Por Emmanuel Alejandro Rondón – El American

Luego de tres días estando completamente ausente, el presidente Joe Biden brindó su discurso sobre la situación en Afganistán el pasado lunes 16 de agosto. En resumen, defendió su decisión de retirar las tropas americanas, sin embargo, cargó contra Donald Trump por el acuerdo alcanzado con los talibanes, y criticó al ejército y los aliados afganos por no defender su país.

Biden, además, admitió que hubo un fallo de los cálculos, pues su administración y la inteligencia americana pensaron que Kabul, la capital afgana, podía aguantar hasta seis meses sin caer en mano de los talibanes. El error es increíblemente penoso. No duró ni una semana. De hecho, durante julio, Biden le dijo al mundo que el asedio y la conquista talibán no era algo «inevitable» porque Afganistán tenía un ejército de 300.000 hombres fuertemente entrenados por Estados Unidos listos para combatir. Ahora hay muchas dudas sobre ese supuesto ejército que pudo haberle hecho frente a los talibanes.

Los resultados son francamente malos para Estados Unidos. El New York Times fue claro en su portada: 20 años tirados a la basura en unos días. El Daily Mail, de Reino Unido, salió con una pregunta clara en su tapa: «¿Por qué diablos murieron?», haciendo alusión a los miles que dieron sus vidas sirviendo en Afganistán.

Ahora, ¿por qué Estados Unidos se metió en una guerra en Medio Oriente?, ¿por qué tuvo presencia militar en Afganistán desde hace dos décadas?, ¿qué repercusiones tendrá la derrota? Hay muchas claves importantes sobre este conflicto que involucra a afganos, talibanes y americanos.

1. El atentando de las Torres Gemelas

Hace 20 años sucedió uno de los hechos más importantes del siglo: los aviones que impactaron las Torres Gemelas, el Pentágono y un campo en el estado de Pensilvania. Esa imagen de las torres desplomándose, llevándose consigo miles de vidas americanas, fue el punto detonante del inicio de la guerra contra el terrorismo. Americanos, sin importar ideologías, se alistaban en masa para defender a su país más allá de sus fronteras.

La milicia talibán era la principal señalada de apoyar y servir como santuario al grupo terrorista Al Qaeda, el grupo a quien se le atribuye el atentado en 2001, que en ese entonces era liderado por Osama Bin Laden.

«Los aspirantes a Al Qaeda iban al país a entrenarse para la guerra santa. Los terroristas del 11 de septiembre habían perfeccionado sus habilidades y tramado su plan allí. La eliminación de los talibanes y la lucha contra Al Qaeda se convirtieron en elementos críticos para la seguridad mundial», escribió Jon Sopel, editor de Norteamérica en la BBC.

Fue entonces cuando el expresidente George W. Bush declaró la guerra a los talibanes el mismo año del atentado y en cuestión de meses recuperaron el control de Afganistán y todas sus principales ciudades estableciendo un gobierno afgano de características democráticas. Los talibanes replegaron. Se fueron a zonas montañosas de difícil acceso y a lugares cercanos a la frontera pakistaní.

El problema, tal y como reseña David Frum en The Atlantic, es que el principal objetivo de USA en Afganistán era cazar a Bin Laden. Eso no sucedió y frustró lo que, para Frum, hubiese sido una venganza rápida y dura; evitando la extensión de la fatídica guerra que por años viene frustrando a tantos presidentes.

«Si Estados Unidos hubiera capturado y matado a Osama bin Laden en diciembre de 2001, la presencia militar americana en Afganistán se habría desvanecido casi inmediatamente después. No puedo demostrarlo. Es sólo una opinión desde mi punto de vista como uno de los redactores de discursos del presidente George W. Bush en 2001 y 2002», esgrimió Frum en su artículo.

Al final, la extensión de la guerra y el no cumplir con el objetivo Osama a tiempo fue mortal para USA. Matar a Bin Laden en 2001 no era igual que hacerlo en 2011, ahí ya había otras necesidades y otro enfoque en Afganistán: el de instaurar una democracia liberal, con todo lo que eso implica.

Los talibanes simplemente pasaron décadas sin rendirse, esperando el momento justo para empezar una ofensiva que, finalmente, tuvo éxito en los últimos meses; recuperando pueblo tras pueblo, ciudad tras ciudad hasta llegar a la capital Kabul ante la inminente retirada del ejército americano.

2. El fallido intento de construir una democracia liberal en Medio Oriente

Durante su discurso de este 16 de agosto el presidente Joe Biden dijo claramente que los esfuerzos de Estados Unidos en Afganistán nunca pasaron por construir una nación. Eso es fácticamente falso. Y él mejor que nadie debería saberlo, porque formó parte de la Administración Obama, la que más impulsó este intento de imponer una democracia en Medio Oriente.

Si USA debió intentar exportar la democracia o no es otro debate, pero esa política sucedió, y no tuvo el éxito esperado.

Ciertamente, con el apoyo americano durante 20 años, hubo cierta estabilidad y un avance de derechos y libertades dentro de Afganistán que repercutieron para bien dentro de la calidad de vida de los afganos. No obstante, eso no pudo construir los cimientos para exportar una democracia liberal en Medio Oriente con instituciones confiables y un ejército que pudiera defender los derechos de los afganos. ¿Cuánto tiempo más iba a pasar para que esto se estableciera?, ¿cuántos años más Estados Unidos iba a gastar millones en mantener a su ejército en Medio Oriente?, ¿era plausible un sistema de Gobierno de esta índole en un país donde no se conoce el Estado de derecho?

El año pasado, el exsecretario de Estado, Mike Pompeo, admitió que ya Estados Unidos no buscaría imponer un modelo democrático y que el futuro de los afganos dependería de los afganos. Esto ocurrió durante las conversaciones y los diálogos en Doha con representantes del recientemente derrocado gobierno afgano y los representantes de la milicia terrorista talibán.

Ante el fallido intento de establecer una democracia en Medio Oriente, queda la sensación de que el esfuerzo, las vidas perdidas y los millones gastados fueron en vano. La vuelta de los talibanes al poder, que genera recuerdos de las violaciones de los derechos humanos durante su etapa de control entre 1996-2001, es un fiel reflejo de cómo no se logró construir un Statu Quo mediamente eficiente que pudiera mantener a raya a los fundamentalistas sin la necesidad de tener presencia militar extranjera. Queda en el ambiente el vestigio de que estos veinte años fueron una total perdida de tiempo debido a la imposibilidad y los múltiples pecados americanos dentro de Afganistán.

3. El retiro de las tropas, una eterna promesa a gran precio

Desde Bush hasta Biden, pasando por Obama y Trump, todas las administraciones americanas prometieron que los soldados volverían a casa. Y los americanos, en general, apoyan esta decisión. Sin embargo, la crítica no es el qué, sino el cómo.

Claramente los acuerdos logrados por la Administración Trump entre los talibanes y afganos no fueron eficientes, sin embargo, la decisión de sacar a las tropas de Medio Oriente y la logística recae única y exclusivamente en Biden, su administración y la desastrosa inteligencia.  

La cuestión es: ¿cuál es el precio por el retiro y el cumplimiento de una promesa electoral relativamente apoyada por la mayoría de los americanos? Ahora mismo, es altísimo y puede ser aún mayor: hay una tragedia humanitaria en proceso, está naciendo un potencial Estado terrorista en Medio Oriente (esto se confirmará o no con el tiempo) y Estados Unidos queda ante la comunidad internacional como la gran potencia decadente que vuelve a dejar a su suerte a los aliados de turno.

Los talibanes, en definitiva, siguen siendo aquellos que apoyaron a Al Qaeda en aquellos horribles atentados del 9-11 y nadie puede asegurar si apoyarán o no al terrorismo islámico. ¿Qué sucedería si los planes siguen siendo librar una Guerra Santa en nombre del fundamentalismo islámico?

En un sensatísimo artículo, Johan Goldberg, editor en jefe del medio The Dispatch, escribió una serie de reflexiones interesantes sobre la retirada, entre ellas la siguiente: «Se puede creer que salir de Afganistán es la política correcta —de nuevo, tengo amigos a los que respeto y que creen eso—, al tiempo que se entiende que esta fue una forma terrible de salir de Afganistán. Todos podemos estar de acuerdo en que es hora de dejar una fiesta; eso no significa automáticamente que deba saltar por la ventana más cercana para hacer su salida».

La retirada se hizo muy mal. Y ahora puede tener consecuencias. China y Rusia, por ejemplo, ven con buenos ojos, momentáneamente, el fracaso americano en Afganistán. Aunque hay que ver como queda el tablero geopolítico y cómo actúan los talibanes una vez vayan tomando fuerza. Hasta ahora, los medios estatales chinos se mofan de Estados Unidos, envían mensajes a Taiwán y se siguen posicionando como la nación destinada a tomar el trono como potencia dominante.

4. La perdida de autoridad moral ante el mundo

Una de las consecuencias principales de esta nueva derrota militar es que Estados Unidos, que predica el respeto irrestricto hacia los derechos humanos, abandonó a su suerte a los niños y mujeres afganas que probablemente serán sometidos por un nuevo régimen talibán de corte radical.

Los relatos sobre los talibanes son terribles. Ejecuciones extrajudiciales, violaciones y sometimiento a la población civil. El retiro de tropas, elaborado de forma imprudente, ni siquiera contempló que muchos aliados afganos, que ayudaron a Estados Unidos y al gobierno afgano durante años, están ahora en real peligro de vida porque el nuevo régimen está en búsqueda de todo aquel considerado traidor o aliado de los americanos.

Los traductores y funcionarios afganos hoy tienen un dilema: guardar sus papeles que prueben sus relaciones con Estados Unidos para obtener una visa, o destruirlos antes que algún miembro talibán los descubra exponiendo su vida.

5. Estados Unidos sin peso

¿Qué puede esperar Taiwán de Estados Unidos?, ¿o los opositores a los regímenes comunistas en Latinoamérica? Hoy Europa es el hazmerreír, con apenas peso en las decisiones internacionales, y Estados Unidos está, al parecer, sin ánimos de hacerle frente a las potenciales amenazas del llamado «mundo libre». De hecho, ya el secretario de Estado, Antony Blinken, dijo que Estados Unidos no haría nada significativo ante una eventual invasión china en Taiwán.

Con el paso del tiempo, parece que USA cada vez pierde más peso en las decisiones geopolíticas, y esos espacios que se deja son perfectamente aprovechados por rivales. Por ejemplo, durante la era Obama, el crecimiento de Irán y aliados como Hezbollah en Medio Oriente y Latinoamérica fue notorio. Ese crecimiento fue el reflejo de una administración blanda y condescendiente.

Hoy Biden apunta a Obama, en síntomas de debilidad. A buscar un nuevo acuerdo nuclear con Irán, a dejar que China siga creciendo, a dejar que en Latinoamérica siga habiendo regímenes socialistas que desean desestabilizar las democracias liberales de la región; ahora está el potencial problema talibán y el desarrollo de un Estado que puede servir como satélite terrorista. Un Estados Unidos sin peso e influencia se traduce, directamente, en un mundo menos seguro.

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