad informativa hubiera provocado ya manifestaciones multitudinarias. De momento, la que se celebró hace dos semanas con miles de asistentes fue ignorada por los mismos que dieron en directo al centenar de radicales que se enfrentaron a la policía cuando la detención del rapero. En su lugar, las televisiones pusieron el foco en una sospechosa manifestación homófoba autorizada por la delegación del Gobierno en el barrio de Chueca.

Si la factura de la luz no mueve a escándalo tampoco los abusos sexuales que han sufrido las menores tuteladas por el gobierno balear. El PSOE, Més y Unidas Podemos votaron en contra de la creación de una comisión de investigación un mes después de que el Parlamento Europeo les pidiese explicaciones. El motivo, naturalmente, es el color político (socialista) del ejecutivo autonómico, que tampoco ha suscitado la emisión de programas especiales en televisión ni la movilización del subvencionadísimo lobby feminista. 

En los últimos días también ha pasado desapercibido el atentado yihadista de Murcia. El 17 de septiembre un joven musulmán de 28 años, Abdellah Gmara, estrelló su coche contra una terraza en Torre Pacheco matando a dos personas e hiriendo a cuatro. La Guardia Civil y la Audiencia Nacional investigan el caso como un acto de terrorismo, pues el autor del ataque dejó tres cartas en las que proclamaba su acción como tal, reclamaba “justicia para el islam” y reivindicaba la shahada o profesión de fe de islámica(“No hay más dios que Alá, y Mahoma es su profeta”). Además escribió que quería “justicia para las violaciones y asesinatos telepáticos”, frase a la que se agarran con entusiasmo quienes tratan de desligar la motivación yihadista del crimen. El miércoles en el programa “La linterna” de COPE dos periodistas hablaron del asunto: 

-En su caso no había material de propaganda como suele ser habitual en los registros en los incidentes como este. […] Su hermano dice que no era especialmente religioso, ningún grupo yihadista ha ensalzado su acción. El autor del atropello eligió una terraza de una pedanía de Murcia de 6.000 habitantes, no parece que sea el mejor escaparate para hacer una acción terrorista. 

-Claro, si un zumbado grita ‘gora ETA’ y comete un atentado eso no tiene por qué ser ETA, puede ser un zumbado.

A continuación, uno de los periodistas hace incapié en que en las redes sociales del autor del atentado no se aprecia radicalismo:

-No lo veo especialmente radical. Seguía cuentas de mujeres en bikini, hay mucho fútbol, la última foto colgada días antes del atentado aparece con un atuendo perfectamente occidental con tejanos y camiseta de manga corta, no llevaba barba larga…

El conductor del programa, sentencia:

-Lo dicho, cómo están las cabezas. 

El diálogo, con todos sus matices, acabó siendo una reflexión sobre los lobos solitarios dejando caer que no se trata de un atentado yihadista, ya que por mucho que el autor lo reivindique, el islam no tiene nada que ver: en ese caso se trataría de una persona con trastornos mentales. 

La inercia informativa conduce este tipo de noticias (cuando se dan) hacia la separación religión (islam) – asesino (loco). Justo lo contrario sucede cuando un hombre asesina a su mujer, entonces es “terrorismo machista” sin discusión, y eso que quienes matan a sus parejas no lo hacen reivindicando nada ni forman parte de una organización criminal que  conspira contra el sexo femenino. Pero a fuerza de repetirlo los medios han logrado que cale la idea: los atentados yihadistas no tienen que ver con el islam (religión de paz) pero que un hombre mate a su esposa es terrorismo causado por el heteropatriarcado. 

No se trata de explicar la realidad sino de construir una paralela haciendo creer a la sociedad ficciones como que España es un país peligroso para las mujeres y homosexuales amenazados por la misma violencia ultraderechista que padecen los escasos inmigrantes ilegales que llegan a nuestro país a pagarnos las pensiones. 

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