Por Carlos Esteban – gaceta.es
Mal tienen que estar las cosas cuando es el Autócrata de Todas las Rusias el que se opone a obligar a la gente a administrarse una vacuna experimental y crear ciudadanos de primera y segunda clase, y los líderes de los países cuna de las libertades los que se muestran más que deseosos de imponer mandatos y restricciones sin parar.
El líder ruso, Vladimir Putin, no es exactamente un antivacunas. De hecho, una de la docena larga de vacunas que han aparecido contra el covid, y no la menos popular, la Sputnik, es originaria de su país. De hecho, en un reciente mensaje televisado insistió en que, para “superar la pandemia”, la gente tiene que vacunarse. Pero -un ‘pero’ tan grande como la Catedral de San Basilio– nadie debe ver peligrar su empleo si se niega a someterse al pinchazo.
Fue este pasado fin de semana, en una reunión de su partido en el poder, Rusia Unida, en preparación para las próximas elecciones legislativas. En ella, Putin afirmó que “tenemos que hacer todo lo posible para superar la pandemia”, y para ello “la mejor herramienta que tenemos en esta lucha es la vacunación”. Pero añadió: “Es importante que nadie tenga que ser obligado a recibir la inoculación. Las presiones, como cuando la gente puede perder su empleo, son aún más inaceptables. Hay que convencer a la gente de la necesidad de vacunarse”. Y no convencerla al modo de su antiguo empleo en el KGB. “Debe hacerse de forma persistente pero respetuosa. La gente debe persuadirse de la necesidad de vacunarse para salvar su vida y su salud y para proteger a los suyos”.
Según Russia Today, el pasado viernes el ministro de Sanidad ruso, Mijaíl Murashko, anunció que 43 millones de rusos ya se han inoculado alguna de las cuatro vacunas de elaboración nacional. Pero Murashko insistió en que no es suficiente y que no se quedará tranquilo hasta que la proporción de vacunados alcance al menos el 80%. En la actualidad, la proporción de vacunados se calcula en una cuarta parte.
En la práctica, las palabras de Putin defendiendo la libertad de vacunación sin represalias de ningún tipo, y especialmente laborales, chocan con el panorama real en Rusia. Así, en Moscú, las empresas en sectores tales como hostelería, ocio y transportes deben demostrar que su personal está inoculado al menos en un 60% o enfrentarse a elevadas multas. Los negocios pueden despedir a los empleados renuentes sin indemnización si se niegan a vacunarse.
Si el mensaje de Putin es o no un anuncio de un cambio de rumbo se verá a la larga. Lo cierto es que las primeras restricciones para entrar en tiendas -el pase verde- tuvieron que suavizarse cuando los rusos hicieron un boicot a los negocios que exigían el pase que les llevó al borde de la ruina.
Hacer obligatoria la vacunación es ya una tentación que sopesan los países más liberales, incluido el español. Puede hacerse directa o indirectamente, convirtiendo la vida del no inoculado en un infierno social como aboga en Twitter, por ejemplo, la socialista Marta Garrote, que escribe en la red social: “Ahora que hay vacunas de sobra, en eso estaremos todos de acuerdo, el que no esté vacunado, ni cole, ni médico, ni visitas a residencias, ni actos multitudinarios. Sé negacionista, pero en tu puta casa, gracias”. En ninguna parte se contempla el corolario lógico a esta demanda, a saber: si se le prohíbe a este colectivo al acceso a servicios sociales básicos, tendría sentido eximirle de su pago a través de impuestos.
Pero el verdadero problema es que la condición de vacunado -y, por tanto, con pleno acceso a todos los servicios, reuniones, viajes y diversiones- bien podría ser de breve duración para los ya sometidos a la doble pauta. Es lo que ha descubierto Israel, uno de los países con mayor proporción de vacunados del mundo precisamente gracias a una política brutal de restricciones.
Israel ha visto dispararse los casos serios de covid tras su abrumadora campaña de vacunación de doble dosis con el producto de Pfizer, de modo que el primer ministro, Naftalí Bennett, ha anunciado en el Knesset que son los doblemente vacunados los que, “paradójicamente”, representan un mayor peligro. Por eso, el gobierno anunció ayer que los codiciadísimos pases de vacunación ya no son válidos a los seis meses del último pinchazo: ahora es más necesario que nunca someterse a una tercera dosis, otra autorización de emergencia, para volver a disfrutar de los servicios y la libertad de movimientos que antes daba la doble pauta. ¿Alguna razón para que no sean necesarias una tercera, cuarta, quinta dosis?