Por Eduardo Zalovich – El American

Estados Unidos, que continúa siendo la primera potencia mundial pese a los desafíos, quedó muy mal parado frente al mundo tras la huida de Afganistán. Huida en el sentido de retirarse a una velocidad de vértigo. Alemania y Gran Bretaña le pidieron a Washington postergar la evacuación, sin resultado. Más allá de la proeza de haber evacuado a 120,000 personas en 17 días, decenas de miles no lograron escapar. A la mayoría de ellos, no hay duda, les espera la ejecución si son atrapados.

Los asesores del presidente Joe Biden le aconsejaron mantener una base militar, que hubiera impedido la caída de Kabul —los talibanes no querían enfrentarse a las tropas aliadas— y establecer corredores seguros hasta el aeropuerto. Era la opción más lógica, y hubiera evitado abandonar a su suerte a tantos afganos, especialmente mujeres, que viven con terror el retorno islámico. Biden no aceptó ningún cambio a su plan. Esto envalentonó a los terroristas de ISIS, a Al Qaeda y a los propios talibanes. Los primeros, fieles a su crueldad sin distinciones, asesinaron a 200 personas que intentaban ingresar al aeropuerto.

Luego Estados Unidos eliminó a dos de sus principales líderes. Después del ataque el presidente dijo en una conferencia de prensa: “A los que llevaron a cabo este ataque, así como a cualquiera que desee el mal, sepan esto: no perdonaremos. No olvidaremos. Los perseguiremos y los haremos pagar. Defenderé nuestros intereses y a nuestro pueblo con todas las medidas a mi alcance”. Pero la sensación de pánico y caos era imborrable. Priscila Guinovart, escritora y periodista uruguaya que vive en Francia, escribió: “¿Tiene Biden malas intenciones? Es altamente probable que no. Pero es inepto, y la ineptitud en el Despacho Oval es imperdonable”.

Según el periodista peruano Jaime Bayly, radicado en Miami, “Biden es deshonesto, oculta que su plan fracasó, porque el objetivo era que el Gobierno electo de Kabul permaneciera, y los talibanes tomaron el poder sin resistencia. Por lo tanto, esto no es un éxito, como dice el presidente; un éxito hubiera sido la consolidación del gobierno afgano, aplastar a los guerrilleros y evitar el atentado que costó la vida a 13 soldados y a 200 civiles”.

Con una lógica de hierro, Bayly agregó en su programa del pasado miércoles que “Biden quiere hacernos creer que rendirse rápido y salir corriendo constituye un éxito; yo discrepo radicalmente”. La sensación general es que Washington ha faltado a su compromiso con el pueblo afgano, en particular con las niñas y mujeres, que ya comenzaron a vivir el infierno del Islam radical. La Casa Blanca no podrá ocultar la responsabilidad por la violación de los derechos humanos y la violencia del gobierno talibán asumido apenas retiró sus últimos soldados.

El colapso de Afganistán es trágico, y existe una obligación moral aliada de brindar refugio a los afganos que corren riesgo porque fueron parte de la alianza con las autoridades hoy derrotadas, que se fugaron rápidamente con enormes fortunas. En julio se autorizó la inversión de 100 millones de dólares en visas especiales que podría salvar a 20,000 personas y ubicarlas en el exterior. Pero ahora es prácticamente imposible que los no evacuados huyan del país. La victoria islámica es un triunfo para la organización terrorista Al Qaeda y todos los grupos musulmanes extremistas. Ya Hamás, que oprime la Franja de Gaza desde 2007, mandó su calurosa felicitación a los vencedores.

Estados Unidos invadió Afganistán para destruir a Al Qaeda después del brutal ataque al World Trade Center y el Pentágono en 2001. El país se había convertido en base de terroristas. Con el regreso talibán al poder, las mismas organizaciones podrían comenzar a operar nuevamente. Una persecución masiva de mujeres y opositores podría producir una reacción violenta entre millones de americanos. La represión inevitable y sangrienta que ya comenzó podría hacer que Biden reconsidere su retirada total de Afganistán, pues este hecho arrojaría una sombra profunda sobre toda su presidencia. Aunque el retorno sería la última opción para la Casa Blanca.

Afganistán se encuentra en el “triángulo” China-Pakistán-Irán. Además del opio que financió el 80 % de las exportaciones del país y los talibanes durante años, un informe reciente del Pentágono reveló que posee alrededor de 1 billón de dólares en minerales de litio, cobalto, hierro y cobre, componentes claves para fabricar vehículos eléctricos. Los chinos están interesados en dichos recursos. Invirtieron 57,000 millones de dólares en infraestructura en Pakistán, como parte de la nueva Ruta de la Seda. Ahora es probable que anuncien grandes inversiones en Afganistán. Los iraníes por su lado ven otra base para fortalecer su influencia regional. Dada esta realidad, con el vacío que los estadounidenses han dejado atrás, y con tantos intereses regionales, es muy probable que emerja un Estado fallido, terreno fértil para extremistas religiosos y políticos.

El pánico y la agitación ya se apoderaron de Afganistán. La historia se repite. Los talibanes todavía creen en la restauración de su Emirato, con un líder religioso como máximo responsable. Incluso cambiaron la bandera nacional. En las zonas que controlan han pedido a las familias que casen a sus niñas con combatientes. No hay cambio posible en este momento. Su ideología central es fundamentalista, en especial hacia las mujeres, que tienen derechos “según el islam”, del modo fundamentalista en que ellos lo interpretan.

Según David Sanger, especialista en seguridad, en la historia presidencial moderna han sido contadas las ocasiones en las que las palabras de un comandante en jefe lo han perjudicado tan rápido como las que pronunció el actual presidente americano: “No habrá ninguna circunstancia en la que veamos personas salir en helicóptero de la azotea de nuestra embajada en Afganistán”. Luego, para cavar todavía más su fosa, agregó: “Es muy poco probable que los talibanes invadan todo y controlen el país, porque en relación con la capacidad de las fuerzas de seguridad afganas, los talibanes ni siquiera están cerca”. El presidente de la mayor potencia mundial no puede estar tan mal informado.

En el fondo, más allá del modo humillante en que se concretó la retirada, Joe Biden y su equipo consideran que la política exterior americana, tras el 11 de setiembre, favoreció el expansionismo de China, la influencia de Rusia y las ambiciones nucleares de Irán. Salir de Afganistán forma parte de un esfuerzo por concentrarse en nuevos desafíos estratégicos, las amenazas del ciberespacio y el espacio exterior. El razonamiento es lógico, pero le será difícil a Washington recuperar la imagen de potencia eficiente y confiable ante la opinión pública.

Eduardo Zalovich es historiador viviendo en Israel.

Envía tu comentario

Subscribe
Notify of
guest
1 Comentario
Más antiguos
Recientes
Inline Feedbacks
Ver todos los comentarios

Últimas