Fuente: La Tribuna del país Vasco
El secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, alertaba recientemente de la «creciente amenaza» que supone China para Occidente y acusaba al Gobierno del gigante asiático de haberse vuelto «más agresivo» a la hora de difundir desinformación y de
fomentar el caos a nivel mundial, desde Hong Kong hasta Estados Unidos.
«Se trata de un Partido Comunista totalmente distinto del de hace diez años», aseguraba Pompeo durante una entrevista con la cadena Fox News. «Este partido es visto ahora como un intento de destruir las ideas occidentales, las democracias occidentales y sus valores. Pone a Estados Unidos en peligro, pues la amenaza que supone el Partido Comunista emana de la naturaleza del propio partido y de su ideología”.
Pero, ¿cuándo dio comienzo este proceso? En 2013, el plenario del Partido Comunista de China (PCCh), que se celebró en Pekín, aprobó seguir moviéndose en dos direcciones que fuera del gigante asiático podían considerarse contradictorias pero que, en la teoría política labrada por el presidente Xi Jinping, no lo eran tanto.
Por un lado, el PCCh reforzó su apuesta para que China siguiera avanzando en las reformas económicas de corte liberal, pero, al mismo tiempo, la cúpula del Gobierno comunista reforzó sus contenidos marcadamente maoístas.
De hecho, y a partir de ese año, Xi, como en su momento hizo Mao, emprendió una fuerte cruzada contra lo que considera los cuatro grandes males(internos) de la China del siglo XXI (el formalismo, la burocracia, el hedonismo y la extravagancia) y, paralelamente, también comenzó a marcar un claro perfil anti-occidental que ya se había apuntado
en el memorando interno del PCCh conocido como “Documento 9”.
Este informe, que llevaba la marca inconfundible de Xi Jinping, subrayaba las siete grandes corrientes “maléficas” (externas), que podían socavar a la sociedad china del siglo XXI: la promoción de la democracia occidental, ya que incluye la separación de poderes; el
multipartidismo, el sufragio universal y un poder judicial independiente, todos ellos valores “burgueses”; la promoción de los «valores universales», que, según el PCCH, es un intento de sacudir la fundación ideológica y teórica del partido gobernante en China, y que puede llevar a hacer creer que los valores occidentales están «más allá del tiempo y del espacio»; la promoción de la sociedad civil, ya que puede desintegrar la base social del partido
gobernante, y el intento neoliberal de cambiar “nuestro sistema económico básico”. Otros dos riesgos a tener en cuenta, según Jinping: la promoción de la libertad de prensa, ya que desafía el principio del control que el PCCh ha de mantener sobre los medios de información y comunicación, y la promoción de un “nihilismo histórico” que intenta negar la historia del Partido Comunista de China y la historia de la Nueva China.
Así las cosas, en el último Congreso Mundial sobre Marxismo, celebrado en Pekín a finales de 2018, el Partido Comunista de China (PCCh) se autoafirmó como «vanguardia y fuente de innovación del socialismo científico marxista», y anunció su voluntad
de que sus logros tanto teóricos como prácticos siguieran aportando contribuciones para que el mundo «supere los problemas globales de una manera pacífica», según explicó Heinz Dieterich, sociólogo y analista político nacido en Alemania y residente en México.
Dieterich es también el coordinador del grupo de expertos independiente The Warp Group, una «red internacional de innovación del marxismo» que ha desarrollado y liderado el
paradigma del socialismo científico del siglo XXI, y ha descrito, con tanta claridad como orgullo, la realidad del actual PCCh: “el partido ha reactivado extraordinariamente el interés por el marxismo dentro de China y a nivel mundial».
En su opinión, son muchos los logros del PCCh en algunos aspectos como «mostrar la validez práctica del socialismo científico con grandes éxitos económicos y sociales, institucionalizar el estudio de la ciencia socialista en las universidades o intensificar la
cooperación con los partidos políticos del mundo», entre otros. Y es que, en los últimos 40 años, tras la gran reforma económica de 1978, China se ha dedicado, siempre según Dieterich, “a la cooperación y al beneficio compartido con otros países,
convirtiéndose en un estabilizador y motor para la economía global.
Según la aduana china, durante años el país asiático ha contribuido con más del 30 por ciento a la tasa de crecimiento económico mundial y, por ende, su continuo esfuerzo para impulsar la reforma y apertura seguirá generando confianza al mundo y supondrá el
bienestar de la humanidad”.
Dada esta realidad, los líderes del socialismo del siglo XXI, hacen hincapié en las futuras contribuciones de las innovaciones teóricas y las políticas guiadas por el socialismo con peculiaridades chinas del PCCh para «superar al capitalismo y la burguesía que tiene la
humanidad». «Una sociedad verdaderamente humanista y democrática solo puede construirse sobre los valores del socialismo que Marx y Engels entendieron y definieron. Hoy día, con la Cuarta Revolución Tecnológica, la humanidad tendrá finalmente la base tecnológica para avanzar decididamente hacia el comunismo», explicó Dieterich, quien considera que se necesita el poder de un gran Estado socialista como China para ser el
protagonista de ese proceso. La Cuarta Revolución Tecnológica está marcada por la convergencia global de tecnologías digitales, físicas y biológicas, y se levanta sobre un uso intensivo de la IA (Inteligencia Artificial), la biogenética y la robótica.
Visualizando el futuro del desarrollo del marxismo en el mundo, Dieterich opina que China tiene los poderes tanto materiales «como morales» para influir en el mundo y asegura que “la reactivación del marxismo científico en China generará un renacimiento del
marxismo mientras las conferencias mundiales extenderán este
renacimiento al mundo entero”.