Fuente: La Gaceta de la Iberoesfera
Corrían los últimos días de la esclavitud en Cuba y ya la trata de esclavos estaba proscrita en todo el mundo. Eso significaba que, en efecto, no se podía zarpar ni atracar en ningún puerto con barcos negreros, comerciando con vidas humanas para de paso someterlas a la infame condición de esclavitud. Pero la esclavitud seguía siendo fuente de sustento de actividades económicas en varias partes del mundo en que solo con mano de obra esclava podían sustentarse actividades de alta demanda laboral.
La industria azucarera, cafetalera, cacaotera o algodonera, por ejemplo, no había asimilado los cambios que permitían prescindir no solo de los esclavos sino de innumerables obreros para ejecutar actividades que con ingenio y tecnología, aunque incipiente, dejaban atrás la tracción de sangre y al látigo del mayoral.
Pero eso no era en realidad algo que le interesara al vasco Zulueta, último gran traficante de esclavos en Cuba, a pesar de las prohibiciones. Era sabido que en la Cuba perteneciente aún al reino de España, las actividades económicas se sostenían con la mano de obra esclava. No había plantación de caña ni ingenio ni molino donde una masa de esclavos africanos no fuese el principal motor de la actividad. Además, esclavas negras eran las niñeras, cocineras y amas de llave de todos los hogares de los blancos. El servicio doméstico era esclavo, desde el caballerizo hasta el asistente personal de los señores de la casa.
La esclavitud en Cuba fue finalmente abolida en 1886. Pero si tomamos en cuenta que hasta ese mismo año seguían llegando esclavos desde África, pueden explicarse muchas cosas de la sociedad cubana. En primer lugar, a diferencia por ejemplo de la Suramérica hispana donde la importación de esclavos se detuvo a inicios del siglo XIX, los esclavos seguían siendo nacidos en África y no criollos. Por ende, esos esclavos tenían intacta su cultura, sus creencias, su concepción del mundo y su lengua. De ese pequeño detalle se derivan las explicaciones sobre la música que se genera en Cuba, el acento del cubano, el peso de las religiones Yoruba y Lucumí y la actitud frente a la vida de un grueso de la población acostumbrada a no decidir por sí mismos.
Comparando con Venezuela por ejemplo, un esclavo cubano hablaba otra lengua y tenía viva su cultura. Un esclavo venezolano al momento de la abolición de 1854 tenía el español como lengua materna, era católico y sus creencias originarias se habían disipado por efecto propio de la desaparición de las mismas en el tiempo, donde ni siquiera se presentaban las manifestaciones de sincretismo que sí se veían en Cuba, donde el esclavo escondía al yoruba Changó detrás de la imagen de Santa Bárbara o a la deidad custodio de los ríos Oshún detrás de la Virgen de la Caridad del Cobre.
Ejemplo básico de lo que era un esclavo venezolano es el caso de la “negra Matea”, una de las esclavas de la familia Bolívar y que junto a la nodriza “negra Hipólita” fue encargada de la atención personal de Simón Bolívar, huérfano de ambos padres desde muy temprano. En una entrevista realizada alrededor de 1880, cuando la honorable Matea superaba el centenar de años de vida, indicó aspectos básicos de su vida con “mi amo Juan Vicente Bolívar y mi ama Concepción Palacios”. Y contaba que había nacido el mismo año que Simón Bolívar y que su tarea era ser la compañera de juegos del futuro Libertador, que de más está decir dejó testimonio de quererla como lo que era: su hermana. Matea tenía el apellido de su familia propietaria. Era Matea Bolívar, fue esclava pero no tenía en su cuerpo ni una marca de cadenas o latigazos ni recuerdo alguno de África ni de la lengua de sus ancestros más lejanos. Al preguntarle su sitio de nacimiento indicaba ser oriunda de San Mateo en el estado central de Aragua y en ningún momento, seguramente, se referiría a sí misma como nacional de otro país que no fuese Venezuela.
En Cuba no. De hecho, muchos cubanos contemporáneos tienen aún cuentos de la esclavitud. Si se busca a un negro cubano de avanzada edad, tenga por seguro que tendrá una historia sobre sus padres o abuelos esclavos, sobre las marcas de cadenas en las muñecas o de latigazos en la espalda que recuerda haber visto. O de como al ser liberados, los esclavos se quedaron en las propiedades de sus amos, como siempre, pues no tenían donde ir y nadie los estaba echando.
Ningún negro en los Estados Unidos puede contar historias como estas. Y el Black Lives Matters lo sabe.
Fidel Castro también fue esclavista negrero
Fidel fue humillado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas al final de la crisis de los misiles. De verdad, el ególatra hijo de padre gallego y madre cubana se creyó al mismo nivel que Nikita y Kennedy. El retiro de los misiles, sin que se desencadenara una guerra gracias a Cuba, lo dejó perplejo. Más cuando el luego defenestrado líder de la URSS indicaba que había logrado el compromiso de EEUU de no invadir Cuba ni auspiciar ataques de ningún tipo contra el régimen de la isla.
Ese malcriado hijo de hacendado se mantuvo distante de la URSS y negado a cumplir los compromisos y se dedicó a alborotar el gallinero promoviendo guerras de guerrillas en cuanto sitio pudo, para provocar a EEUU y lograr que se rompiera el acuerdo. En eso estaba cuando en los años setenta, la URSS le pidió colaborar en la guerra de independencia de Angola contra el dominio portugués. Y esa colaboración era con una materia prima esencial y que los rusos no tenían: soldados negros.
La URSS quería sacar a Portugal de África y en especial de Angola, subvertir el orden en la zona, posicionándose además contra otros regímenes enemigos como el sudafricano, que era igual de racista que ellos pero en la acera contraria. El acuerdo era que Fidel pondría los soldados, la URSS el entrenamiento y los pertrechos militares. Los soldados tenían que ser obligatoriamente negros y mulatos, para que la intervención no fuese visible. Era muy fácil detectar a un ruso en medio de África.
Así, un mulato como Arnaldo Ochoa se convirtió en gran jefe de ese ejército de combatientes negros y mestizos cubanos. Se dice que fue él quien ganó las guerras africanas, con incidentes históricos como aquella batalla de tanques contra las fuerzas somalíes en la guerra del Ogadén y la defensa de Cuito Cuanavale. En 1989, presumiéndolo reformista pro perestroika, Fidel Castro le impuso cargos por narcotráfico y en un juicio sumario relámpago lo condenó a muerte. Fue fusilado ese mismo año.
Es decir, Fidel Castro esclavizó negros y mulatos para hacer la guerra y cobró por ello. Solo invirtió el rumbo de los barcos, pero al final fue tan esclavista y tan infame como Zulueta, el vasco.
¿Sabrá eso el Black Lives Matters? Muy seguramente no, pero muy probablemente sí y lo celebran. Porque no hay peor enemigo de un negro oprimido que otro negro que ve la opresión sin reclamarla. Son cómplices de la opresión de toda una nación donde el 40% de la población es negra o mulata y heredó las cercanas lacras destinadas a los esclavos: menos acceso a educación, vida en condiciones deplorables y por ende menos acceso a mejores puestos de empleo –si cabe el concepto en un país comunista–.
Ya quisiera un negro cubano tener en Camagüey las ventajas que tiene un negro en el Bronx. Por eso se montan en una balsa para escaparse a Estados Unidos, a riesgo de que se lo coman los tiburones. Y el trayecto del balsero no invierte el rumbo como los barcos negreros de Fidel: no veremos a ningún negro del BLM del Bronx o de Alabama tomando una balsa para huir del horror gringo y vivir en el paraíso cubano. Por algo será.
Está claro entonces que el proceso cubano es irreversible en sus consecuencias, porque ha dejado al desnudo a quienes creen en la Libertad y quines apoyan la opresión. Resta saber entonces, sitodos aquellos que sumaron sus apoyos al movimiento BLM acudiendo a supuestas “razones de fondo”, serán capaces de ver que dicho movimiento, al ser aliado del castrismo, quiere cualquier cosa menos la libertad y el avance de la sociedad donde se desarrolla.
Muy claro está para quien quiera verlo: si son negros pero anti castristas, sus vidas no importan. Y no lo digo yo, lo dice el Black Lives Matters.