Fuente: elcato.org

El gobierno chino de Xi Jinping está realizando un extraordinario ataque en contra de las empresas tecnológicas más grandes del país. 

El gigante del comercio electrónico Alibaba ha sido multado con $2.800 millones por insistir en tratos exclusivos con los vendedores en su plataforma. Las nuevas normas regulatorias proponen bloquear los precios dirigidos a los usuarios y obligar a las plataformas tecnológicas a albergar a sus competidores, mientras que a otras empresas simplemente les están diciendo: reduzca su porción del mercado. 

Eso no es todo. Una nueva ley de privacidad controlará la recolección de datos por parte de empresas digitales, dejando así al mismo Partido Comunista Chino (CCP) con poderes de datos. Las empresas que tienen información sensible de sus usuarios serán prohibidas de realizar cotizaciones en las bolsas de valores de países extranjeros, limitando así el crecimiento potencial de las empresas. 

Los expertos occidentales han quedado sorprendidos por la amplitud de este ataque para reafirmar el control del gobierno sobre la tecnología. Pero quizás no deberían estar tan sorprendidos. Una aspecto notorio de la intervención en contra de las plataformas digitales chinas, las empresas de entregas, y las aplicaciones educativas es cómo esta refleja el impulso descontrolado y autoritario del espíritu occidental antimonopolio: “grande es malo”.

Durante años, académicos, abogados en derecho de competencia, y políticos han dicho que FacebookGoogleApple y Amazon son de igual manera demasiado grandes y poderosas. Los remedios propuestos a ese “problema”, con la excusa de fomentar la competencia, han incluido hacer cumplir la apertura de las plataformas, normas de precios más severas, la ruptura de empresas y restricciones sobre el uso de datos.

Nuestras leyes e instituciones existentes han restringido las peores de estas demandas. Pero esta narrativa populista dieron lugar a la agenda antimonopolio contra las “Big Tech” en EE.UU. y a la unidad de mercados digitales en el Reino Unido. Sin restricciones por los buenos modales, China ha llevado ese razonamiento más lejos.

Este ejemplo es ilustrador acerca de un patrón más amplio. A pesar de todas las manos alzadas en protesta por una China “represiva” en política, en una tras otra área de políticas públicas, nuestro clima de ideas cada vez se parece más al de ellos. 

El historiador Niall Ferguson ha señalado cómo Ronald Reagan y Margaret Thatcher abordaron la amenaza soviética con la seguridad en torno a la superioridad de las economías abiertas, la innovación liderada por los mercados, y los compromisos con la libertad de expresión. La izquierda y la derecha hoy puede que señalen a China hoy como un enemigo geo-estratégico y económico. ¿La diferencia? Ellos parecen creer que replicar la política china es lo que se requiere para lograr el éxito occidental. 

Nuestros líderes solían condenar las prácticas chinas de subsidiar industrias, el proteccionismo comercial, y los privilegios concedidos por el estado a las empresas. Aún así ahora los copiamos: el congreso recientemente autorizó subsidios directos para las plantas que fabrican semi-conductores, mientras que Joe Biden ha mantenido los aranceles de Donald TrumpBoris Johnson ha prometido una “revolución industrial verde” respaldada por el estado, con subvenciones estales para los vehículos eléctricos, las energías renovables, y para que sean más verdes las tecnologías de aviación. ¡Hasta ahí llegó la fuerza de los mercados por sobre aquella de la planificación!

Los esfuerzos chinos de investigaciones y desarrollo han sido utilizados como justificación para aumentos gigantescos en los presupuestos destinados a la ciencia en ambos lados del Atlántico. El Integrated Review of Security, Defence, Development and Foreign Policy respaldó que el Reino Unido se convirtiera en “un super poder de ciencias y tecnología” en parte invocando las crecientes capacidades chinas. 

En infraestructura, las naciones occidentales parecen dispuestas a copiar a China en casa y en el extranjero también. Joe Biden y Boris Johnson ven los megaproyectos de transporte como algo clave para “reconstruir mejor” y “pasar al otro nivel”. El G7 incluso se comprometió con la iniciativa “Reconstruir mejor para el mundo” en julio, como una alternativa “liderada por valores” a la transcontinental “Iniciativa de la Franja y la Ruta”.

Pero la imitación va más allá de las políticas de desarrollo económico. China está sacando su renminbi electrónico —una moneda digital emitida por un banco central y diseñada para ampliar la supervisión estatal y usurpar los sistemas de pagos construidos por las empresas tecnológicas. Ahora Rishi Sunak y el Banco de Inglaterra están considerando su propia “BritCoin”, urgimos por comentadores que están preocupados acerca del “occidente salvaje” de monedas privadas. ¿Escuchan ese eco?

Si, pocos en Occidente son partidarios de copiar totalmente a China con un sistema distópico de crédito social y con una amplia verificación de identidad. Además, no hemos renunciado a las libertades en nuestros estilos de vida al punto que se prohíbe que los niños jueguen videojuegos en línea más allá de bloques de tres horas durante los fines de semana, como lo ha hecho recientemente China.  

Pero la moralización paternalista está en ascenso, estando nuestro gobierno cada vez más dispuesto a intervenir con prohibiciones y empujones por nuestro propio bien. Donde China llama a los videojuegos como “el opio de las mentes”, nuestros políticos denominan a los terminales de apuestas con probabilidades fijas como “la cocaína crack de las apuestas”. El gobierno de Boris Johnson está prohibiendo los comerciales de “comida chatarra” antes de las 9 pm e implementando un código que, en nombre de proteger a los niños, requerirá que los sitios Web pongan filtros para verificar la edad en mucho contenido benigno. 

El epidemiólogo Neil Ferguson incluso piensa que las acciones de China facilitaron los aislamientos por COVID-19 occidentales. “Si China no lo hubiese hecho, el año hubiera sido muy distinto”, dijo en diciembre. Cierto o no, el desdén por las libertades civiles al estilo chino está aumentando. La resolución del gobierno de implementar pasaportes de vacunas se ha fortalecido aún cuando los casos de transmisión de COVID-19 entre vacunados debilita su argumento. 

Hace no mucho tiempo, la respuesta occidental a la planificación económica y los controles sobre los estilos de vida en China hubiera sido proclamar las virtudes de la libertad.

Defenderíamos las plataformas digitales occidentales que han reducido considerablemente los costos de publicidad, le han regalado a los usuarios contenidos gratuitos, y han facilitado nuevos mercados competitivos.

Nos preocuparíamos acerca de la pendiente deslizante de las excepciones por la “seguridad nacional” al libre comercio y señalaríamos que una política industrial muy concentrada en las manufacturas está destinada al fracaso, siendo la capacidad en exceso y malas inversiones la consecuencia inevitable de los intentos liderados por el estado para adivinar las tecnologías y la demanda de los consumidores.

Un Occidente seguro resaltaría cómo la infraestructura liderada por políticos produce las ciudades fantasma y los puentes que no llevan ninguna parte de China. Observaríamos que las patentes concedidas por unidades de inversión en investigaciones y desarrollo son tres veces mayores para las empresas privadas chinas que para las empresas chinas estatales, recordándonos que las investigaciones estatales desplazan a los esfuerzos privados más productivos. Y condenaríamos los efectos escalofriantes sobre los emprendimientos de las prohibiciones impulsivas y del paternalismo deshumanizante. 

Pero la realidad es que los intelectuales y políticos de hoy generalmente no están seguros acerca de los principios que nos han dejado con un PIB per cápita que es cuatro veces más alto que el de China. Así que la respuesta a su auge es defender el capitalismo con características chinas diluidas.

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