Por Luis Leonel León – gaceta.es
La multitud de cubanos que el histórico domingo 11 de julio (J-11) se lanzó a protestar contra la dictadura en San Antonio de los Baños, un pueblo a unos 30 kilómetros de La Habana, no imaginaron que su espíritu, rompiendo un muro de miedo de 62 años, en cuestiones de minutos, a través de las redes sociales, inspiraría a una veintena de manifestaciones similares en todo el país.
No pocos siguen presos, desaparecidos, algunos fueron asesinados, otros han sido llevados a juicios sumarios o se encuentran en espera de recibir arbitrarias condenas, mientras el país está siendo sometido a una violencia comunicacional, propia del sistema comunista, apoyado por el despliegue de las fuerzas represivas en las calles, cuyo objetivo es doblegar el anhelo de libertad una ciudadanía hartada de la más longeva dictadura del hemisferio.
Los sucesos del J-11 y días sucesivos calaron en una conciencia social que parecía casi completamente adoctrinada, pisoteada, adormecida, resignada. No sólo el pueblo se sorprendió del poder de convocatoria que puede alcanzar la famosa «chispa» de la libertad, sino que también se estremeció el régimen. De ahí que su reacción fuera una desbocada reprimenda, sin el más mínimo recato. Como es habitual han tenido el apoyo de no pocos medios de comunicación internacionales, que bajo la falsa bandera de la imparcialidad han paliado la situación, hecho silencio o desvirtuado los hechos, las causas y los efectos.
¿Qué sucedió realmente? Luego del espontáneo estallido popular, el poder real en la isla comunista, que es la familia Castro y los asesores de su dictadura militar, ordenaron al vocero, Miguel Díaz-Canel, amenazar con que se atacaría a quienes protestaran: «la orden de combate está dada» y enviaron «a la calle a los revolucionarios», que no son más que un puñado de colaboradores, junto a miles de gendarmes vestidos de civil y todas las fuerzas represivas de un Estado, cuyo mayor producto bruto, en más de medio siglo, ha sido precisamente la represión constante a todo nivel.
Tal fue la respuesta enviada en cadena nacional por el capataz del castrismo. Porque esa es su verdadera función. Díaz-Canel no fue elegido democráticamente, aunque dentro y fuera de la isla, incluso supuestos periodistas independientes y disidentes, insistan en llamarle «presidente». Su mensaje, desde ese despertar que significó el J-11, ha sido un intento de trastocar las protestas pacíficas y legítimas del pueblo cubano en «pequeños disturbios» provocados -así lo quieren hacer ver- por «enemigos de la revolución» o personas «confundidas». Otra estrategia discusiva para subvertir la realidad y distraer la atención de la cacería de brujas del castrismo.
Suman cientos las detenciones arbitrarias contra los manifestantes y comunicadores independientes que reportaron el levantamiento. Y hay varias denuncias de que la policía política, a partir de un análisis de los vídeos subidos a las redes sociales, realiza una pesquisa de los participantes y apenas son detectados se les detienen en sus casas por el mero hecho de sumarse a una marcha pacífica.
Pero ojo: en este momento crucial para la isla tales palabras no son sólo perorata mediática aderezada con juicios rápidos, amenazas y escarmientos.El plan castrista es que la represión gubernamental sea entendida como una supuesta guerra civil entre revolucionarios y contrarrevolucionarios. Ese es el propósito tanto de las alocuciones de la oficialidad como de las brutales acciones contra la población civil. No tendrá el neocastrismo un mayor pretexto para ordenar un exterminio de disidentes o chantajear a Estados Unidos con un nuevo éxodo masivo que el comodín de una falsa guerra civil.
De ahí que una buena parte de sus agentes salgan a reprimir sin uniformes, como si fueran ciudadanos comunes. Una maniobra que -además de acentuar la publicidad política de que es el pueblo quien sale a combatir a los enemigos de la Revolución- sirve para continuar masacrando y constriñendo al pueblo con total impunidad y a la par, bajo el lema criminal de «no a la injerencia nacional», demeritar la«intervención humanitaria» que la nación cubana, desde todas sus orillas, cubana pide a gritos.
En miles de vídeos y audios los cubanos claman porque «acaben de llegar los marines yanquis» a salvarlos de esa pandemia de más de 6 décadas que es el castrismo, que no sólo afecta a Cuba. Con observar la región se comprueba fácilmente. De cualquier modo, la administración de Joe Biden no sólo ha descartado la verdadera «ayuda» que precisan los cubanos sino que ha apostado -como consta en el documento Medidas de la Administración Biden-Harris sobre Cuba– por estrechar aún más las relaciones que ya oficializara con La Habana siendo el vicepresidente de Barack Obama.
A pesar de la prueba irrefutable de que el J-11 ocurrió un levantamiento de miles de cubanos, que emocionados por primera vez gritaron «libertad», el régimen de La Habana no sólo se enfoca en reprimir con todas sus fuerzas para apaciguar los ánimos, sino que también insiste en crear confusión en la -desde hace décadas confundida– opinión pública mundial. Un mezcla de sordera y enfoque prefijado o drogado por los medios de comunicación, mayoritariamente de izquierda, que han ayudado a lavarle la cara al castrismo, una y otra vez, pasando por alto sus crímenes de lesa humanidad. La izquierda se resiste a reconocer sus homicidios. Es su pusilánime modus operandi.
Dentro de la isla, luego de más de seis décadas de desinformación, terror y adoctrinamiento, aún hay sectores ajenos a la magnitud del estallido social, e incluso que desconocen la falacia del embargo económico, la realidad de las sanciones a la cúpula castrista y los negocios sucios que han mantenido durante años, mientras el pueblo resiste en la miseria. Pero una gran parte ya no puede ser engañado. No pocos de los que no se unieron a las protestas tienen vecinos o familiares que sí salieron a las calles, o que les han contado, o incluso han podido ver -a pesar de la censura y los cortes de Internet- los vídeos que muestran no a «cuatro gatos», como dice el régimen, sino a millares de personas gritando «libertad», así como la feroz represión, los heridos, asesinados, desaparecidos.
Pero fuera de la isla aún hay una de tropa de desentendidos, esnobistas políticos de Starbucks, tontos útiles, neocomunistas de centros comerciales, desvergonzados y desinteresados, listos para seguir, desde su MacBookPro o iPhone, confundiendo a esteras de miopes y hasta ellos mismos confundirse más como perfectos idiotas del siglo XXI. Todo esto, por supuesto, con la increíble ayuda de los aliados históricos del comunismo.
Ahí están, en primera fila, los que se prestaron para publicitar la normalización de las relaciones de Estados Unidos con la dictadura en The New York Times y en la plaza Union Square de Nueva York, imponiendo su agenda de ideología neomarxista, blanqueando el crimen y desoyendo el verdadero pedido del pueblo cubano. Ellos también son enemigos de Cuba y responsables de su enorme tragedia y del real bloqueo o retraso de su libertad.